#Hilo 🧵🪶 Mi nombre fue Octavio Irineo Paz Lozano. Mixcoac fue el territorio de mi infancia y juventud. Se cumplen 23 años de mi partida, pero mi vida está muy presente en mis enemistades, poemas, ensayos y ganas de explicar todo lo que implica mandar a alguien a 'la chingada'.
Mi nacimiento ocurrió el 31 de marzo de 1914, en medio de los turbulentos días de la Revolución Mexicana, cuando la Ciudad de México era tomada por los zapatistas y luego llegaban los villistas, los carrancistas y otros que se habían sumado a ‘La Bola’.
Por la filiación zapatista de mi padre, tuvimos que vivir unos años en Los Ángeles. Él era como un embajador del Caudillo del Sur. Recuerdo bien que esa estancia no fue muy afortunada, no entendía nada y muchas veces respondí con golpes a las burlas de mis compañeros de escuela.
La gran biblioteca de mi abuelo Irineo, era de mis trincheras preferidas. Ahí me dejé llevar por la literatura y los misterios del Oriente. Después llegó la efervescencia por la autonomía universitaria. Era 1929, los tiempos de Vasconcelos, los tiempos de mis primeros poemas.
Además del encanto por ‘La tierra baldía’ de T.S. Elliot, me acerqué a los anarquistas y las vanguardias. En 1933 di a conocer mi primer poemario llamado ‘Luna silvestre’.
En el inicio de la década de los años 30, conocí a fondo la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, Novalis, Rilke y D.H. Lawrence. Luego vino la militancia antifascista y la defensa de la naciente República Española.
Expertos afirman que con la militancia política, mi estilo encontró su voz. Una muestra de ello fue ‘Libertad bajo palabra’ (1949). Dicen que la cumbre fue ‘Piedra de Sol’ (1957), un poema circular, en tono laberíntico y pleno de la experimentación que desde un inicio defendí.
Otro de mis atrevimientos fue apelar a los ‘haiku’’, ese tono poético creado en japón, y del cual alguna vez dije: ‘el haiku es una pequeña cápsula cargada de poesía capaz de hacer saltar la realidad aparente’.
El ensayo también fue mi territorio y para muestra ‘El laberinto de la soledad’, ‘Sor Juan Inés de la Cruz o Las trampas de la fe’, ‘Corriente Alterna’, ‘El Ogro Filantrópico’, ‘Tiempo Nublado’, entre otros.
Además de lo escrito y lo que se ha dicho sobre mi literatura, me parece conveniente recordar mis enemistades.
La República Española fue el crisol de la lucha antifascista. Ahí coincidí con verdaderos maestros como el chileno Pablo Neruda, cuya relación se fracturaría con el tiempo.
En los años cuarenta, expresé mi postura contra el estalinismo que dominaba a los movimientos de izquierda. Aquello provocó que Neruda se enojara y me llamara traidor. La adoración hacia el dictador soviético me hizo perder a varios amigos, entre ellos a Neruda.
Otra historia fue con Carlos Fuentes. Fueron 50 años de una amistad que creció entre coincidencias y diferencias. Su papel como defensor de la Revolución Cubana nos fue alejando; me mantuve lejos del fervor desatado hacia el Castrismo.
Hay quienes opinan que detrás del alejamiento, estaba el hecho de que Fuentes y yo éramos los santones de la cultura y cada quien añoraba ser el centro del debate. Un poco de ego y otras cuestiones nos minaron.
Con Carlos Monsiváis tuve un diferendo que se dirimió en un juego de mensajes en distintas publicaciones.
A finales de 1977, en una entrevista para la revista Proceso, dejé en claro que las ideas de la izquierda simplemente se habían agotado como había sucedido con la derecha mexicana.
Monsiváis, entonces un novel cronista y opinador de todo, me contestó en las páginas de Proceso. Dijo que mi postura era muy lejana a la realidad nacional ya que en distintos puntos fluían las ideas para renovar al país.
Aquel diferendo se extendió hasta 1978. Tanto Monsiváis como yo fuimos la comidilla de los intelectuales y otros personajes del sexenio de López Portillo.
Otros reclamos se dieron cuando asumí las tareas de difusor cultural aprovechando la apertura en la principal televisora del país, Televisa. Abrí brecha y por la llamada ‘caja idiota’ se escucharon voces como la de Mario Vargas Llosa llamando a México ‘la dictadura perfecta’.
Fui un seguidor, no declarado, de ‘Star Trek’. La temporada con Patrick Stewart, y en especial de ‘Data’, el humanoide que todo lo sabía, me fascinaban.
Mi despedida hace 23 años fue nota de ocho columnas en todos los diarios. Fueron los días de celebrar al poeta, el ensayista, pero en especial a un mexicano que trato de explicar, precisamente, las implicaciones de ser mexicano. Final del #Hilo.
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