🚨Hilo🚨
En 1902 se traficaba con un fino polvo blanco entre Suiza y Alemania. ¿Heroína, cocaína? Para nada, las 2 se vendían legalmente en cualquier farmacia.
Se traficaba con SACARINA. Pero, ¿por qué?
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La historia de amor de nuestra especie con el dulce polvo blanco (el azúcar, malpensados) es muy antigua. Empieza con la domesticación de la caña de azúcar, que se llevó a cabo hace miles de años en Papúa Nueva Guinea, Taiwán y el sur de China.
De ahí pasó a la India y desde la India los musulmanes introdujeron la planta (y la tecnología para procesarla) en el sur de España y Portugal, donde el clima permite su crecimiento.
Cuando la zona cambió de manos, los reinos cristianos siguieron explotándola y llevándola a latitudes más cálidas, como las Azores y las Canarias.
Pero es en el clima tropical donde esta planta crece más rápido, produciendo más azúcar con más eficiencia (y rentabilidad), por lo que españoles y portugueses empezaron a fundar plantaciones en el Caribe y Brasil, respectivamente.
Plantaciones que usaban principalmente mano de obra esclava de África. El binomio azúcar-esclavitud condicionó durante siglos la historia colonial del Caribe.
El azúcar era un producto de lujo que se guardaba bajo llave en las cocinas de los ricos americanos y europeos. Su precio se redujo sensiblemente cuando holandeses, franceses e ingleses empezaron a competir con el azúcar español y portugués.
En el siglo XVIII, era el producto más rentable de la ruta comercial entre América y Europa. Pero el resto de las naciones europeas dependían de los imperios coloniales americanos para acceder a un producto cada vez más demandado.
En Prusia, Federico el Grande subvencionó experimentos destinados a intentar extraer azúcar por métodos alternativos. En 1747, Andreas Marggraf aisló el azúcar de las remolachas y lo encontró en concentraciones del 1,3-1,6 %.
Su alumno, Franz Karl Achard, evaluó el contenido de azúcar de 23 variedades de remolacha y seleccionó una raza local de Halberstadt, en la actual Sajonia-Anhalt (Alemania).
La variedad recibió el nombre de "Weiße Schlesische Zuckerrübe", que significa remolacha azucarera blanca de Silesia, y presentaba un contenido de azúcar de aproximadamente el 6 % (el contenido de sacarosa de la caña es aprox. del 14 %).
Por un decreto real, en 1801 se inauguró en Kunern, Silesia (actual Konary, Polonia), la primera fábrica dedicada a la extracción de azúcar a partir de la remolacha.
Nunca fue rentable frente al azúcar de caña americano, pero abría una interesante puerta a las naciones sin imperios coloniales y con climas fríos en los que no podía cultivarse la caña de azúcar.
Es la misma historia que tenemos ahora con la dependencia europea del gas ruso y la independencia enérgética de que muy pocos países pueden presumir en la actualidad.
La suerte del azúcar de remolacha cambió durante las Guerras Napoleónicas, cuando el bloqueo británico cortó de raíz el flujo del azúcar americano hacia Europa. Napoleón mandó sembrar miles de hectáreas con remolacha para restar efectividad al bloqueo.
Esto estimuló el rápido crecimiento de una industria europea de la remolacha azucarera. Para 1840, cerca del 5 % del azúcar mundial procedía de la remolacha azucarera, y en 1880 esta cifra se había multiplicado por más de diez, hasta superar el 50 %.
¿Pero y el contrabando de sacarina? Ve al grano de una puñetera vez, por el amor de Dios. Ya vamos, no te impacientes: una vez más, Alemania innovó en el ámbito de los edulcorantes.
Allí, el químico Constantin Fahlberg estaba experimentando con alquitrán (no volverás a ver con los mismos ojos esa pildorita que te echas en el café) cuando percibió un gusto dulce en sus manos.
Para su sorpresa, acababa de identificar un edulcorante sintético. Pero no cualquier edulcorante sintético: uno 550 veces más dulce que el azúcar de caña o remolacha (spoiler: lo que te echas en el café obviamente no es sacarina pura, es una disolución acuosa).
Imagínate si fuera pura y el café fuese 550 veces más dulce que con una cucharadita de azúcar.
Fahlberg comenzó a producir sacarina en 1887 en su propia fábrica, pero el poderoso lobby alemán del azúcar de remolacha no se iba a quedar de brazos cruzados mientras un don nadie les echaba por tierra 100 años de desarrollo tecnológico/agropecuario.
Lanzaron una campaña de difamación (no lo tuvieron muy difícil, la verdad) tildando a la sacarina de dulce de alquitrán pegajoso e inmundo, presentando el azúcar natural como un producto natural y vigorizante.
