En su enseñanza, no ha habido ni cerca alguien con un estándar de valores morales más altos que él.
Y no solo eso, sino que vivió a la altura de lo que enseñaba. Jamás pidió a alguien algo que él mismo no hiciera.
Milagros en las personas. Milagros en las cosas.
Sanó enfermos, resucitó muertos, echó fuera demonios.
Multiplicó el alimento, caminó sobre el agua, dio órdenes a la naturaleza, al viento y a las olas.
Y así, al tercer día se cumplieron de nuevo sus palabras. Comprobando así que todo lo que dijo era verdadero.
No hubo una sola acusación en su contra, nada malo que decir de él, solo que se hacía llamar Hijo de Dios.
Lo creamos o no, eso sucedió.
Él es el camino a seguir, la verdad a creer y la vida a vivir.