✈ Especial | Los vuelos de la muerte en México: 50 años de impunidad y olvido
Una alianza criminal entre Ejército y policía emprendió en los 70 la práctica macabra de la guerra sucia
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2. A principios de los 70, Apolinar Ceballos era aprendiz de piloto recién llegado a la base aérea militar Pie de la Cuesta, en Guerrero. Un profesor le avisó que vería cosas raras, pero que se limitara a cumplir órdenes y no contar nada a nadie
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3. Antes de despegar en su primera misión escuchaba: “Este paquete está pesadito”. Durante el vuelo le ordenan que reduzca la velocidad y descienda sobre el mar. Escucha que arrastran bultos y abren una puerta. Alguien grita: “Listo”. La misión terminó
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4. Los paquetes eran cadáveres de campesinos, maestros, activistas, estudiantes o médicos. Cuerpos que acababan de ser ejecutados por la alianza criminal de la policía y el Ejército mexicano y cuyo destino final era la tumba anónima del mar Pacífico
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5. En 1971 arrancaba el Plan Telaraña, cuya “misión principal será la localización y captura o neutralización de los grupos de maleantes”, dice el informe desclasificado y firmado por el secretario de la Defensa Nacional, Hermenegildo Cuenca Díaz
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6. El Plan Telaraña marca el inicio de la persecución sistemática y homicida contra la guerrilla o cualquier disidente como parte de una política de Estado implantada por los gobiernos de hierro del PRI hasta, al menos, a finales de los 80
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7. La guerrilla mexicana ilustra las contradicciones del régimen priista: mientras abría los brazos a los refugiados políticos de las dictaduras chilenas o argentinas, en su propia casa aniquilaba en silencio cualquier intento de contestación social
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8. En el centro del agujero aparece el general Arturo Acosta Chaparro. En 2002 fue acusado por un tribunal militar de arrojar al océano al menos a 143 personas. Nunca fue condenado. En 2012 dos sicarios le descerrajaron tres tiros en la cabeza
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9. Acosta Chaparro tenía la costumbre de ejecutar él mismo a sus víctimas. Siempre con un disparo en la nuca con un revólver calibre 380, bautizado como ‘La espada justiciera’. Los cadáveres eran transportados en carretilla hasta el avión
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10. “Pensé que me iba a dar el tiro en la nuca”, recuerda Rogelio Ortega, profesor de la Universidad Autónoma de Guerrero, quien de joven se cruzó con el siniestro general: “Mi celda era la segunda tras la sala de tortura. Llegaba el olor a sangre”
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11. El caso de Ortega ilustra las cuentas pendientes de México con las víctimas de la guerra sucia: “No existe una política seria de esclarecimiento. El Estado no ha hecho ni un solo reconocimiento público de que el Ejército participó en todo aquello”
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