La persona a la que le debo gran parte de mi salud mental es a una mujer. No, no es mi madre. Era en ese momento para mí una profesora. A partir de ese día se convirtió en modelo a seguir, me di cuenta que era una maestra.

Era la anestesióloga jefe del servicio cardiovascular.
Yo estaba empezando mi rotación allá. Tenía altas expectativas, y se tenían altas expectativas de mí. Estaba entregada a la academia y convencida que las emociones se podían bloquear. Ni siquiera sabía que estaba mal. Tan mal.
En un momento entré a un quirófano donde no se necesitaba anestesiólogo en ese momento, ya que estaban en un proceso donde otra persona era la que controlaba la estabilidad del paciente. Estaba “en bomba”, una máquina reemplaza temporalmente tu corazón. Y yo quería ver eso.
Recuerdo la voz
- Suba la mesa.

El cirujano que estaba operando dijo mirando hacia dónde yo estaba. Anestesia controla la mesa donde está el paciente. Pero el anestesiólogo se había marchado hacia unos segundos y no ameritaba llamarlo para eso.

Y yo no conocía esa mesa.
Sentí pánico. Traté de actuar como si no pasara nada.

- La mesa.

Era claro el mensaje.

Yo no sabía manejar esa mesa; era evidente que yo no sabía que tenía que hacer.

Y ahí pasó.
Rompí a llorar. En sollozos, espasmos, jadeos. Como si me faltara el aire (duré más de 15 años llorando de esa manera).

Y salí huyendo.

Pero allí sólo habían más quirófanos.
Quien conozca algo de ese mundo sabe que en cirugía el ambiente no es precisamente amigable.

Y ahí estaba yo, en un pasillo entre todos los quirófanos, llorando como una niña. Rota. Sin aire. Sin poder pensar. Sin saber a dónde ir. Sin saber cómo seguir.
No sé quién llegó primero, que me habrán dicho. Recuerdo es cuando llega la doctora Pulido.

Esa mujer inspiraba respeto. Y temor.

Yo sentí que me congelaba.
- Usted se va a ir de acá. Se va a ir a unas urgencias psiquiátricas. Usted debe irse allá. Usted tiene que salir de acá e ir a unas urgencias psiquiátricas y consultar.

No. No me estaba regañando. No me estaba humillando. Tampoco me estaba aconsejando.
Me estaba dando una orden. Me la repetía por segmentos para que la pudiera entender.

Mi cerebro, que en ese momento estaba bloqueado para pensar, que no quería sentir ese dolor, supo que esa era una tabla de salvación.

Era una orden de la Dra Pulido y yo la tenía que obedecer.
No tenía que pensar. No tenía que hacer nada sino obedecer. La orden era muy clara.

Un residente sabe que, cuando no sabe, lo que debe hacer es confiar en su profesor y obedecer.

Ella sabía eso. Y desde ahí me habló.
Recuerdo que con solo eso me serené. Era como si existiera un camino. Claro, el camino era ir a unas urgencias psiquiátricas. Sin miedo, sin dudar, porque era lo único firme que tenía en ese momento.
Llegué, me atendieron, me iniciaron tratamiento. Me incapacitaron. Descansé, me desconecté de todo unos días.

Y a la semana volví.
No lo niego. Tenía miedo. Después de semejante show en un quirófano, yo, que quería ser una anestesióloga, en una de las rotaciones más exigentes, que futuro tenia? Qué pasaría? Que me esperaba? Cómo me recibirían?
Nada. No pasó nada. Nunca supe que habrá hablado la Dra Pulido con su equipo. Yo volví como si me hubiera ausentado una semana por orden de la Dra Pulido y listo. Nadie indagó, nadie hizo comentarios. Pero me sentí acogida, acompañada. Me sentí bienvenida.
Fueron más suaves académicamente conmigo? Nunca lo sabré. Pero no lo sentí así. Supieron cuál era mi límite y no lo sobrepasaron? Tampoco lo sabré. Me había ido bien hasta el momento en medicina y esta rotación no fue la excepción.
Al fin y al cabo, tendrían que avalar si había aprendido o no. No si había tenido un mal momento o no. Creo que llevaba tanto tiempo estudiando estando deprimida que eso no era novedad. No es que lo defienda, ni que me enorgullezca.
Eran otros tiempos, la enfermedad mental era tabú, más en los médicos. Y yo había aprendido a rendir académicamente así. A un costo personal muy alto, pero sabía hacerlo. No habrá sido mi rotación más brillante, pero no fue la de la desgracia.
Mi compañera de residencia supo cómo ayudarme. Yo no quería hablar de lo que había pasado. No allí. Nunca preguntó. Siempre estuvo allí, en cada seminario, en cada caso. Fue una compañera que me vio como tal, y no como alguien débil o incapaz.
Sobreviví una de mis peores crisis gracias a una mujer que me enseñó que detrás de tanta fuerza había un amor real por su trabajo y por las personas a su cargo, incluyéndome. Que para el momento histórico en que eso pasó, me permitió seguir adelante.
Que aunque en esa época no se hablaba de enfermedad mental, jamás permitió que se me discriminara. Que no me hizo sentir diferente o excluida. Que me acogió de vuelta después de bajar un momento a los infiernos.
Hay muchas mujeres en mi vida. Hay muchas personas con las que tengo gratitud eterna.
Pero la Dra Pulido me enseñó como poder seguir adelante a pesar de mi depresión, a no renunciar a mis sueños.
Pero lo más importante.

