Una gerontocracia de militares en el poder destruye las libertades civiles, se corrompe, viola los derechos humanos, no responde por sus decisiones, no permite que se dé seguimiento a la forma como manejan el dinero, se coluden para evadir cualquier escrutinio, cualquier crítica.
Y aplica para cualquier país y para cualquier momento. Ha sucedido una y otra vez. Está sucediendo hoy. No es un secreto. No es algo que pase de un día para otro, no es algo que no dé señales de alerta, no es algo que podamos decir después que no vimos. Sucede, paso por paso.
Y sucede, una y otra vez, con la complicidad y el silencio de las instituciones civiles, que buscan en esa gerontocracia militar corrupta el poder y el control que no consiguen con mecanismos civiles. Es la claudicación del manejo del poder, la victoria del mecanismo de control.
Desde la sociedad, ha habido históricamente al menos dos partes: los encandilados y los gritones. Los primeros tienen la justificación del desengaño, la curva de aprendizaje del desenamoramiento a la abulia. Los gritones se regocijan en la confirmación. Y la espiral continúa.
Mientras estos grupos se acomodan y definen, la gerontocracia gana espacios claves para su autofinanciamiento, hace favores que cobrará después. Porque se necesita dinero para tener poder. Y cuando se tiene ya la civilidad es un maquillaje, un estorbo, un parapeto innecesario.
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