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Fútbol. Cine. Música.

May 19, 2022, 98 tweets

Fernando Redondo marcó el modo en el que toda una generación percibe la figura del mediocentro.
 
¿Fue para tanto el argentino?

Absolutamente. En este hilo trato de explicar los motivos por los que Redondo se convirtió en una unidad de medida futbolística.

#LaLigaLegends

Para estructurar el hilo he creado algunos puntos que considero claves en la carrera del jugador y que serán desarrollados en los siguientes tuits.

Supongo que es café para muy cafeteros, pero espero que a algunos os guste esta mirada retrospectiva.

Allá vamos.

Fernando Carlos Redondo Neri, apodado ‘El príncipe’, nació en Buenos Aires en 1969. Creció en el seno de una familia acomodada. Su padre era propietario de una cadena de frigoríficos y la familia vivía en Adrogué, una zona residencial situada a las afueras de la ciudad.

Criado en las categorías inferiores de Argentinos Juniors, en 1985 debutó con este club en la máxima categoría de su país ante Gimnasia y Esgrima. Tenía 16 años. Permaneció allí 5 temporadas, destacando por su manejo de balón, sus dotes como organizador y su fuerte carácter.

Campeón del Mundo Sub16 y gran esperanza para el rescate de la figura del viejo cinco argentino, Redondo siempre se mantuvo fiel a su ideario. Cuentan que pidió a Bilardo que no le llevara al Mundial de Italia (1990) para poder preparar los exámenes de la carrera de Económicas.

Bilardo accedió, pero no se lo perdonó. Tampoco lo hizo una parte de la hinchada, que había depositado en aquel joven la esperanza de que tomara las riendas de la albiceleste. La suya fue siempre una relación de amor y odio.

En el inicio de la temporada 90/91, todos los jugadores de Argentinos Juniors quedaron libres debido a un descuido burocrático del club. Si bien lograron llegar a un acuerdo con gran parte del plantel, se les escapó su principal figura. Fernando Redondo, tentado por algunas…

… escuadras del poderoso Calcio italiano, sucumbió a los cantos de sirena del exjugador y técnico argentino Jorge ‘Indio’ Solari, por entonces preparador del CD Tenerife, que ese mismo año había reclutado también a otro compatriota: Gerardo ‘Tata’ Martino.

Jorge Solari, padre del también exjugador Santiago Solari y a la postre suegro de Redondo, fue cesado en abril de 1992 por Javier Pérez, presidente del club tinerfeño, al incurrir el equipo insular en riesgo de descenso a Segunda.

El sustituto fue Jorge Valdano, uno de los elementos decisivos en la modernización de LaLiga y la forma de entender el juego, junto a otros fenómenos sociales y futbolísticos de la época como la Quinta del Buitre y el Barça de Cruyff.

El impacto de Valdano en el Tenerife fue brutal. Ocupó el banquillo los últimos ocho partidos de aquella temporada, salvando al club de la caída al averno. En las dos siguientes (92/93 y 93/94), escribió uno de los episodios más recordados de nuestra época.

Llevó al Tenerife a Europa y privó al Real Madrid de dos campeonatos ligueros de forma consecutiva, ambos en la última jornada. Valdano, con pasado madridista, dijo que ojalá algún día pudiera devolver al club lo que le había quitado.

Aquel Tenerife tenía jugadores excepcionales. Valdano se rodeó de talentos sudamericanos como el propio Redondo, Latorre, Ezequiel Castillo y Chemo del Solar, así como de jugadores nacionales de buen pie como Estebaranz y Felipe Miñambres, hoy director deportivo del @LevanteUD.

El juego de Redondo zarandeó el avispero del fútbol español. De apariencia elegante, tenía clase para manejar el balón y carácter para bucear en las profundidades más primitivas de este deporte.

Era capaz de tirar un caño en la misma jugada que clavaba su codo en la nuez de un contrario. Aquello despertó el recelo de rivales y aficionados.

Nunca se amilanó. Muchas de las lesiones que tuvo en su carrera se debieron a entradas criminales. No lo reprochó jamás.

En una entrevista de Santi Segurola de 1993 ya dejaba clara su plena adhesión a los viejos códigos. “Desde muy chico me enseñaron que en el fútbol hay ciertas normas que respetar. Para mí, es algo inquebrantable”, recalcaba.

Alberto Sanjuan hablaría sobre ello años después:

“Redondo es feroz defensor de los viejos códigos que aprendió en los potreros en los que empezó a jugar al fútbol. Leyes no escritas que hablan de compromiso, compañerismo y honorabilidad. De respetar y hacerse respetar. Reglas que Redondo aplica sobre el césped y fuera de él”.

