En su viaje de regreso de Nueva York, los Mahler pararon en París en abril, donde Gustav dirigiría su 2ª Sinfonía. Poco después hicieron un viaje a Roma y Alma estaba exhausta. Le prescribieron seis semanas de retiro a un spa en Graz, Tobelbad.
Alma se fue al spa con Gucki y la niñera inglesa, mientras Mahler trabajaba en su 10ª Sinfonía. Tres días después de su llegada a Tobelbad Alma conoció al extraordinariamente guapo arquitecto Walter Gropius. La atracción fue inmediata y se embarcaron en un apasionado romance.
Como siempre, Alma se sentía atraída por el talento creativo. Gropius se convertiría en una de las principales influencias en el modernismo del siglo XX. En 1919 fundó el movimiento de la Bauhaus, que inspiró a una generación y sigue influyendo en la arquitectura y el diseño.
Mahler enviaba diariamente cartas a Alma, exhortándola a hacer todo por recuperarse. Las alarmas sonaron cuando dejó de responder. Fue a verla a fines de junio y la encontró “much fresher and sturdier, and I’m convinced that her treatment has donde her a power of good.”
Cuando Alma regresó a Toblach a mediados de julio, Mahler estaba más encariñado con ella que nunca. Alma se preguntaba si el amor del joven arquitecto la había ayudado a recuperar la confianza en sí misma. Se sentía más feliz y optimista.
Le advirtió a Gropius que no dejaría a Mahler, pero seguía intercambiando apasionadas cartas con él. El 29 de julio llegó una carta de Gropius para Alma dirigida a “Herr G. Mahler, Toblach”, en la que abiertamente escribía de los “secretos de sus noches de amor.”
Gustav estaba en shock y Alma horrorizada, viendo como éste sufría terriblemente. Sabía que el amor de Mahler era tan infinito que si lo dejaba, moriría. Y a pesar de todo, no podía cerrar las oportunidades que el amor de Gropius le había dado.
Alma sintió que podía confesar a Mahler todas las frustraciones y decepciones que había acumulado durante su matrimonio: “At last I was able to tell him all. I told him I had longed for his love year after year and that he, in his fanatical concentration on his own life…
…had simple overlooked me. As I spoke he felt for the first time that something is owed to the person with whom one’s life has once been linked. He suddenly felt a sense of guilt.” Después de esta confrontación, Alma se dio cuenta que nunca dejaría a Gustav y se lo dijo.
El amor de Gustav se convirtió en éxtasis. Alma sabía que su matrimonio no era un matrimonio, y que su propia vida estaba sumamente incompleta e insatisfecha, pero escondió la verdad para proteger los sentimientos de Gustav.
A pesar de su sincero compromiso hacia Mahler, Alma siguió la correspondencia con Gropius. Aún no había abandonado la esperanza de una vida con Gropius. Decidió tratar de lidiar con su vida hasta que Gropius estuviera más realizado y ella pudiera irse con él sin tanta ansiedad.
“Wait for me. I will never look at another man… I love you without end. Your heart’s love could never go out of my life…” Gropius prometió esperarla: “I thought of you as my bride even before you did.” Siguieron intercambiando cartas a través de Anna Moll.
La angustia que Mahler había sufrido lo transformó. Vivía con miedo constante de ser abandonado. Le escribía poemas a Alma todos los días y se encelaba de todo y de todos. En la partitura de la 10ª Sinfonía escribió: “Für dich leben! Für dich sterben!”
Un día en agosto regresando de un paseo con Gucki, Alma escuchó sus canciones siendo interpretadas: “I was petrified. My poor forgotten songs (…) I was overwhelmed with shame and also I was angry”. Cuando Mahler salió a encontrarla dijo: “What have I done? These songs are good.”
Mahler le insistió a Alma que trabajara nuevamente en ellas para publicarlas, y le pidió que volviera a componer. Esto transformó la relación con Alma. Disfrutaba de la admiración que Gustav demostraba por su música. Alma era feliz componiendo nuevamente.
Una noche, Mahler la despertó: “Would it give you a small pleasure if I dedicated the Eight to you?”. Alma le dijo: “Don’t. You’ve never dedicated anything to anyone. You might regret it”. Aún así Mahler lo hizo, le dedicó su 8ª Sinfonía a Alma.
A pesar del acercamiento en su matrimonio, en sus cartas a Gropius su pasión seguía intacta: “I know that I live only for the time when I shall be yours, and yours alone… I am with you so intensely that you must feel me. You always give me such great pleasure!”
Después de un desvanecimiento a fines de agosto, y consciente de las posibles raíces psicológicas de su malestar, Mahler decidió consultar a Sigmund Freud. Ambos hablaron durante 4 horas, paseando por la antigua ciudad de Leiden, Holanda.
El diagnóstico de Freud fue el siguiente: “I know your wife. She loved her father and she can only love a man of his sort. (…) You loved your mother, and you look for her in every woman. She was careworn and ailing, and unconsciously you wish your wife to be the same.”
Cuando Mahler se fue a Munich en septiembre para el estreno de su 8ª Sinfonía, se puso su anillo de bodas como amuleto. Recibió a Alma en una suite llena de rosas y con dos copias de la partitura, una dedicada a ella y otra a su madre.
Alma hizo planes para ver a Gropius en su hotel después del estreno. Él escuchó por primera vez a Mahler dirigir una obra de sus obras y quedó impresionado. Dejó el concierto con el sentimiento de que no podía lastimar a un hombre y artista tan grande y decidió alejarse de Alma.