Como no tuvo el éxito esperado, presionaron a los gobiernos, que ya habían defendido con vehemencia el azúcar de remolacha europeo frente al azúcar de caña de ultramar a mediante derechos de aduana (aranceles), sobre todo en Alemania.
Y muchos gobiernos europeos aprobaron leyes que restringían el uso de la sacarina a personas que no podían tomar azúcar por motivos médicos. Hacia 1902, en países como Alemania o Austria, la sacarina sólo se vendía en farmacias con receta médica.
La situación era diferente en Suiza. Allí la sustancia no era ilegal ni estaba gravada con impuestos altos. De hecho, en el país el azúcar se beneficiaba de una bajísima imposición fiscal.
No por convicción liberal, sino como medida para proteger a la industria chocolatera local ante costes excesivos. La diferencia entre el precio del azúcar y el de la sacarina se redujo y así la remolacha azucarera suiza evitó la fuerte competencia del producto sintético.
Producir sacarina era (y es) mucho más caro que el azúcar de remolacha o caña, pero como es 550 veces más dulce que el azúcar, resultaba más barata. Y esto la convirtió en un sucedáneo atractivo para las personas con menos recursos.
Vamos, que era el azúcar de los pobres, no como ahora, que es el azúcar de los que quienes quieren adelgazar.
Pese a las leyes que la prohibían, la gente humilde no podía renunciar a añadir sacarina al sustituto del café (achicoria) que tomaban, por lo que el mercado negro empezó a florecer.
Y así, toneladas de sacarina empezaron a abandonar el país helvético de forma ilegal rumbo a Austria y Alemania. Pueblos enteros vivían gracias al contrabando de sacarina.
Las ciudades suizas no se quedaron al margen del contrabando. En 1912, un diputado se quejaba de que en Zúrich mil personas vivían del comercio de la sacarina.
Los contrabandistas escondían los paquetes de fino polvo blanco bajo la ropa, la cosían en su ropa interior, la ocultaban en las cisternas de los retretes de los trenes, usaban vehículos con doble fondo.
Otros optaban por métodos menos ortodoxos, como los féretros cruzan la frontera con cientos de kilos de sacarina en lugar de los cadáveres de unos cuantos suizos transportados hacia su última morada en Constanza (Alemania), al otro lado del Rin.
Y también hubo quienes prefirieron mezclar el edulcorante con la cera de vela consagrada en el monasterio de Einsiedeln y enviada a Viena, donde luego la extraían otros fieles.
La mayor parte de las veces, las mulas que usaban los traficantes de sacarina eran personas de baja condición social, a veces incluso niños.
Las autoridades se mostraban impotentes ante el floreciente tráfico de sacarina: en Suiza, la policía tenía las manos atadas, pues en el país nada prohibía esta sustancia.
Al otro lado de la frontera, se crearon departamentos encargados de descubrir y desarticular el comercio del polvo blanco, al igual que hoy sucede con drogas como la cocaína y la heroína.
En Alemania se fundó la “Oficina Central para luchar contra el tráfico de edulcorantes artificiales”. Solo en 1912, en las fronteras suizas se detuvo a 931 contrabandistas cargados de sacarina.
Las medidas de las autoridades hicieron que las estructuras de contrabando se profesionalizasen y, muchas veces, la sacarina en circulación se mezclaba con yeso o sosa para pasar desapercibida en los controles.
Tal fue el impacto del contrabando de sacarina que pasó a la literatura. En 1913, Eduard Ehrensperger-Gerig publicaba Der Saccharinschmuggler [El contrabandista de sacarina].
Su protagonista es un tipo corriente que necesita dinero y poco a poco se va convirtiendo en un mentiroso, en un criminal, sumergiéndose “en el abismo sin fondo de la depravación, la traición y la crueldad”.
¿Te suena de algo el argumento?
El contrabando de sacarina fue una actividad muy lucrativa pero muy breve. Con el estallido de la 1.ª Guerra Mundial y el bloqueo marítimo a las potencias centrales, los sucedáneos de todo tipo tuvieron gran demanda (Imagen: consumo de sacarina en Alemania).
Entre ellos la necesidad de edulcorantes, por lo que se derogó la legislación que prohibía la distribución al público de la sacarina, llegando a su fin la edad de oro del contrabando de esta sustancia.
El sociólogo austríaco Roland Girtler considera este comercio de sacarina como el “precursor del tráfico de drogas”.
Y tú, ¿cómo te tomas el café o el té?
Y eso es todo por hoy. Si te ha gustado, retuitea el primer tuit del hilo (y dale a “Me gusta”) para darle más difusión al contrabando de sacarina. Sígueme para más hilos y batallitas de lo más variopinto, y…
…únete a la conversación. ¿Qué te parece la sacarina? ¿La prefieres al azúcar convencional o no puedes verla ni en pintura? ¡Buen fin de semana!
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