Un doble rosario acompañó colgado de su cuello hasta el momento de su muerte a Marcelo Daniel Massad, un muchacho de Banfield Este, que integraba la Compañía B del Regimiento de Infantería Mecanizado 7.
#Malvinas #MonteLongdom #RIMec7
Los rostros queridos ya no están. Sólo la noche fría y tenebrosa, plagada de acechanzas, se yergue ante él. Un ruido a su derecha hace que reaccione como lo haría un soldado,
-Parece que nos dan un respiro...-murmura el joven Massad.
Los efectivos del RIMec 7 están alertas. En las jornadas anteriores se ha combatido duramente. Nadie lo dice pero todos saben que la guerra se acerca a su fin.
Todos saben que los últimos combates están
Y de pronto, la quietud de la noche se hace trizas como un negro espejo reventado. Una bengala surca los cielos y convierte por unos instantes en día la oscuridad.
La fusilería estalla en las posiciones argentinas. Lenguas de fuego brotan de las ametralladoras, de las pistolas, de los fusiles.
Ruge el combate. Hay choques cuerpo a cuerpo. Los mutuos enemigos se ven el rostro. Rostros tiznados y desaforados que sólo han visto en ese momento y que están
Al fin, el peso del número y las armas comienzan a desnivelar la balanza a favor de los que han llegado desde muy lejos a bordo de los buques de la Task Force.
-¡Vamos! ¡Vamos!- grita un sargento, movilizando a quienes quieren quedarse a ofrecer la última
-¿Qué pasa, Dani? Vamos...- apura Suárez a su compañero.
-Mirá. Esos de abajo... no oyeron la orden de repliegue y siguen en sus puestos- señala Massad. Indicando a un pequeño grupo de soldados conscriptos que se han quedado más abajo,
-Quedate aquí. Bajo a avisarles. Uniendo la acción a la palabra, Massad se larga cuesta abajo.
Ya está a unos pocos metros del grupo.
Lo ven llegar.
-Vamos. Muchachos. Hay que replegarse- les avisa.
Prestamente se mueven sus camaradas.
Y así, orgullosamente, reclama su lugar en el panteón de los valientes mientras el combate trepida cerca de su cuerpo para siempre inmóvil.
Daniel Massad cayó porque por iniciativa propia fue a avisar a un grupo de camaradas que no habían escuchado la orden de repliegue. En ese momento, los ingleses desencadenaron el más mortal de sus ataques.