Hoy tuve el placer de charlar con colegas internacionales a quienes relaté los últimos 5 meses del país. Fue interesante recapitular en esta circunstancia tan particular.
Debería empezar por el principio: cómo, por qué ganó y qué esperanzas representaba Alberto Fernández. #Hilo
Debería empezar por el principio: cómo, por qué ganó y qué esperanzas representaba Alberto Fernández. #Hilo
Primero hay que decir que su campaña electoral fue al hueso: heladera llena, que vuelva el asado, encender la perilla, ponerse de pie. Puso en práctica la regla de oro del anti-duranbarbismo: dejar de lado las abstracciones ingeniosas para llevar un mensaje claro a la mesa.
El negativo de esa estrategia la sufrió Mauricio Macri en carne propia. Cuando se deshizo de los teóricos del Whatsapp y decidió peronizarse en una caravana del sacrificio con Pichetto, salvó el honor con la remontada entre las PASO y la elección, pero ya era muy tarde.
Otro acierto de #Alberto: sólo quedó Lavagna afuera del armado peronista para traccionar macristas desencantados. Macri se encerró en el purismo y dejó ir 4 puntos de centroderecha (Espert y Centurión). “Separa y dejarás de reinar”, podría haber escrito Macri en Santa Elena.
#Fernández ensambló una nueva personalidad con elementos dispersos en tiempo récord: le llevó un mes pasar de ser el monje negro de la 125, al profesor de la UBA que se desvive por su perro y toca canciones de protesta en un fogón imaginario en Puerto Madero.
Pero Alberto no llegó solo a presidente, a él “lo llegaron”. Las tensiones con el cristinismo emergieron tras el milagro de las PASO y el armado del Gabinete. Al final, los albertistas quedaron en La Rosada y el cristinismo en los ministerios. Un cerco de manual, diría Clausewitz
Del otro lado, la oposición colgó el cartel de “líder se busca” y se fraccionó en halcones y palomas. Macri cambió la Presidencia de la Argentina por la de la Fundación FIFA y entró en modo avión. La lista la encabeza Larreta, el único con territorio, caja y las ganas intactas.
Así llegamos al 1 de marzo, 11 hs. Alberto abre el Congreso. Pinta un futuro prometedor: ley del aborto, reforma judicial, gasto eficiente, ley del conocimiento. Aplausos y ovación. Pero hay un problema: esa misma tarde ingresa a una clínica el primer argentino con coronavirus.
Adelantemos ahora la película 40 días, al 11 de abril: el presidente anuncia la extensión de la cuarentena. La gente lo ovaciona, los medios lo aplauden, la oposición lo acompaña. De la noche a la mañana, aquel profesor universitario se transformó en San Alberto.
Sus números están por los aires. Algunas encuestadoras (las más intrépidas) llegan a darle más de 95% de imagen positiva. Le pide a los niños que le envíen dibujos, mientras actores y famosos le agradecen que los cuide. Si hubo un momento para querer ser Alberto, es este.
Aunque en los amores de verano son siempre intensos, pero efímeros. Varios errores impactan en la línea de flotación del culto a San Alberto: sobreprecios, colas de jubilados, liberación de presos y un Ginés desbocado se llevan, en 20 días, 15 puntos de imagen positiva.
Sin embargo, no todas son malas para el presidente. Porque este mundo “enpandemiado” le presenta una oportunidad única: la posibilidad de un liderazgo sin tutelaje, de quitarle las pilas al control remoto con el que Cristina controla qué se dice y qué se hace. ¿Lo logrará?
Pero de este mar de emociones y aplausos asoma la punta del iceberg económico. Son los números que no aparecen en las filminas: caída libre en la mayoría de los sectores, PBI en baja, colapso de la recaudación, dólar por las nubes y la inflación huyendo hacia adelante.
El 80% de los argentinos reconoce haber visto reducidos sus ingresos y el 30% confiesa ya no tener ingresos en absoluto. Debajo del colchón ya no queda casi nada: el 50% confirma que se quedará sin dinero a fin de mes. Son los irresponsables que cuestiona el presidente a diario.
Mantener el equilibrio entre el sueño de la cuarentena eterna y la pesadilla del colapso económico parece ser la clave de lo que se viene. Un arte sutil y complejo que requiere, más que consensos, flexibilidad.
