Javi López ⛩️ Profile picture
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Feb 26, 2022, 41 tweets

Quiero compartir con vosotros una de las experiencias más impactantes de mi vida: subida al glaciar Cagliero 🏔️ atravesando la Laguna del Diablo 👹 con escalada por vía ferrata 🧗.

Un glaciar más pequeño pero menos masificado que Perito Moreno.

Mini guía por si te animas 🧵👇

Sé que hay noticias que nos quitan el sueño estos días, pero espero que este hilo consiga distraerte aunque sea por un rato.

Acompañaré la mini-guía-hilo con las fotos que saqué y os contaré anécdotas y folclore que nos fueron relatando los guías durante la marcha.

Salimos a las 8:00 del Chaltén, un pueblo de montaña rodeado de bosques, glaciares y cumbres nevadas.

Montañas como el Fitz Roy o el Torre se yerguen ante él como ídolos primigenios. Cimas que se han cobrado la vida de muchos alpinistas que se vieron sorprendidos por avalanchas.

Pero no tengas miedo. El Chaltén tiene numerosos senderos, bosques, cataratas y lagunas glaciares que pueden ser visitados por cualquier aficionado al hiking sin necesidad de equipamiento especial.

Si puedo yo, puede cualquiera 🙂

Tras dejar atrás el Chaltén, la furgoneta se adentra en el Parque Nacional Los Glaciares.

Cruzamos traqueteando algunos puentes de aspecto frágil, pero esto no impide que la mayoría vayamos dando cabezadas.

Tras una hora, llegamos a la "estancia" Los Huemules. Lugar que recibe su nombre del ciervo andino en peligro de extinción que en ocasiones, si eres afortunado, se deja ver por estos bosques.

Bajamos de la furgoneta estirando las piernas y sin poder evitar un ocasional bostezo.

La niebla baja desde las montañas adentrándose en el bosque y reptando entre los árboles como brazos fantasmales.

La guía, una alpinista experimentada, nos habla con voz segura y cantarina. Nos detalla la ruta que seguiremos y los animales que habitan en esta región.

Además de humeules, se pueden avistar ñandús (parecidos a los avestruces), guanacos (recuerdan a las llamas), pájaros carpinteros, zorros y cóndores en la Patagonia.

Y en la cúspide de la cadena alimenticia, el puma, del que por desgracia cada vez quedan menos ejemplares.

Tras las breves explicaciones, comenzamos por fin la marcha.

La energía del grupo ha cambiado y caminamos a buen ritmo por el bosque siguiendo el curso del río Cañadón de los Toros.

Nos acompañan el canto de las torrenteras y el murmullo del viento en las copas de los árboles.

Por el camino la guía nos va señalando diferentes arbustos y bayas y comentando sus propiedades: "Barbas de Viejo" (que crecen en las cortezas de los árboles), "Pedos de Bruja" (setas comestibles que pueden alcanzar un gran tamaño), hongos "Llaollao"...

Los Llaollao, nos cuenta, llamados "Panes de indio" por los nativos originales, son un hongo que ataca a los árboles intentando llegar a su savia.

El árbol se protege creando protuberancias en la corteza, transformándose en siniestros armazones de aspecto bulboso y tétrico.

Nos señalan también, mientras andamos, algunas bayas comestibles: chauras y calafates.

La leyenda tehuelche dice que cualquiera que coma la baya de calafate agridulce volverá a la Patagonia en un futuro cercano.

Seguro que en breve estaré de vuelta, pues me cebé como un pato.

También nos enseñan algunas bayas no comestibles y que debemos evitar, como la "Frutilla (fresa) del diablo". Si bien no es venenosa (aunque muchos piensan que sí), sin duda te hará visitar el baño antes de lo esperado.

Otro guía se entretiene recolectado setas durante la marcha. Y yo me entretengo también, pero en mi caso echándoles fotos. Me dejan un olor penetrante, a musgo y tierra, en las manos.

Seguimos ascendiendo un estrecho sendero que atraviesa el bosque.

Xoshem, la deidad del viento en las leyendas tehuelches, está hoy por fortuna aletargado. Hemos tenido suerte, nos comenta la guía, si no cambia el tiempo podremos subir hasta el glaciar.

Por fin, dejamos el bosque atrás y avistamos la Laguna del Diablo.

Al otro lado del lago hay un refugio de montaña. Una casita que se ve minúscula ante la inmensidad de la montaña.

«A veces preparan chocolate caliente». La guía sonríe, mirando en la dirección al refugio.

Pero nuestro destino es otro. Avanzamos por la ladera contraria hasta un "domo" donde los guías guardan el equipamiento y usan de refugio en los días de tormenta, cuando la lluvia o la nieve castigan con indolencia los cerros en los meses más fríos del año.

«Antes teníamos otro domo más cerca del glaciar», nos cuenta la guía, «pero hubo una avalancha de nieve y se desprendieron rocas de varias toneladas que arrasaron con todo. Por fortuna no había nadie dentro». Mientras la escucho miro con desconfianza a la montaña.

Tras equiparnos en el refugio, cruzamos un torrente llegando hasta el lago. A partir de este punto no se puede avanzar más sin escalar.

Equipados con cascos y guantes nos aventuramos por la vía ferrata.

A nuestros pies, deseando darnos una abrazo gélido, La Laguna del Diablo.