Pero su decisión duró poco tiempo. A la primera carta de Alma, cayó nuevamente a sus pies: “What he have experienced together is the all-greatest, the all-highest, that the human soul can ever know”. Quedaron de verse en el Orient Express cuando Alma viajaba sola hacia América.
Gropius abordó el tren en Munich y viajaron juntos a París, disfrutando "hours of bliss". “There was never a single discordant note in our love… Your beautiful eyes are lighting up my path… When shall I have you before me again, physically?… I want to absorb all your beauty.”
En Nueva York las cosas siguieron mejorando entre Alma y Gustav. En Navidad la llenó de regalos, a diferencia de antes. Alma siguió componiendo y Mahler transcribía sus obras, e incluso ayudó a que se publicaran algunas de sus canciones.
A finales de febrero de 1911 Mahler sufrió de una inflamación de la garganta y fiebre, y no mejoraba. Le diagnosticaron endocarditis bacteria. El corazón de Mahler cada vez estaba más afectado y la infección empezó a propagarse a todo el cuerpo.
Alma se dedicó a cuidar a Gustav en cuerpo y alma, aunque seguía escribiéndole a Gropius. A fines de marzo le escribió reafirmándole su amor: “..I know that when I see you, everything will blossom and blossom again. Love me!…I want you!!! But you?? - Do you want me?”
Los doctores decidieron que Mahler debía regresar a Europa a ver al bacteriólogo André Chantemesse: En París tuvo una leve mejoría, pero rápidamente empeoró. Fue trasladado a una clínica a Neuilly y Alma mandó a llamar al Prof. Chvostek, el más celebrado médico en Viena.
Chvostek llegó al día siguiente y arregló inmediatamente el viaje en tren a Viena. En cada estación los periodistas abordaban el tren para tener las últimas noticias: “Mahler’s last journey was like that of a dying king”. Fue internado en el Sanatorio Loew en Viena.
En su agonía, Mahler llamaba incesantemente a Alma: “My Almschi!”. Poco a poco perdía conciencia: “Mahler lay with dazed eyes; one finger was conducting on the quilt. There was a smile on his lips and twice he said: ‘Mozart!’ His eyes were very big.”
Mahler murió el 18 de mayo, a medianoche, durante una tormenta. “With the last breath how beloved and beautiful soul had fled, and the silence was more deathly than all else…Was I alone? Had I to live without him?…I had no place on earth.”
Alma tardó casi un año en poder regresar en Viena. Su visa llegó en septiembre de 1947 y partió inmediatamente, haciendo escala en Londres para visitar a su hija Anna. Cuando llegó a Viena, la esperaba un equipo de filmación:
Viena se encontraba aún en un estado deplorable. Alma se quedó en un hotel lleno de ratas. Su casa en Hohe Warte era inhabitable, había sido bombardeada y saqueada. Tanto los escritorios de Mahler y Werfel como los manuscritos de sus canciones, habían sido incinerados.
Para consuelo de Alma, después de dos convulsivos años, Werfel empezó a trabajar en su nueva novela en enero de 1941. Alma retomó su vida social con los emigrados europeos de la costa oeste, entre los que se encontraban Thomas Mann, Arnold Schoenberg y Erich W. Korngold.
La casa en Los Tilos Road, rodeada de jardines de árboles de naranjo, era modesta para los estándares de Alma. En mayo de 1941 Werfel terminó el primer borrador de “The Song of Bernadette” y contrató a Albrecht Joseph, un judío alemán exiliado, ex director de teatro y guionista.
Un año después de la muerte de Manon Alma seguía inconsolable. En Viena se preparaban los festejos del 25º aniversario de muerte de Mahler. Bruno Walter organizó varios conciertos apoyado por Schuschnigg, quien quería demostrar que Austria aún celebraba a sus judíos eminentes.
En junio de 1937 Alma visitó Berlín y vio cuánto se había transformado la ciudad bajo el régimen Nazi. Los cambios llegaron pronto a Austria. Mientras los Werfel vacacionaban en Capri en febrero de 1938 recibieron la noticia de la ida de Schuschnigg a Berchtesgaden.
Durante los primeros meses en Casa Mahler, Alma recibía visitas casi a diario. Sabía exactamente cómo lograr una velada bella y placentera para sus huéspedes. Sobre su poderoso encanto, su hija Anna decía: “When she entered a room, or just stopped in the doorway…
…you could immediately feel an electric charge… Se was an incredibly passionate woman…And she really paid attention to everyone she spoke to. And encouraged them….She was able to enchant people in a matter of seconds.”
Franz Werfel recibió la noticia del divorcio de Alma y Gropius con gran alegría y alivio, y la llevó a Praga a conocer a sus padres. Para la madre de Werfel, Alma era “la única reina o monarca de nuestros tiempos."
Alma continuaba con su intensa vida social llena de arte y música en su salón rojo en Elisabethstrasse. En una de sus veladas, se interpretaron dos versiones de Pierrot Lunaire de Schoenberg, una dirigida por el compositor y otra por Darius Milhaud.
Franz Werfel se convirtió en un visitante habitual del salón de Alma Mahler. A los 27 años era considerado como uno de los principales escritores jóvenes de la época. Sus ideas intrigaban a Alma, cantaba con una bella voz de tenor y recitaba sus poemas con un fervor fascinante.
Tiempo después, Alma reflexionó: “The evening on which Werfel and I played music together for the first time and we were so in tune immediately through our very own medium that we forgot everything around us and in front of the husband committed spiritual adultery.”