Las ciencias neurológicas nos muestran que hay procesos fisiológicos ocultos a nuestra conciencia; están atrás de la cámara lúcida de la subjetividad, pero ejercen efectos en nuestra conducta, y en todo el espectro de nuestra vida mental.
Aunque la teoría psicoanalítica abusó de la especulación, tuvo el mérito de plantear que, bajo la vivencia cotidiana, hay una organización psíquica oculta a la introspección ingenua, y que la herramienta indispensable para acceder a ese estrato es la actitud de escucha.
Hoy en día disponemos de herramientas experimentales para investigar los procesos inconscientes de la mente humana, pero no es excesivo decir que, en general, los médicos subestiman la necesidad de escuchar a sus pacientes.
Es común oír debates entre quienes piensan que el estudio de la subjetividad es una pérdida de tiempo, y quienes opinan que la neurociencia de lo mental es un engaño o una forma peligrosa de tecnociencia al servicio del capitalismo o el control totalitario.
No tenemos por qué elegir entre la actitud de escucha atenta y la investigación neurofisiológica de la psique: haremos un mejor servicio a quienes buscan atención clínica si aceptamos el doble acertijo como parte esencial de nuestra disciplina.
En la práctica de la neuropsiquiatría, sucede a veces que el síntoma mental es el indicador de una señal cerebral patológica, generada por un virus, un tumor, una malformación arteriovenosa, o por los incontables agentes capaces de lesionar el tejido nervioso.
En otras ocasiones, el síntoma mental es más bien un símbolo que requiere una hermenéutica, basada en las claves biográficas, genealógicas, culturales. Y algunos pacientes presentan un solo acertijo de doble aspecto.
