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Es mi aullido un canto de libertad.

Nov 20, 2021, 26 tweets

¿Papá, has hablado con los padres de mis amigos para lo de mi cumpleaños? -Le preguntó Ana a su padre.

Si, ahora se lo digo. -Contestó.

Se le había vuelto a olvidar crear el grupo de WhatsApp.

Creó el grupo y agregó a los padres de los amigos de su hija.
14.
Que pereza...
⬇️

"Buenos días chicos. El día 28 es el cumpleaños de Ana, y me ha pedido que haga este grupo para invitar a sus amigos a su cumpleaños.

Sería aquí, en casa.

El viernes, sobre las 18:00.

Ahora os mando....

EL CÓDIGO.

"Hoy se cumplen 5 años de la entrada en vigor de la Ley por la Cultura del Cuidado, que aprobó en 2022 el Presidente, Pedro Sánchez, con el apoyo total de la Cámara." - Decían en la TV.

"La cultura del cuidado", a Ana le sonaba eso.
Lo estaban viendo en el colegio.

Llevaban un par de semanas escuchando a su profesora hablar de eso de "La cultura del cuidado".

Le explicaron porqué ahora, de octubre a marzo, era obligatoria la mascarilla.

Le explicaron porqué ahora, durante los meses de frío, todos se tenían que ir a casa a las 22:00.

Le explicaron porqué ahora estaba prohibido cenar con los abuelos en Nochevieja.

Le explicaron porqué hace 3 años cambiaron a muchos niños de colegio.

Le explicaron porqué ahora, siempre que la gente se juntara, estaban obligados a escanear un código con el móvil.

¿Hiciste lo del código, Papá?.
- Preguntó Ana.

Si hija, ya me han confirmado todos que vienen. - Le contestó.

¿Carolina también vie....?. Perdona Papá, se me había olvidado.
Gracias por hacer lo del código.

De nada, hija.

Carolina y yo siempre estábamos juntas. Nuestros padres se juntaban en el parque, nos pasábamos las tardes riendo, corriendo y jugando.
Ellos hablaban, sonreían.
Salíamos a cenar juntos, a tomar algo al bar, venían a casa a jugar conmigo, merendábamos tortitas...

Carolina y yo nos sentábamos juntas en clase.
La conozco desde que íbamos a la guardería.
Fuimos juntas a la guardería, al colegio, juntas en nuestros pupitres... Hasta que nos separaron.
Hasta que llegó aquel año, y después "La cultura del cuidado".
Nos separaron.

Un verano, me dijo que el siguiente curso no iba a ir al cole conmigo. Que sus padres la habían cambiado a otro colegio, al "Nelson Mandela".
Me dijo que los niños sin código tenían que ir todos a ese colegio.
No me podía creer que nos separaran.
¿Yo tenía ese código?

Al llegar a casa, le pregunté a mi padre:
Papá, ¿Es cierto que a los niños sin código les van a meter en un colegio para ellos?
Si, hija. A partir de septiembre.
¿Y yo tengo ese código?
Si, nosotros lo tenemos.
Era cierto, nos separarían.
Aún no sabía porqué nos separaban.

¿Y porqué obligan a los niños sin código a estudiar en ese colegio, Papá?

Porque son peligrosos, hija mía, no tienen el código, y por no tenerlo podrían matar a mamá, o a tu hermano, a los abuelos, incluso a tí o a mí...
Debemos alejarnos de ellos.
Pueden matarnos.

¿Carolina y sus padres van a matarnos?
¿Podrían matar a mis abuelos?
¿A mi hermano?
Si esto era cierto, es verdad que eran peligrosos.
Yo no quería que matasen a nadie, y menos a mis abuelos.
Yo no quiero morirme.
Estaban mejor allí, en ese colegio, pensé.

Pasaron las primeras semanas del curso, echaba mucho de menos a mi amiga.
Todas las tardes pasaba por la puerta de su colegio, al volver a casa.
Ella estaba en la puerta del colegio con los demás, esperando a que pasemos.
No podíamos cruzarnos.
Eran peligrosos.
Podrían matarnos.

Muchos días, un grupo de chicos más mayores que yo, se acercaban a gritarles e insultarles desde fuera.
Les llamaban "SINCOS" y cosas mucho peores.
Me fijé en Carolina, miré a todos los chicos, parecía que no escuchaban los insultos ni siquiera miraban a los que gritaban

Una tarde, harta de que insultaran a mi amiga, les dije a los chicos que les dejasen en paz, que no habían hecho nada.
Dos de ellos vinieron hacia mí me empujaron y me tiraron al suelo.
¿Tu también eres una SINCO?
No sé ni que es eso. - Dije.
Pues una sin código.- Me contestaron.

-Yo tengo código, en mi familia todos tenemos código.

-Tú verás. Es tu problema si defiendes a éstos.

Me quedé en el suelo, tirada.

Después, Carolina me ayudó a levantarme. No quería que me tocase, podría matarme, me daba miedo.

Al final me levantó.

Salí corriendo, no quería que Carolina me matase.
Mientras corría hacia mi casa, oí como Carolina gritaba mi nombre.
¡Ana, espera!.
Corrí muy rápido, quería llegar a casa.
No quería morirme.
No quería que me matase.

Pasó el invierno con su nieve, el triste otoño marrón y gris, la florida y lluviosa primavera y llegó el caluroso verano. Los niños sin código jugaban en sus parques.
Estaba prohibido jugar en un parque que no fuera el tuyo.
Estaba prohibido mezclarse.

Las gradas de los campos de fútbol de los niños, estaban separadas por colores, azules con código, rojos sin código.
Los parques separados por parcelas, Las calles separadas, una de ida y otra de vuelta.
Los sin código solo podían comprar en las tiendas durante 2 hr. al día.

Empezó el curso siguiente, y los gritos e insultos volvieron al "Nelson Mandela".
A la salida del colegio les perseguían y les tiraban piedras.
Yo no me volví a enfrentar a ellos.
No quería que me hicieran daño otra vez.

Al principio, Carolina me saludaba y yo hacía como que no la había visto.
A los pocos días dejó de saludarme.
Carolina lloraba.
Yo dejé de fijarme en el grupo de chicos que les insultaban.
Dejé de fijarme en los chicos del colegio.
Dejé de fijarme en mi amiga.

Una tarde fría, escuché las sirenas de la policía, iban rápido.
Pararon en el portal de Carolina, había mucha gente gritando y llorando.
Yo les veía desde mi ventana.
Después escuché más sirenas, ambulancias, más policías.
Bajé a ver qué pasaba.

Al llegar allí, había una niña tirada en el suelo, boca abajo.
La sangre salía de su cabeza.
Vi a Sofía, la madre de Carolina, gritando y llorando mientras un policía la sujetaba para que no cayese al suelo.
Vi a Mateo, su padre, sentado apoyado en la pared, llorando.

Escuché gritos.
Escuché llantos.
Escuché radios de policía.
Escuché sirenas de ambulancias.
Escuché algo de un suicidio.
Escuché Carolina.

Cada acto, cada palabra, cada gesto cuenta.
Desear el mal nunca es bueno, a nadie.
Gracias por leer mi segundo cuento.

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