En Tenerife demostró ser un mediocentro con alma de mediapunta. De haber sido su cuerpo tan veloz como su cerebro, se habría convertido en uno de los grandes dieces de la historia.

Como no lo era, tuvo la inteligencia y la humildad para construir una fortaleza donde había debilidad. Se transformó en el mejor cinco que muchos hemos visto jugar.

El propio jugador se lo explicaba a Segurola: “El mediocentro es el distribuidor. Hay diferentes sectores del campo donde te tienes que mover de forma diferente. En el centro del campo, uno debe mover rápido la pelota…

Y de tres cuartos hacia adelante es donde tengo libertad para hacer lo mío, la habilidad. No tengo que mostrar siempre lo mío”.

De este modo, Redondo fue un jugador único. Tenía el regate y la técnica de un trescuartista, la inteligencia táctica y las aptitudes defensivas de un

doscuartista y la fiereza de los centrales más rudos de aquellos tiempos. Otros coetáneos de Redondo, como Mauro Silva, eran pivotes excepcionales. El brasileño, por ejemplo, era superior al argentino en algunos aspectos, pero no era tan completo.

En la primavera de 1994, Ramón Mendoza, presidente del Madrid, contrató a Valdano para liderar una revolución en el equipo merengue, sometido por el Dream Team de Cruyff y limitado por una Quinta crepuscular. Una de las primeras peticiones del técnico argentino fue el fichaje de

Redondo como piedra angular en torno a la que construir su proyecto.

Mendoza, no muy distinto de Florentino Pérez en su gusto por el intervencionismo en la planificación deportiva, se decantó por Valdano pero dejó entrever cierta desconfianza hacia este y sus decisiones.

Era un presidente propio de su época. Voluble, caprichoso, consentidor con los jugadores. En cierto modo, algunos males actuales del club blanco florecieron bajo su mandato.

En 1993, un año antes del desembarco de Valdano, Mendoza ya trató de fichar a Redondo. Berlusconi, dueño

del colosal Milan de aquella época, buscaba un recambio para Rijkaard y también tentó a Redondo. Mendoza, que sentía fascinación por el Milan, dudó de Redondo y se planteó reclutar a Rijkaard, que unos años antes había sido pieza clave en el naufragio europeo de la Quinta.

El presidente Javier Pérez exigió un pago de 1.500 millones de pesetas (9 MM €) y retuvo al jugador un año más, pese a las propuestas de Milan y Juventus.

Finalmente, Redondo firmó por el @realmadrid en mayo de 1994. El coste del fichaje fue de 525 millones de pesetas (3 MM €) y los traspasos de Víctor y Ramis. Valdano tenía al fin el vértice inferior de su rombo. El superior sería Laudrup, pero esa será otra historia que contar.

Asegurado su pase al equipo merengue, Redondo disputó con Argentina el Mundial de EE.UU. (1994), que a la postre fue el único en el que participó. Su enfrentamiento con Pasarella y su posterior renuncia cuando Marcelo Bielsa lo reclamó, alegando menoscabo físico…

supusieron un recorrido discreto con la Selección de su país, quizás uno de los dos nudos que quedaron por deshacer en su carrera.

Durante la pretemporada de la 94/95, el Madrid disputaba el recién creado Torneo Euskadi en el viejo San Mamés cuando, en un polémico lance del partido contra el Athletic, Richi Mendiguren cazó a Redondo y le rompió el ligamento interno de la rodilla izquierda.

Los médicos diagnosticaron una baja de al menos dos meses. Mendoza, encendido, aseguró que la lesión la produjo el jugador del @AthleticClub de forma intencionada. Ángel Cappa, segundo de Valdano, fue más allá y afirmó que veía en aquella acción “un ligero tinte xenófobo”.

Lo cierto es que el historial de Redondo en territorio vasco no había sido halagüeño durante su periplo tinerfeñista. Unos meses antes de aquella entrada de Mendiguren, durante un choque entre Athletic y Tenerife, Redondo alcanzó a Guerrero y San Mamés, temerosa por su ídolo…

… se volvió contra el ‘5’ argentino, dejando entonces una cuenta pendiente. Mábel Galaz informó en su crónica para El País que en el Torneo Euskadi “la tensión de la grada se contagió en el campo”.

Cappa fue muy severo con lo sucedido:

“Los jugadores del Athletic se dejaron influir por el público de San Mamés. No creo que sea una casualidad que Fernando haya sufrido lesiones similares ante la Real Sociedad y Osasuna y que Schuster y Maradona tuvieran en el pasado problemas parecidos”.

