Son las idus de marzo (en latín idus era femenino).
En el 44 aC matan a Julio César.
Sale a subasta una moneda de oro acuñada por Brutus entonces para conmemorar el asesinato de Julio César.
Podría venderse por más de 2 millones de dólares.
Hace 2066 años, el hombre más poderoso de Roma -el más poderoso del mundo- está a punto de ser asesinado.
Nadie había llegado tan lejos como César en Roma. Había duplicado el tamaño del territorio que dominaban los romanos y había el logrado el control total de la ciudad.
Han pasado 2066 años desde el asesinato de César en y aun resuenan los ecos de esa acción.
En los días previos César había escuchado los augurios de un arúspice agorero que le había dicho "Cuídate de las idus de marzo".
César no sabía nada de la confabulación de los senadores para asesinarlo. Al contrario, estaba muy confiado en su dominio total. Sin embargo, algo irracional lo venía inquietando desde hacía días. Y eso se acrecentó con el vaticinio del arúspice.
El grupo de senadores que se había complotado para eliminar a César logró finalmente el apoyo de Bruto, cuya familia descendía del primer magnicida romano:
aquel que había terminado con la monarquía de comienzos de la historia y había instaurado la República hacía varios siglos.
Para los romanos, la monarquía era sinónimo de corrupción, violencia e injusticia.
Justamente el odio que César despertaba en el Senado era porque creían que reinstauraría la monarquía y que ya, sin título, se comportaba como un monarca absoluto.
Lo que tenía algo de cierto.
El día antes de su asesinato César cenó con Lépido. César le comentó que para él "la mejor muerte es la que acontece de manera repentina".
Toda la conversación, según Lépido, fue sobre la fugacidad de la vida y cómo la muerte nos alcanza y nos iguala a todos.
En medio de la noche -ya eran las idus de marzo- César se despierta sobresaltado porque hay soñado que volaba entre nubes y le estrechaba la mano a Júpiter.
Eso significaba que se le uniría en el cielo muy pronto. A su mujer le dijo: "Volvamos a dormir, solo ha sido un sueño".
Calpurnia, la esposa de César también tuvo una pesadilla: "Soñé que te veía morir apuñalado en mis brazos. ¡Debes cuidarte!".
"Lo único que debe temerse es el propio miedo", respondió César.
Julio César tenía que concurrir a una reunión del Senado que se celebraría en la Curia de Pompeyo.
Irónicamente fue asesinado en el edificio dedicado al hombre que había derrotado.
La curia de Pompeyo fue tapiada por Augusto, quizás incendiada. En su lugar se levantaron letrinas.
La historia (la leyenda) está plagada de avisos que César desoye:
al hacer los sacrificios matutinos, vio signos desfavorables.
Estuvo a punto de no ir a la Curia pero al final acudió.
Al salir por el vestíbulo de su casa su estatua cayó al suelo y se hizo pedazos.
Todo es negra premonición en las idus de marzo.
En su camino hacia la Curia de Pompeyo César se detuvo a observar las obras de su propio Foro y de la Curia Iulia, que avanzaban muy rápidamente.
Quizá pensó que estaba un paso más cerca de la gloria.
Antes de entrar a la Curia en la que moriría, alguien entregó a César un documento en el que se le advertía del complot para asesinarlo.
César guardó el documento para leerlo más tarde. No quería hacer esperar más a los senadores
César se encuentra al arúspice y le dice (este diálogo lo registran varios documentos históricos):
"Las idus ya han llegado y sigo vivo".
"Ya han llegado, pero aún no han terminado", respondió el adivino.
El asesinato de César fue un caos: un tumulto de senadores se abalanzó sobre él para apuñalarlo repetidamente.
Fue algo tan brutal que muchos senadores se hirieron a si mismos y a otros senadores.
César era realmente el rey del mundo. Estaban matando al hombre más poderoso que jamás había existido.
Los asesinos, a pesar de ser unos 60 los conjurados, tenían miedo. Y hacían bien: ninguno terminaría pacíficamente sus vidas.
En la serie Roma (HBOmax) se narra muy bien el apogeo y muerte de César y la entronización de Augusto.
Aquí el momento del asesinato de César.
Los asesinos de César corrían por las calles divulgando la muerte.
Los ciudadanos se encerraban en sus casas aterrorizados.
Era como si el mayor terremoto hubiera sacudido a la ciudad.
Todo parecía desvanecerse.
Era una historia nueva que estaba naciendo, pero nadie lo sabía.
El Senado quedó vacío.
Solo estaban el cadáver aun caliente de César y la fría estatua de Pompeyo.
Desde el mármol inmóvil disfrutaba la venganza contra su antiguo enemigo.
Suetonio, Shakespeare y tantos otros han atribuido a César como palabras finales distintas versiones de: "Bruto, tú también hijo mío".
Pero todas son falsas porque, si bien es posible que César pensara eso, no pudo proferir palabra.
De su boca solo manó un chorro de sangre.
La historia ama las ironías y el asesinato de César fue su obra cumbre.
Los senadores lo asesinaron para terminar con su tiranía, volver a la República y hacer inviable una monarquía.
Lo que lograron fue la guerra civil. Fue ganada por Augusto y ahí fundará el Imperio.
Cuando César es asesinado no existía una solo persona en el planeta que pensase que Augusto iba a desempeñar un papel importante en la política romana.
Era enfermizo, tenía 20 años (pero parecía casi un niño), apenas si sabía sostener una espada y no era muy bueno montando...
Es más: Augusto no tenía fortuna propia ni había tenido entrenamiento militar. Todo permitía augurarle un futuro mediocre.
Pero Julio César no creía eso y lo declaró su heredero. En su testamento adopta a Augusto y le lega todos sus bienes: la mayor fortuna del planeta.
Algo había visto César en ese joven enclenque (tenía en realidad 18 años). Y lo que vio era cierto porque Augusto fue el más hábil de los políticos de la Antigüedad.
Augusto no solo venció Cleopatra y Marco Antonio, y luego creó y gobernó 42 años el imperio, sino que sobrevivió a varios atentados y ganó casi todas las batallas.
Y las que no ganó militarmente, las ganó políticamente -incluso aprendiendo de la derrota-.
Al morir Augusto pudo decir en su testamento, con cierta soberbia, pero con veracidad:
"Encontré a Roma hecha de barro y la dejo cubierta de mármol".
(Foto: el Ara Pacis o Altar de la Paz, de Augusto, que se conserva entero)
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