Me protegió.

Protegió mi vida. Literalmente.
Protegió mi imagen.
Protegió mi futuro.

A veces me gustaría que existiera un cielo para saber que las gracias llegan hasta allá.
Esa primera mujer que me enseñó a ser yo y seguir adelante a pesar, ya no de las dificultades, sino a pesar de mis dificultades.

Me enseñó que se podía tener una voz de trueno y un corazón de oro al mismo tiempo.

Me enseñó que yo podía flaquear y que podía volver a levantarme.
Esa mujer que me enseñó a que amar, proteger y exigir pueden ir de la mano. Que me enseñó que hay muchas maneras de salvar vidas, y que algunas de ellas solo requieren gestos, actitudes o palabras.

Feliz día, Dra Pulido, donde quiera que esté. Mi homenaje hoy es para usted.

#8M

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Feb 4
Tengo que reconocer que al personal en salud, y sobre todo a los médicos, cuando vemos que ya no tenemos tratamientos que ofrecer, pensamos en que “no hay nada que hacer”.

Pero quiero compartirles algo: cuando se nos acaban las opciones curativas, SIEMPRE hay algo que hacer.
Hay momentos donde reconocemos más la cercanía de la muerte que los signos de vida en un paciente.

Ese momento no es nuestra derrota.

Es un momento trascendental en el sentido más místico y textual de la palabra. Somos testigos de ese momento: la invitación es a ser actores.
El fin de vida de alguien nos marca a todos. A quienes asistimos desde cualquier lado del escenario. Nosotros tenemos nuestro rol ahí.

No se trata de generar falsas esperanzas ni sugerir tratamientos que no van a lograr ningún efecto real y que pueden aumentar el sufrimiento.
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Jan 29
“Y no hemos podido sentarnos a hablar de eso, de todas las cosas que vimos, y que… seguimos normal. Y sabes qué es lo que pasa? Que no se va a hablar. Porque la gente quiere que la pandemia se acabe.”

Muchos colegas me han dado las gracias por mencionar esto 🧵
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Pero traigo a colación ese primer minuto de ese episodio, que es no sobre Stella Navarro únicamente, sino sobre lo que nos pasó a los que hemos sido “primera linea”, y que,
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Jan 19
Bueno, preparación para una pandemia: Hablar.

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Hablar sobre lo que más valoran en su vida.
Hablar sobre lo que se pide hacer por amor
Hablar sobre lo que para ellos sería peor que la muerte.
Hablar sobre que quisieran ellos que nosotros hiciéramos en caso de que estén mal.
Hablar sobre el límite al que nunca quisieran que los dejáramos llegar.
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Hablar sobre la muerte, porque ella no dejará de llegar porque no la mencionemos, porque siempre llegará y es mejor que sepamos dónde pararnos.
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Jan 17
El problema grande en Colombia en este momento no son las camas de UCI. Tiene más peso la pobreza, la salud mental, las barreras de acceso, la inequidad, los menores de edad desescolarizados, la pérdida de confianza en las autoridades, la fatiga del talento humano en salud.
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- No hay escasez de camas de UCI en este momento.

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Es fácil ver que el valor de la vida en Colombia es muy pobre. Si te equivocas, si haces algo malo, parece que parte de la sociedad está lista a considerar que el precio justo de eso es la vida. Los linchamientos se aplauden.

Pero, repito, ese no es el rol de la medicina.
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Oct 24, 2021
“Estar hospitalizada es mi regalo de cumpleaños”

Si creen en el equilibro del universo, en la telaraña cósmica o en Dios, les pido que le manden toda la mejor energía, toda la fua, a mi vecina del lado del día de hoy. Mañana cumple años. A mi me daban de alta. Ella se queda.
Vivir con dolor puede ser eso: que el mejor regalo sea saber que vas a estar un día sin dolor. Así sea en un hospital. Así sea que te esperen varios chuzones con agujas de esas que van hasta el fondo.

Imagínate estar feliz porque sabes que eso es lo mejor que te puede pasar.
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