A diferencia de Mendoza y Cappa, Redondo aplicó una de las leyes del fútbol. “De Mendiguren no hablo. Lo que pasa en el terreno de juego cuando termina el partido se me olvida. El fútbol es así y suceden cosas como esta”, declaró. Mendiguren agradeció su postura públicamente.

En octubre de 1994, cuando el brillante periodista Julio César Iglesias escribió en El País una columna titulada ‘El efecto Redondo’, en la que definió algunos de los principios fundamentales de Redondo en su forma de jugar y entender el fútbol:

“Seguirá considerando el partido como una compleja operación militar en la que la agresividad, la prudencia, la propaganda y la diplomacia deben sucederse y alternarse según convenga al único de los objetivos posibles: la victoria final”.

Cuando Redondo regresó, el Madrid había aprendido a vivir sin él. Valdano había colocado a @Luismillacoach como ‘5’ y el equipo fluía. Sin la exuberancia física y técnica de Fernando, Luis, criado con Cruyff, se asociaba con sencillez y transitaba la pelota con soltura.

Aquella situación provocó un cisma en el Madrid y su entorno. A un lado, los partidarios de mantener lo que funcionaba. Al otro, los que pedían la entrada de la rutilante estrella. Valdano, vacilante, acabó por dar entrada a Redondo frente al Compostela.

“Quitar a Milla es la medida más dolorosa que he tomado desde mi llegada. Ha completado un periodo extraordinario”, reconoció el técnico.  

Dos meses después de su debut, a Redondo lo volvió a romper Jokanovic en un partido ante el @RealOviedo. Le hizo trizas la rodilla derecha.

Carlos, delantero astur, acusó al argentino de querer humillar a su compañero, dejando entrever que Redondo se mereció el castigo infligido.

La alternancia con Milla se prolongó durante toda la temporada. Valdano llegó incluso a disponer un doble pivote formado por ambos, desdibujando el 442 en rombo que había sido una de sus señas de identidad.

Aquello no cuajó, por lo que se mantuvo una rotación favorecida por las lesiones del mediocentro argentino.

La 94/95 terminó con el Madrid campeonando frente al Deportivo de Arsenio, impulsado por un estilo vistoso y combinativo, la suficiencia de Hierro y Sanchis, la elegancia de Laudrup, los goles de Zamorano y la aparición de Raúl y Amavisca. El mejor Redondo estaba aún por llegar.

El siguiente curso arrancó con uno de los hitos más recordados en la carrera de Redondo. Pasarella, seleccionador argentino obsesionado con la uniformidad, exigió a sus jugadores que se cortaran el pelo. Esta imposición marcial no gustó a Redondo, que se negó.

Pasarella no cedió y dejó de convocar a uno de los mejores jugadores de la historia por una absurdez propia de un mentecato. Redondo encontró el apoyo de Maradona.

En el Madrid las cosas se torcieron. Mendoza no había satisfecho en verano las pretensiones de Valdano, que había pedido a Baggio y más tarde a Guerrero. Trató de convencer a un joven De la Peña para relevar a Michael Laudrup. Le brotaron los problemas en un vestuario dividido.

Aquello tuvo reflejo en el campo, donde ya no se vio el Madrid brillante del ejercicio anterior.

Redondo, que en la 95/96 pasó a lucir el dorsal ‘6’ tras requerir el ‘5’ el histórico Manolo Sanchís, fue uno de los principales focos de la crítica y la grada.

Aún no se había llegado a octubre y en el Bernabéu ya sonaba la música de viento en su contra, especialmente tras un partido contra el Oviedo.

Valdano fue cesado en enero de 1996, tras una infausta derrota frente al @RayoVallecano con dos goles de Guiherme.

Tras una breve interinidad de Vicente del Bosque en San Mames, tomó los mandos el veterano Arsenio Iglesias, artífice del SuperDépor, que meses atrás había finalizado su ciclo con los coruñeses.

Aquello no funcionó y el año terminó de forma muy convulsa, con el Madrid fuera de competiciones europeas y una crisis tan severa que se llevó por delante al presidente Mendoza.

Lorenzo Sanz fue elegido como nuevo mandatario del club blanco y lideró la transición hacia Capello.

Sanz logró ilusionar al madridismo. Fichó a Capello, que había sucedido a Sacchi en el Milan con un estilo más ortodoxo pero también exitoso. De la escuela clásica de entrenadores italianos, Capello construyó un Madrid granítico, acorazado.

Aunque dispuso de una plantilla corta, el nuevo presidente fue capaz de surtirle de fichajes rutilantes que completaron un fantástico once titular.

