Angélica Espinoza nos llenó de orgullo ganando la medalla de oro, pero dentro de toda la emoción que traen los juegos paralímpicos, es difícil no recordar lo poco que se hace en nuestras ciudades para garantizar los derechos de las personas con discapacidad. (1/8)
Es cierto, Angélica Espinoza no cuenta con una discapacidad que represente una dificultad para sus traslados, pero no sucede lo mismo con personas como Rosbil Guillén, Pilar Jaúregui, ni con miles de peruanas y peruanos que deben moverse en nuestras ciudades. (2/8)
Por ejemplo, podemos encontrar que muchas de las veredas construidas no cuentan con rampas, o tienen rampas con una pendiente que no permite a una persona en silla de ruedas subir por sí sola. Mucha otras calles ni siquiera tienen veredas. (3/8)
¿Y si vamos a los puentes peatonales que sí tienen rampas? Bueno, ahí encontraremos algo peor. Miren con atención estas dos imágenes. La línea roja representa todo el recorrido que debe hacer una persona solo para subir al puente. ¿De cuántos metros hablamos? (4/8)
En un puente en Lima, por ejemplo, el recorrido total que tendría que hacer una persona en silla de ruedas supera los 270 metros. Es decir, solo para cruzar la pista debe avanzar el equivalente a 3 cuadras. Todo para que los conductores no hagan el "esfuerzo" de frenar. (5/8)
Para verlo más claro aún. Para cruzar un puente peatonal como el que vimos, una persona en silla de ruedas debe recorrer casi 3 veces la longitud de un campo de fútbol. (6/8)
Nuestras calles tampoco son amables con las personas con discapacidad visual. Los elementos podotáctiles son raros fuera de los distritos centrales, y las señalizaciones en braile y semáforos sonoros son tan raros que por poco y aplaudimos cuando inauguran uno. (7/8)
Si algo reafirman los juegos paralímpicos es que las personas con discapacidad no necesitan nuestra compasión. Al contrario, pueden ser con facilidad motivo de admiración. ¿Qué necesitan de parte de nuestras ciudades? Que, como mínimo, se respete su derecho a la movilidad. (8/8)
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