Hay un pueblo construido sobre el infierno. Su subsuelo expulsa nubes de gas tóxico y la temperatura del interior supera los 500 ºC.
Porque lleva ardiendo desde hace 60 años.
En el hilo de hoy, powered by @Pedro_Torrijos
Centralia, el pueblo que inspiró Silent Hill.
HILO ⬇️
Un día de 1979, John Coddington, dueño de la estación de servicio de Centralia, introdujo una varilla en uno de sus tanques subterráneos para verificar el nivel de combustible.
Al sacar la varilla y tocarla, se dio cuenta de que parecía más caliente de lo normal, así que bajó un termómetro con una cuerda para comprobarlo. Al cabo de un minuto, subió el aparato y miró al indicador: la temperatura de la gasolina en el depósito era de CASI 80 GRADOS.
Coddington se sentó con la mirada perdida en la mecedora solitaria que había colocado en el exterior de la gasolinera.
Algo grave, algo muy grave estaba pasando bajo el suelo de ese rincón de Pensilvania.
Centralia se fundó en 1866, cuando unos viajantes encontraron carbón en la zona. Al poco, la minería hizo del pueblo un lugar próspero al que llegaban varios caminos; entre ellos la que conectaba con Sunbury, capital del condado, y con la carretera de Harrisburg a Nueva York.
En 1890 ya se extraían cientos de kilos de carbón diarios y ya era el pueblo más grande de la zona. Mientras Ashland, Girardville y Fountain Springs eran poco más que cuatro casuchas desperdigadas por la planicie boscosa, Centralia contaba con más de 2700 habitantes censados.
Eso sí, la población real del pueblo probablemente superase los 5.000 habitantes entre mineros furtivos, transportistas de ida y vuelta y granjeros que no gustaban de ser apuntados en ningún papel oficial.
Además contaba con 7 iglesias, 5 hoteles, 2 teatros, un banco, una oficina de correos, 14 tiendas de utensilios y comestibles y más de 25 bares y salones de juego.
Y en su subsuelo operaban 12 compañías mineras.
Así pues, la extracción de mineral mantuvo al pueblo en una existencia tranquila y próspera durante casi treinta años.
Las cosas empezaron a torcerse para Centralia en 1917, cuando parte de los mineros jóvenes se marchó del pueblo para alistarse en el ejército e ir a la 1ª Guerra Mundial.
Después, el crack del 29 obligó a cerrar a varias empresas mineras expulsando a otros tantos trabajadores.
Tras el final de la 2ª Guerra Mundial, la explosión de la clase media urbana, unida a que las necesidades energéticas del país se estaban desplazando del carbón al petróleo, hizo que la minería privada fuese cada vez menos productiva.
El declive hizo que, para el año 1960, el coste de intentar sacar el mineral superase a los beneficios de su venta, así que las pocas compañías que quedaban clausuraron oficialmente las minas y se marcharon del pueblo.
En Centralia quedaban 1400 personas.
Sin embargo, el pueblo seguía manteniéndose más o menos gracias a las granjas y también a que seguía atravesado por la carretera de Sunbury, recién bautizada como PA 61. En la gasolinera local paraban coches y camiones a diario y los colmados seguían funcionando con buen ritmo.
De hecho, aunque la minería legal había desaparecido, cientos de mineros furtivos seguían agujereando el subsuelo de Centralia y acumulando desperdicios y escombros que tiraban en el vertedero local.
Entonces llegó el 27 de mayo de 1962.
Y Centralia abrió la puerta del infierno.
A principios de ese mes de mayo del 62, el ayuntamiento contrató a un grupo de bomberos procedentes de la vecina Frackville y les encargó que limpiaran el vertedero, pues estaba afectando a la salubridad del pueblo.
Los bomberos, tal y como habían hecho siempre, iniciaron un incendio provocado y redujeron la mayor parte de la basura a cenizas.
En teoría, el ayuntamiento debía haber colocado varias barreras de arcilla para contener el fuego en el vertedero y evitar que se descontrolase.
Tal vez las barreras fallaron o tal vez la basura había cegado uno de los pasadizos a las demás galerías subterráneas pero, aunque el incendio nunca llegó a extenderse a la superficie, algunos de los restos aún candentes entraron en contacto con una veta de antracita.
Y la antracita entró en combustión. Y ya no paró
Cuando John Coddington sacó la varilla de metal de su tanque de gasolina, el fuego subterráneo de Centralia llevaba ardiendo DIECISIETE AÑOS.
Y NADIE SE HABÍA DADO CUENTA.
Coddington avisó a la alcaldía y al sheriff y estos concluyeron que, efectivamente, en las minas abandonadas había un incendio de combustión lenta sin llama, pero que no suponía un riesgo real para los habitantes del pueblo.
Aunque Coddington cambió de sitio la gasolinera porque no se fiaba demasiado de la conclusión, el pueblo no tuvo mayores sobresaltos hasta que, en 1981, un socavón se abrió repentinamente en el patio trasero de los Domboski cuando su hijo Todd, de doce años, jugaba allí.
El agujero tenía algo más de un metro de ancho pero su profundidad superaba los cuarenta y cinco metros.
Era un pozo hacia el infierno.
Pese a qué pasó más de una hora agarrado a un saliente respirando aire sobrecargado con monóxido de carbono, Todd pudo ser rescatado. En cambio, Centralia se condenó para siempre.
Años de excavaciones ilegales habían seguido vaciando paulatinamente el interior de la tierra y la superficie ahora apenas era una cáscara frágil e inestable.
Así, al derrumbe en el patio de los Domboski le siguieron más y más grietas y socavones.
Centralia se cubría paulatinamente de heridas abiertas en la piel y en la historia del pueblo y por la que se escapaban columnas de neblina tóxica.
Sesenta años después, Centralia se ha convertido en un territorio fantasmal. Un lugar ahogado en niebla donde apenas resisten un puñado de casas y una iglesia.
Porque el incendio aún sigue activo. Después de 60 años, las cientos de galerías subterráneas bajo Centralia siguen ardiendo a más de 500 ºC.
Un incendio que no se puede extinguir porque nadie se atreve a entrar, y que nadie sabe realmente cuándo va a parar.
Las imágenes del pueblo consumido por la bruma venenosa nos recuerdan tanto al juego Silent Hill que sirvieron de inspiración para los escenarios de la adaptación cinematográfica de 2006.
A día de hoy, Centralia ya no figura en ningún documento oficial. No tiene ni código postal y la PA 61 está abandonada y llena de grafitis.
Pero allí todavía viven nueve personas. Todas mayores de 60 años. Todas estaban vivos el día que se inició el fuego que mató a su tierra.
Y con estas cuatro fotos, nos vamos a despedir del hilo de hoy.
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