Redondo, tras la pérdida de su valedor, despertó inicialmente el recelo del italiano. Capello formuló su Madrid bajo el imperio del 442 clásico. Ante la ausencia de jugadores zurdos y el riesgo que Redondo asumía en la salida de balón…

… tuvo la pretensión inicial de ubicarlo en la banda izquierda, sabedor de que Roberto Carlos sería capaz de batir toda la banda.

El argentino se negó. Consideraba que no tenía las aptitudes necesarias para jugar desplazado en banda y que debía estar en el centro de mando.

La postura del club era ciertamente indefinida. En junio y julio se había rumoreado incluso la salida del jugador, que recibió ofertas para jugar en Brasil y Argentina. Finalmente decidió permanecer.

El arranque de la 96/97 mostró un Madrid eficiente, pero árido. Capello, a quien demandaban un juego más vistoso, terminó cediendo y acopló en el doble pivote a Redondo, ausente en las primeras jornadas por lesión.

Su entrada activó a otros jugadores como Mijatovic, Suker y Raúl y lubricó las vías de circulación del conjunto.

El Madrid fue un rodillo. La pareja que Redondo formó con Seedorf sigue siendo hoy una de las más recordadas de LaLiga.

El argentino aportó la dosis necesaria de creatividad y talento y enriqueció su versatilidad táctica. Capello terminó rendido ante sus habilidades, subrayando su inteligencia y su carácter. Años después, el italiano lo incluyó en el XI con los mejores jugadores que entrenó.

En 2007, Redondo confesó que con Capello disfrutó menos en el campo: "Al principio ganábamos por la categoría individual, pero se fue perdiendo la rigidez y Capello no decía nada. Si me hubiera pedido que marcara al ‘10' contrario, le hubiera dicho no".

Capello duró un año. Ganó el campeonato, pero aceptó la oferta de Berlusconi para regresar al Milan. Sanz dio un volantazo y buscó un entrenador propositivo, Jupp Heynckes, que se convertiría en el protagonista de uno de la reconquista de Europa.

Heynckes había construido con éxito equipos dinámicos y de buena elaboración en Bilbao y Tenerife. Al llegar al Madrid trató de recuperar el 442 en rombo, con Redondo en el vértice inferior, Seedorf en banda derecha y Raúl en la mediapunta.

El vestuario se acomodó tras la pérdida de la rigidez impuesta por Fabio Capello.

La temporada 97/98 fue para aquel Madrid la primera de muchas en las que se mostró holgazán, capaz de lo mejor y lo peor.

Desprovisto de un líder al frente, se sucedieron técnicos como Heynckes, al que no libró ni la consecución de la Champions, Toshack y Hiddink. El mando del club pasó a manos de los jugadores, vanidosos y seguros de que su calidad individual sería suficiente.

En aquel Madrid irregular, Redondo brilló con más fuerza y se elevó como dominador del mediocampo. Conquistó Europa al modo de los grandes emperadores. Cuanto más trascendente era la cita, mayor era su jerarquía. Segurola lo reflejó en ‘El gran cinco’, una de sus columnas:

Fue una pieza clave en la consecución de la séptima Copa de Europa del Madrid, tras una sequía de más de tres décadas. No solamente en la final contra la Juventus de Lippi, donde se elevó como un futbolista superior frente a una escuadra excepcional que…

… contaba con nombres como Deschamps, Davids, Zidane o Del Piero. En la semifinal de aquella edición, completó una memorable actuación en el Westfalenstadion de Dortmund.

Redondo lució con fulgor durante aquel trienio transcurrido entre 1998 y 2000. No hicieron falta equipos bien armados tácticamente, ni unidad en el vestuario, ni estabilidad en el banquillo, aliviada finalmente con la consolidación de Vicente del Bosque en 1999.

Es icónica la jugada en Old Trafford en la que escapó de la marca de Berg con un taconazo, llegando a la línea de fondo con la claridad para asistir a Raúl, que remató solo. Ferguson no podía creer lo que había pasado.

Dijo el brasileño Savio que aquella jugada sería recordada por más de 100 años. Aquel rush final en la Champions de 2000 fue el punto álgido de su carrera.

Especialmente recordada es una anécdota sobre la final de Champions que el Madrid disputó en París con el Valencia.

Llegaban lanzados los de Cúper, impulsados por su firmeza defensiva y un centro del campo de rendimiento formidable: Mendieta, Gerard, Farinós y Kily González.

Llevaban semanas siendo alabados como la mejor línea media del momento.

De hecho, se daba al Valencia como favorito. Del Bosque, debido a la fragilidad defensiva que encontró a su llegada, había armado un 532 inusual en el Madrid.

