Hilo sobre la comunión espiritual
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En la estructura de los sacramentos se diferencia el efecto (res et sacramentum) del fruto o de la gracia que concede el sacramento a quién lo recibe (res tantum).
El efecto es lo que objetivamente sucede en el sacramento (ex opere operato) mientras que la gracia es la eficacia del sacramento en quien lo recibe.
Así, el efecto del sacramento de la Eucaristía es la presencia real de Cristo bajo la especie del pan y del vino; y la gracia de la Eucaristía es la comunión con Jesucristo que se produce en el fiel cuando comulga.
En la Eucaristía está verdaderamente presente Jesucristo, ese es el efecto que producen las palabras de la consagración del sacerdote. Pero la Eucaristía ha sido instituida para ser comulgada y así dar la gracia de la comunión del fiel con Jesucristo.
Pongamos un ejemplo para aclarar. Un completo pagano desconocedor de la fe cristiana se pone en la fila y comulga. ¿Recibe el Cuerpo de Cristo? Sin duda. ¿Entra en comunión con Él? De ningún modo, pues esto requiere de su participación; lo recibe sin fruto, no recibe la gracia.
Para que la Eucaristía dé fruto se requieren una serie de condiciones por parte de quien la recibe: que esté en gracia, que sea consciente, que quiera unirse a Cristo, etc. La forma ordinaria en que se nos da la gracia para que produzca fruto son los sacramentos.
Sin embargo, Dios no está atado a los sacramentos. Él puede dar la gracia aunque no se reciban los signos sacramentales. Cuando alguien muere deseando el bautismo, se dice que ha recibido el bautismo de deseo; ha recibido la gracia del sacramento sin recibir el sacramento.
De modo que Dios puede conceder la gracia y el fruto de un sacramento a alguien sin que participe sensiblemente de él. Esto es algo extraordinario (ya que ordinariamente la gracia se da en los sacramentos) pero posible en algunos casos.
En la comunión espiritual, el fiel recibe la gracia del sacramento (la comunión total con Cristo) como si hubiera comulgado físicamente, siempre que la haga con fe y con el deseo de recibir esa gracia en esa forma extraordinaria.
En la comunión espiritual, en que se hace ese acto total de fe y de petición de comunión a Dios, el fiel entra en comunión verdadera con Cristo, ya que, no pudiendo comulgar sacramentalmente, pide sin embargo la gracia extraordinaria de la comunión fuera del sacramento.
Dios, que es bueno, concede esta gracia a quien se la pide con fe, que recibe entonces la gracia de la comunión con Cristo que puede dar el mismo fruto que la comunión sacramental. Todo esto está expresado en esta fórmula de comunión espiritual, que recomiendo:
Creo, Jesús mío,
que estás real
y verdaderamente en el cielo
y en el Santísimo Sacramento del Altar.
Te amo sobre todas las cosas
y deseo vivamente recibirte
dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo
ahora sacramentalmente,
ven al menos
espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya os hubiese recibido,
os abrazo y me uno del todo a Ti.
Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti. Amén.
Hoy es el día de la cátedra del Apóstol san Pedro, signo y garantía de unidad de todos los católicos que están en comunión con el santo Padre. Él es el sucesor de Pedro, y no tanto su persona, sino sobre todo su figura es garante de la unidad de la Iglesia y la verdad de la fe.
El Papa es la roca sobre la que Cristo ha edificado su Iglesia, a la que el infierno nunca derrotará. La comunión con él es esencial a la fe católica. Porque, como nos recordó hace poco el cardenal Sarah, ubi Petrus, ibi Ecclesia: donde está Pedro, allí está la Iglesia.
Obviamente no se me escapa que el santo Padre genera muchas reacciones variadas. Él mismo ha dicho que no todo lo que dice es Magisterio infalible. En mucho de lo que dice y hace, él trata de orientar a la Iglesia por donde siente que el Señor la quiere llevar.
"Actualmente no hay solo un abandono de la fe, no hay solo un ateísmo cada vez más extenso; no estamos solo ante el hecho de que la mayor parte de los hombres solo tienen una visión intramundana de la vida. Hay todavía otra cosa:
en el mismo interior de la Iglesia nacen y se consolidan formas más o menos visibles de herejía. En esa línea decía Pablo VI: “Se viene afirmando dentro de la Iglesia un pensamiento que no es cristiano”.
En la Iglesia existe algo que es más pernicioso que el ataque exterior contra la fe. Lo más pernicioso es que el mundo intenta deslizarse en el interior de la Iglesia, para cambiar de esa manera la sustancia del cristianismo y convertirlo en una religión intramundana.
La libertad de conciencia es uno de los grandes bienes que ha aportado el cristianismo al mundo. La conciencia es el sagrario del hombre donde resuena la voz de Dios y él discierne y decide qué debe hacer y qué debe evitar. Nadie está sobre la conciencia, solo Dios.
Se ha vulnerado esta libertad muchas veces en nombre de Dios, de la religión (incluida la Iglesia), del bien común, de la ideología, de la Patria, etc. En una sociedad de Derechos Fundamentales se supone que esta libertad debería estar ya totalmente fundamentada.
Esta libertad implica formar bien la conciencia para vencer cualquier obstáculo que pueda dificultar conocer y adherirse al bien evitando el mal. Pero en última instancia es la persona la que decide, podemos formar las conciencias pero no sustituirlas.
"A menudo se toman importantes decisiones internacionales, sin una verdadera negociación en la que todos los países tengan voz y voto.
Con frecuencia, el centro de interés de las Organizaciones Internacionales se ha trasladado a temáticas que no están relacionadas con su fin propio, dando como resultado agendas cada vez más dictadas por un pensamiento que reniega de los fundamentos naturales de la humanidad.
Considero que se trata de una forma de colonización ideológica, que no deja espacio a la libertad de expresión y que hoy asume cada vez más la forma de esa cultura de la cancelación. Se está elaborando un pensamiento único muy peligroso".
En estos tiempos aciagos
en que sombras nos envuelven
mis ojos a Ti se vuelven
despreciando los halagos.
Las verdades que revuelven
se silencian en tus pagos…
Falsos profetas levantan
al unísono sus voces,
proclamando falsos goces
como verdades que faltan
a tus palabras, que, atroces,
sin escrúpulos asaltan:
“¡Otros tiempos eran esos!
La verdad no es inmutable,
este dios, de puro amable,
ha perdido ya los sesos,
pues considera aceptables
todos los antaño excesos”.
Los magos de oriente habían visto brillar la estrella en Jerusalén y, conforme a la profecía de Balaam, se pusieron en camino hacia Jerusalén, donde había de nacer el Rey del mundo entero. Cada uno llevaba un don. La primera noche el diablo se apareció al Melchor.
- ¿Por qué vas a regalarle oro al Rey? ¡Seguro que tiene mucho! ¡Vaya regalo más inútil! Al llegar a Él vas a quedar fatal llevándole un don que no le va a aportar nada. Más valdría que te retirases antes que presentarte ante el niño con ese don sin sentido.
Melchor ignoró al enemigo y se sonrió para sus adentros. Toda la noche estuvo el demonio tratando de disuadirle de su viaje. Le dijo que al Rey le desagradaría su regalo, que le despreciaría, que se reirían de él los demás, pero nada borraba la sonrisa de sus labios.