Gradualmente, a través de los años, la composición se convirtió para Mahler en la antítesis de su trabajo como director, un sueño nostálgico romántico de escape del malvado mundo de la ópera en el que estaba condenado a vivir una existencia glamorosa pero tortuosa.
La personalidad creativa de Mahler resaltaba aquello que no encontraba en el escenario: la adoración panteísta de la naturaleza, el cielo de un niño con su inocente espiritualización del mundo animal, Jacobo peleando con el Ángel ('Ich bin von Gott..')…
A veces se entretiene con romanticismo seudo-medieval, o se asoma a los recovecos de la torturada alma de su creador anticipando un futuro duelo (Kindertotenlieder)…
Mahler se sumergía regularmente en este mundo durante las pocas semanas de vacaciones que tenía o cuando no tenía un cargo de director. Su música nunca fue el factor central de su existencia artística, hasta el final fue una actividad secundaria.
Mahler murió al momento que recibía reconocimiento general, sólo un año después de haber firmado su primer contrato con Universal Edition y antes de oír sus obras de madurez. Su obra quedó inconclusa, el destino le negó la posibilidad de finalizar sus revisiones.
Esto es aún más trágico si consideramos que Mahler fue por la vida, aún más desesperadamente que Bruckner, buscando la perfección y claridad de la fórmula musical. Quizá lo más sorprendente de sus sinfonías y canciones es su interdependencia y su afinidad espiritual y temática.
En la música de Mahler no fue inmediatamente evidente la dualidad del ciclo de canciones y la sinfonía. Hasta los 29 años que terminó la 1ª Sinfonía, su música fue en diversas direcciones, probando temas y sonidos, buscando su propia atmósfera poética tonal.
Las tres óperas perdidas o destruidas, la música de cámara descartada o desaparecida, la música incidental y aún la partitura publicada de su versión del fragmento de la ópera Die Drei Pintos de Weber, fueron experimentos.
La única obra que sobrevivió de esos años fue Das klagende Lied, que ya contiene las semillas de las cuales crecerían sinfonías y futuros ciclos de canciones. Fue por 1886 que Mahler cayó bajo el hechizo de Das Knaben Wunderhorn que inspiró la 2ª, 3ª y 4ª Sinfonías.
Las canciones del Wunderhorn se publicaron entre 1888 y 1900. A esta época siguieron las Sinfonías 5ª, 6ª y 7ª que revelan cierta conexión con las las Rückert Lieder, que aparecieron en dos ciclos separados compuestos entre 1901 y 1904 como interludios líricos a las sinfonías.
El clímax de la lucha de Mahler por integrar los elementos vocales a la estructura sinfónica se alcanza en la 8ª Sinfonía, compuesta en 1906 y publicada y estrenada en 1910.
Después de los trágicos eventos del verano de 1907 se abre el conmovedor epílogo de su obra con Das Lied von der Erde (1908) cuyo novedoso idioma, colores pentatónicos, atmósfera de lejano oriente y brotes febriles de joie de vivre alternados con sombrías profecías de muerte...
… se hizo aún más elocuente en sus últimas dos sinfonías compuesta en 1909-1910, pero sólo publicadas y estrenadas póstumamente. Estas tres obras son llevadas por la misma ola emocional que sacó el Das Lied de la profundidad de la fatigada alma de Mahler.
Para concluir este capítulo y la semana, comparto el final de la 8ª Sinfonía de Mahler, dirigida por Bernard Haitink, en la que Mahler alcanzó el clímax en la conjunción de elementos vocales a la estructura sinfónica. Buenas noches.
Alma tardó casi un año en poder regresar en Viena. Su visa llegó en septiembre de 1947 y partió inmediatamente, haciendo escala en Londres para visitar a su hija Anna. Cuando llegó a Viena, la esperaba un equipo de filmación:
Viena se encontraba aún en un estado deplorable. Alma se quedó en un hotel lleno de ratas. Su casa en Hohe Warte era inhabitable, había sido bombardeada y saqueada. Tanto los escritorios de Mahler y Werfel como los manuscritos de sus canciones, habían sido incinerados.
Para consuelo de Alma, después de dos convulsivos años, Werfel empezó a trabajar en su nueva novela en enero de 1941. Alma retomó su vida social con los emigrados europeos de la costa oeste, entre los que se encontraban Thomas Mann, Arnold Schoenberg y Erich W. Korngold.
La casa en Los Tilos Road, rodeada de jardines de árboles de naranjo, era modesta para los estándares de Alma. En mayo de 1941 Werfel terminó el primer borrador de “The Song of Bernadette” y contrató a Albrecht Joseph, un judío alemán exiliado, ex director de teatro y guionista.
Un año después de la muerte de Manon Alma seguía inconsolable. En Viena se preparaban los festejos del 25º aniversario de muerte de Mahler. Bruno Walter organizó varios conciertos apoyado por Schuschnigg, quien quería demostrar que Austria aún celebraba a sus judíos eminentes.
En junio de 1937 Alma visitó Berlín y vio cuánto se había transformado la ciudad bajo el régimen Nazi. Los cambios llegaron pronto a Austria. Mientras los Werfel vacacionaban en Capri en febrero de 1938 recibieron la noticia de la ida de Schuschnigg a Berchtesgaden.
Durante los primeros meses en Casa Mahler, Alma recibía visitas casi a diario. Sabía exactamente cómo lograr una velada bella y placentera para sus huéspedes. Sobre su poderoso encanto, su hija Anna decía: “When she entered a room, or just stopped in the doorway…
…you could immediately feel an electric charge… Se was an incredibly passionate woman…And she really paid attention to everyone she spoke to. And encouraged them….She was able to enchant people in a matter of seconds.”
Franz Werfel recibió la noticia del divorcio de Alma y Gropius con gran alegría y alivio, y la llevó a Praga a conocer a sus padres. Para la madre de Werfel, Alma era “la única reina o monarca de nuestros tiempos."
Alma continuaba con su intensa vida social llena de arte y música en su salón rojo en Elisabethstrasse. En una de sus veladas, se interpretaron dos versiones de Pierrot Lunaire de Schoenberg, una dirigida por el compositor y otra por Darius Milhaud.
Franz Werfel se convirtió en un visitante habitual del salón de Alma Mahler. A los 27 años era considerado como uno de los principales escritores jóvenes de la época. Sus ideas intrigaban a Alma, cantaba con una bella voz de tenor y recitaba sus poemas con un fervor fascinante.
Tiempo después, Alma reflexionó: “The evening on which Werfel and I played music together for the first time and we were so in tune immediately through our very own medium that we forgot everything around us and in front of the husband committed spiritual adultery.”