Redondo pivotaba la zona central, escoltado con dos interiores livianos como McManaman y Raúl.

Helguera, el otro centrocampista puro que le quedaba a Del Bosque, ejercía de líbero ante las lesiones de Fernando Hierro.

Cuentan que Redondo miró a los ojos a Gerard y Farinós en el túnel de vestuarios y que después le dijo a Raúl: “De estos dos me ocupo yo”.

El Madrid arrasó al Valencia y Redondo devoró el a sus rivales, erigido como un mariscal invicto, capaz de someter por intimidación a los contrarios.

Escribió Segurola: “Hay algo de orgulloso en su manera de afrontar los partidos. Cuando sale a jugar esta clase de encuentros…

… parece que dijera ‘yo soy Fernando Redondo y tú no’. Le gustan esa clase de choques donde hay prestigio en juego y algo de exhibición pública, cosa que la mayoría de los jugadores no pueden soportar. Otros, sí. Redondo es uno de ellos”.

Curiosamente, la final de aquella Champions, octava para los blancos, fue a la vez el cénit y el fin de Redondo en el Real Madrid. Envalentonado por la conquista, Sanz decidió adelantar las elecciones a la presidencia del club, convencido de su éxito.

Lorenzo Sanz era una reminiscencia del presidente prototípico de los años 80 y 90, en los que la gestión del fútbol fue deficitaria y poco profesional. La planificación deportiva bajo su mandato fue cuestionable y su gestión económica colocó al club al borde de la quiebra.

Nunca imaginó el escenario que se le avecinaba. Un empresario tan exitoso como desconocido para el hincha, Florentino Pérez, se presentó como alternativa. A Pérez le había arrebatado la victoria Mendoza en las elecciones de 1995, cuando llegaron a votar los muertos.

Aprendida la lección, Florentino acudió al envite con el fichaje de Figo como baza electoral, un bombazo insólito en el fútbol. Redondo apoyó públicamente a Sanz durante la campaña. Pérez ganó en las urnas y cuentan que nunca perdonó que el jugador argentino se decantara.

Enfriada la relación con el club, Berlusconi volvió a la carga con el fin de satisfacer un viejo anhelo. Era la tercera vez que el Calcio tentaba a Redondo. Y a la tercera fue la vencida. El Madrid lo traspasó al Milan a cambio de 3.000 millones de pesetas (18 MM €).

Florentino se excusó en la voluntad del jugador. De nada sirvió el deseo de Del Bosque ni de los capitanes. Florentino fue inclemente.

El vacío que dejó Redondo provocó conmoción. Se produjo una manifestación a las puertas del Bernabéu clamando contra la venta del jugador.

El dinero recibido fue invertido en la compra de Flavio al Deportivo, que terminó siendo un absoluto fiasco. A pesar de éxitos posteriores, ningún mediocentro fue capaz de hacer olvidar a Redondo hasta la llegada de Xabi Alonso casi diez años después.

Aquel fatídico mes de julio de 2000, el Madrid dejó marchar a quien, según Menotti, era el mejor jugador que había dado Argentina después de Maradona (aún no había llegado Messi).

Alberto Sanjuan, en la columna aludida al comienzo de este hilo, afirmaba que la adhesión de Redondo a los códigos del fútbol era lo que explicaba la decepción con la que el jugador recibió su venta al Milan, que sintió como una traición.

El paso de Redondo por Milán fue una concatenación de desdichas, de lo que trató de valerse Florentino para reforzar su decisión. Se lesionó al poco de llegar a la escuadra italiana. Aunque se estimó una baja de seis meses, nunca volvió a su nivel.

Tardó más de dos años en jugar un partido oficial, llegando incluso a renunciar a su salario mientras permaneciese lesionado.  

Su regreso se produjo poco antes de la visita que el Milan hizo al Madrid en la fase de grupos de la Champions de la 2002/2003.

Los días previos al partido sirvieron para reverdecer viejos laureles y reabrir heridas que no habían cicatrizado bien. Recibió la ovación de la grada que le había negado Pérez, pero su estrella se había apagado.

Finalmente, Redondo anunció su retirada en noviembre de 2004, muy castigado por las lesiones. Atrás quedaron los días en los que había dominado Europa, difuminando las fronteras entre el talento y el carácter. Entre el caño y el codazo. En definitiva, entre el diez y el cinco.

Esto ha sido todo.

Si habéis llegado hasta el final, enhorabuena.

Por favor, si os ha gustado os agradecería que dejarais por aquí un like o un RT.

Si tenéis propuestas para realizar otro monográfico de este tipo, tengo abiertos los MD.

Un saludo.

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