En el 2013 encontré en una vereda de Madrid un álbum de fotos. Guardaba un período extenso de la vida de este hombre. Cargué con él por varios países y finalmente lo traje a Buenos Aires. Siempre me pregunté quién era y creí que nunca lo sabría, hasta hace 48 hs.
Siempre pensé en hacer un documental, escribir algo, montar una muestra. Hace dos años armé una cuenta de Instagram donde comencé a subir las fotos del álbum. Se sumaron algunos seguidores, argentinos y españoles, pero dejé de publicar.
Hace tres días, mientras ordenaba mi escritorio, me encontré con el álbum. Lo volví a mirar, su viaje por Marruecos, el paso por el ejército, esas vacaciones de nudista, tres mujeres distintas a lo largo de una vida retratada. Esta foto meando desde una suerte de cornisa.
Pensé en tantos años que hace que está conmigo y cómo despierta mi curiosidad cada vez que lo encuentro. Sin siquiera imaginar lo que podía pasar, publiqué algunas fotos en mi Instagram. Los hashtags fueron #fotos y #madridbit.ly/3kNcBED
Es sábado, duermo en un cuarto que no es el mío, mi hija y mi hijo decidieron ocupar mi cama. Son las 4 am y me despierto con una voz que viene de la calle. “¡Pablo!”... Un hombre está gritando mi nombre. Estoy solo, no sé si alguien más escucha o estoy soñando.
“¡Pablo!… ¡Pablito!”. Estoy bien despierto y me levanto para ver por la ventana. Vuelve a gritar mi nombre pero está enfrente, dirigiéndose a otra casa, donde sospecho que vive un dealer. Me tranquilizo, pero no me duermo. Abro Instagram, tengo un mensaje privado.
Una mujer, que no reveló su nombre, me escribió: “Yo sé quién es, estoy en ese álbum de fotos”. “Hola”, escribo. Quiero entrar a su perfil pero es una cuenta privada. La ansiedad me impide dormir, treinta minutos después responde: “Hola”. Le pregunto por el álbum.
Otra vez la espera, esta vez casi una hora. “No te conviene hablar mucho, puedo decir que lo tires y lo olvides. Borra la publicación”. No quiere hablar, pero yo nunca quise tanto hablar en mi vida, necesito saber todo de este hombre y ahora también de ella.
Escribo varios mensajes pero nada. Finalmente, y ya con la luz del día entrando por la ventana, me duermo. Ni bien despierto abro los mensajes. “Fui su última novia, hace catorce años que no sabemos nada de él. Un día se fue y no volvió. Esas fotos quedaron en mi piso y las tiré”
“Es una locura que las tengas, yo soy de Buenos Aires también, hace treinta años que vivo en Madrid. Pero es mejor que tires ese álbum y termines con esto.” Si algo no puedo hacer es terminar con esto, insisto con conocer al menos el nombre.
Tengo un indicio, una de las fotos tiene una dedicatoria detrás y está dirigida a “Adolfo”, hasta ahora es lo más cerca que estuve de un posible nombre. Finalmente lo confirma, se llama Adolfo y nadie sabe nada de él desde hace quince años.
Llega mensaje de una cuenta distinta. “Soy yo, tuve que eliminar la otra cuenta por precaución. Tienes que borrar ese posteo. No quieren ningún rastro de que él existió. Si encuentran tu publicación van a ir por ti”.
Comienzo a pensar que se trata de alguien que quiere reírse un rato de mi. Pregunto por el apellido de Adolfo, eso podría revelar algo. Le exijo que responda rápido para sostener la veracidad de su relato. Es la primera vez que responde al instante: “Grisol”
Lo primero que hago es googlear “Adolfo Grisol” y no hay nada, por ninguna parte. Si el objetivo era borrar su nombre del mundo, lo lograron. Ya estoy metido en esto y necesito saberlo todo, vuelvo con más preguntas y obtengo algunas respuestas.
El último año que estuvieron juntos Adolfo se comportó de manera extraña, se ausentaba durante días, algunas veces volvía lastimado. Nunca le contó qué estaba pasando.
Se volvió una persona callada y oscura, se despertaba por las noches con sobresaltos y no salía de la casa más que para ir a trabajar. Ella le pidió que renuncie a lo que fuera que estuviese haciendo, Adolfo le aseguró estar en medio de algo importante.
Una semana antes de desaparecer, Adolfo regresó a su casa en mitad de la noche con otro hombre que no hablaba español, parecía ser ruso. Estaba herido, Adolfo le practicó primeros auxilios antes de subirlo a un auto y ausentarse por tres días.
Cuando regresó tuvieron una fuerte discusión y finalmente le prometió que iba a renunciar. Cuatro días después salió al supermercado y nunca más supieron de él. Está convencida de que se lo llevaron y no quieren que se sepa nada de él.
Segura de que la vigilaban, se ocupó de cumplir con lo que suponía que esperaban de ella, y se fue deshaciendo de todas las cosas de Adolfo. Cuando miré el reloj, hacía dos horas que estábamos hablando.
De toda la historia, algo me quedó dando vueltas y era ese ruso que había estado en su casa. Le pregunté si había hablado de él con Adolfo y me dijo que no, pero que luego supo quién era porque su cara estuvo en todos los medios del mundo. Resultó ser Alexander Litvinenko.
Litvinenko dejó la KGB denunciando a sus superiores. Luego de un tiempo en prisión se radicó en Londres. Cuando el relato lo ubica en casa de Adolfo, los tiempos de Litvinenko como espía parecían haber terminado. Días después fue envenenado con polonio. bbc.in/341L9fp
Si hasta ahora no se me había ocurrido borrar la publicación, a esta altura comencé a dudar. Pero se despertó en mi una pulsión por llegar al final de esta historia y decidí no solo dejar la publicación, sino promocionarla. Quiero que alguien la encuentre y me pida borrarla.
La mujer eliminó nuevamente su cuenta y ya no volvió a ponerse en contacto. Me pregunto si realmente existe, si este hombre es Adolfo Grisol, si tengo algo de la verdad sobre él entre mis manos, o apenas unas cuantas fotos y un hilo de Twitter.
Estoy más activo en twitter en esta cuarentena y quisiera decir algo al respecto. Probablemente el 95% de los tuits que publicamos pueden ser señalados de frívolos frente a la realidad de gente a la que no le alcanza para comer y no puede salir de su casa. [Abro hilo]
Pero cuidado, porque no tiene que ver sólo con el coronavirus. Lo digo por aquello de “Romantizar la cuarentena es un privilegio de clase”. Casi todo lo que hacemos lo es, el mundo es intrínsecamente injusto, y con eso vivimos todos los días.
La gente caída del sistema obviamente está infinitamente subrepresentada en internet, en los medios, en la cultura, en la ciencia, etc. La amplia mayoría de quienes habitamos estos ámbitos somos privilegiados. Y con eso tenemos que vivir a cada paso, sabiendo que es así.