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Hoy quiero hablar de la mayor oportunidad de negocio post-covid. De una comida que tuve en Silicon Valley hace 20 años. Del cultivo de la patata. Y de un libro aburridísimo que me ha marcado en la vida. No lo ven? Vamos a hablar del futuro. Vayamos por partes, dentro hilo!
La comida fue con Ken Perlin, gurú de los gráficos por ordenador de la NYU. En un momento dado, dijo: “soy idiota. mi trabajo no requiere estar en Nueva York, que tiene un clima horrible. Yo podría trabajar desde Hawaii, y haría surf cada día”. Esto fue en el año 2000. Visionario
Por qué me viene eso a la cabeza? La semana pasada paseaba con mi mujer, y me dice: “Dani, según cómo acabe esto, por qué no vivimos a Mallorca? Total, para hacer videoconferencias qué más da el lugar, y allí hay playa”. Y me acordé de Perlin. Habrá acabado en Hawaii? Quién sabe.
Cambio de tema. A mediados del siglo pasado, Thomas Kuhn escribió un libro ideal si padecen insomnio: La Estructura de las Revoluciones Científicas (amzn.to/36QoDaE). Es denso y aburrido. Y, al mismo tiempo, es uno de los mejores libros que he leído en mi vida.
En él, explica como el progreso científico no es continuo, sino que avanza de golpe. Por ejemplo, la telefoníal. De repente, de no tener móviles, todos teníamos uno. Y así ha sucedido a lo largo de la historia. Les traigo un ejemplo sabroso y útil: la patata.
Como cualquier peruano sabrá, la patata es andina. Fue domesticada entre el 8000 y 5000 antes de Cristo. Y cualquier dietista les confirmará que tiene un poder alimenticio brutal, desconocido hasta la fecha. Quieren cambio de paradigma? Miren a la humilde patata.
La patata es una de las muchas cosas que nos trajimos de América. Y seguramente más valiosa que el oro o las joyas. Es fácil de cultivar, y su aporte calórico y vitamínico por unidad de tierra cultivada no tiene equivalente a igualdad de coste. Imaginen un mundo sin patatas!
No se rían: según Harvard, la llegada de la patata a Europa es responsable de al menos el 25% del crecimiento de población entre 1700 y 1900. Este artículo es ameno y lo explica muy bien: business.time.com/2009/07/13/beh…
Muchos cambios de paradigma suceden en momentos de crisis. De la Segunda Guerra Mundial nacen múltiples organismos diseñados para evitar que se repitiese, desde la ONU, a la Unión Europea. Indirectamente, nace la NASA. La humanidad salta adelante en sus peores momentos.
Nadie duda ya (bueno, sí, Trump y Bolsonaro) que el coronavirus es el gran drama de nuestra era. Si alguien cree que meter al 60% de la humanidad en su casa durante dos meses no va a dejar secuelas, es que está loco. Nada volverá a ser igual. Y en eso llevo pensando unos días.
Y entre Perlin, la patata y mi mujer, se me ocurre que la gran revolución del coronavirus es un cambio en nuestra idea de presencia. La idea de “estoy aquí ahora” va a cambiar. Porque durante dos meses, por el confinamiento, no hemos estado “aquí, ahora”. Y no ha pasado nada.
Les hablo de mi caso: yo dirijo una empresa de 40 personas. Hacemos videojuegos. Admitámoslo, no requiere máquinas muy complejas ni fábricas. Es trabajo digamos de oficinista. Nos ha afectado el coronavirus? Qué va! trabajamos igual, o mejor que antes.
Antes, yo perdía 90 minutos entre ir y llegar a mi casa. Ahora? Tardo 10 segundos. Antes, la gente llegaba tarde a las reuniones. Ahora? Nadie “llega”, así que no existe “tarde”. Nuestras reuniones empiezan con un margen de error de 1 minuto, no es broma.
Y si puedo hacer eso desde Barcelona, por qué no desde Mallorca? Sin oficina, no necesito coche. Sin coche, menos polución. Y no me digan “sería una vida insana”. Si siguen teletrabajando tras el covid, les sobrará tiempo para ir al gimnasio. O a pasear. Vean la calle: está llena
El coronavirus ha demostrado que mucha presencia era, de hecho, forzada. Que no necesitamos trabajar físicamente juntos. Pero no se queden ahí. Saben que yo soy profesor. Desde el covid, estamos dando clases por videoconferencia. Y los alumnos están, por lo que dicen, encantados.
Tan es así, que nos estamos planteando (noticia exclusiva!) ofrecer nuestro máster a distancia. Antes, si usted vivía en Sevilla o en Oaxaca, debía gastar dinero para venir a nuestra universidad. Pero es que, le puedo formar igual de bien, a distancia. No necesito su presencia.
Mi mujer no necesita ir al gimnasio: hace clases por videoconferencia. Mi madre asiste a conferencias de arte gratuitas por Zoom. Y saben qué? Estoy buscando una profesora de chino para mis hijas. Por qué no? Con la comunidad china que hay en Barcelona, seguro que la encuentro.
Y cuidado: no hablo de eliminar el contacto: hablo de disfrutar el contacto que vale la pena, y eliminar el que no. Las terrazas de mi barrio están llenas de gente que toma cervezas, ríe y socializa. La videoconferencia reduce presencias que sobraban, y fomenta las importantes.
Antes de la telefonía, nadie tenía amigos fuera del barrio: no podían comunicarse con ellos. Antes del avión, nadie visitaba otras culturas. Extender la videoconferencia creará experiencias nuevas y liberará muchísimo tiempo hoy ocupado con presencias que no aportaban nada.
Nuestra vida está montada alrededor de la presencia. Tenemos calles porque tenemos coches. Tenemos coches para ir a lugares. Lugares que, acabamos de descubrir, no hacía falta ir. Y en cambio nos faltan lugares para tener contacto social de calidad.
Me hablaban ayer de un bar que estaba a punto de cerrar en Barcelona. Y cómo los dueños, a acabar el confinamiento, habían corrido a poner mesas en la acera a modo de terraza. Desde entonces, está lleno. Sin saberlo, ya están en el cambio de paradigma: contacto real, no forzado.
Tras el coronavirus, el futuro puede tener menos coches, metros y autobuses, y más patinetes y scooters. Menos presencia forzada, y más socialización en terrazas y espacios abiertos. Puede tener mil nuevos servicios usando la videoconferencia, cotidiana ya para pequeños y mayores
Tenemos ciudades que son grandes hormigueros pensados para mover millones de hormiguitas hacia y desde su trabajo. Si dejamos de otorgar valor a la presencia cuando se puede, el cambio es monumental. Muchas de las reglas que justifican la ciudad moderna sencillamente desaparecen.
Saben que la luz del sol tarda 8 minutos en llegar a la tierra. De hecho, podría haberse apagado, y hasta de aquí 8 minutos, ustedes no lo sabrían. Con los cambios sucede algo parecido. Esto que he descrito quizás ya ha sucedido. Lo que pasa es que aún no nos hemos dado cuenta.
Quieren beneficiarse del fin del coronavirus? Reflexionen sobre la presencia. Piensen en su sector, y en cómo cambiará con la nueva percepción de la presencia. Les invito a compartir ideas aquí, seguro que salen buenas. Y, si les gustó, un RT al mensaje principal. Gracias!

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