La travesía comienza fácil y se va complicando conforme avanzamos.

Durante 40 minutos escalamos la montaña concentrados. Cualquier resbalón, aún con la cuerda que nos asegura, puede ser peligroso.

El sudor nos resbala por la frente a pesar del frío que sopla desde el glaciar.

Llegamos al final de la vía ferrata con la adrenalina disparada. Todos conseguimos completarla sin incidencias, salvo algún resbalón o rozadura.

Caminamos unos últimos metros y tras una loma, por fin, asoma nuestro objetivo.

La lengua helada de un gigante dormido aparece entre la bruma, con la punta manchada de sedimentos, desafiando el paso de los siglos.

La excitación es palpable en el aire. ¡Vamos a subir al glaciar!

Apenas podemos esperar a que los guías nos ayuden a colocarnos los crampones. Nos advierten sobre cómo debemos caminar y el gran cuidado que debemos tener con las grietas.

Esto no es el Perito Moreno. Muy pocos grupos suben a este glaciar: debemos extremar las precauciones.

Piso el hielo nervioso. Los crampones penetran con fuerza la corteza helada y me permiten andar con paso algo titubeante al principio, pero que se vuelve más seguro conforme avanzo.

Caminamos en fila india y llevamos guantes: el hielo puede cortarnos las manos si caemos.

«Lo peligroso es que resbales y cojas velocidad como en un tobogán. Sin un piolet es muy difícil parar», me dicen.

Siento el frío que emana del hielo, me agacho y lo toco con las manos desnudas.

El paisaje es irreal. Me siento transportado a un planeta alienígena. El hielo adquiere formas caprichosas con azules intensos, casi imposibles, en las grietas más profundas.

Nos acercamos con cuidado a una grieta y la guía nos relata algunos accidentes que han ocurrido en el glaciar.

Durante el invierno es mucho más peligroso: algunas de las simas se cubren de nieve creando auténticas trampas mortales. Un paso en falso puede costarte la vida.

«Un helicóptero vino con un piloto y un guía a rescatar a un alpinista que había caído en una grieta. Por desgracia durante el aterrizaje una de las aspas dio contra el hielo y el helicóptero calló a tierra. El guía pudo saltar a tiempo pero el piloto pereció», nos relata.

Seguimos avanzando con paso firme, los pies algo separados para evitar tropiezos.

La niebla nos impide ver el cenit: el lugar con llanuras perpetuamente heladas en las que la nieve se va depositando y compactando. Allí nacen los glaciares, vestigios de la Edad de Hielo.

Los guías nos indican que paremos. Avanzar más podría resultar peligroso. Aquí termina nuestra marcha.

Nos sentamos en rocas encajadas en el hielo del glaciar y compartimos el almuerzo mientras observamos en silencio la inmensidad que nos rodea.

Un argentino ha traído una botella de whisky. ¡No podía faltar la tradición de brindar con hielo del glaciar!

Todos rechazan la copa. Yo acepto.

¡A vuestra salud! ¡Y a la del glaciar Cagliero!

Mientras degusto el licor, escucho a los guías.

Nos cuentan que el glaciar se mueve con lentitud parsimoniosa, pocos metros por año, pero su retroceso es rápido debido a la subida de las temperaturas por el cambio climático.

Taciturnos, nos explican que quizás en unos años ya no pueda siquiera visitarse.

«Antes hacíamos recorridos también por el Glaciar Viedma, pero ya no nos aventuramos por allí: las rocas sueltas de las morrenas se han vuelto peligrosas tras su retroceso».

Nos ponemos de nuevo en pie y comenzamos la travesía de vuelta. Como suele ocurrir en los regresos: la vía ferrata nos parece ahora más sencilla que antes.

Quizás por esa falsa confianza y el cansancio, un integrante del grupo sufre un resbalón que por fortuna no pasa de susto.

De vuelta en el refugio los guías nos preparan té caliente. La adrenalina ha dado paso a las endorfinas y el grupo se ha vuelto locuaz.

Con una taza humeante en las manos surge la camaradería. Hablamos y reímos, mientras recordando partes de la marcha.

Tras guardar los materiales y asegurar el refugio. Regresamos por el bosque, no sin girarnos varias veces, remisos a despedirnos de la montaña.

Durante el regreso, la guía me cuenta una trágica historia acontecida hace escasos meses: un alpinista al que conocía personalmente falleció en el Cerro Torre tras conseguir abrir una nueva vía que se había intentando escalar, sin éxito, desde los años sesenta.

El compañero del alpinista fallecido pudo regresar a duras apenas, con varias costillas fracturadas y sin apenas poder levantar los brazos. Fue un milagro que sobreviviera.

El cuerpo de su compañero no ha sido encontrado por los equipos de rescate. Su tumba será el Torre que tanto amaba. El cerro lo cubrirá para siempre con su manto blanco.

En un punto de la historia ella no se da cuenta, pero a mí se me escapa una lágrima.

«¿Por qué arriesgar así la vida?», le pregunto.

«Cada cual su montaña», me responde con ojos tristes.

Fin del hilo.

Si te ha gustado te agradecería muchísimo si vuelves sobre el primer tweet y haces RT 🙏 Eso me dará ánimos para seguir escribiendo.

Espero haber despertado en ti, al menos un poquito, las ganas de viajar.

¿Nos vemos en la montaña?

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