El 2 de diciembre de 1983 yo estaba preso en la cárcel de Rawson.
Nos habían trasladado a la cárcel de Chubut en octubre, antes de las elecciones -que ganaría Alfonsín-, porque los militares temían que si seguíamos en Devoto la gente podría asaltar la cárcel para liberarnos.
Yo estaba en el pabellón 4, dedicado a los presos "irrecuperables" (fue la calificación que recibí en prisión desde el día que entré).
Ese día de hace 38 años yo me desempeñaba como fajinero (una tarea rotativa): era el que limpiaba el pabellón y daba de comer a mis compañeros.
A las 19 se realizaba el cambio de guardiacárceles (iban de 7 a 19 y de 19 a 7).
Nos encerraron en las celdas como siempre que se producía el cambio.
La nueva guardia iba mirando por las mirillas y contándonos para ver si éramos tantos como decía la planilla.
Una vez terminado el recuento y confirmado que estábamos todos los presos en el pabellón el nuevo jefe de la guardia abrió mi celda y me dijo que fuera a hablar adelante con él.
Salgo de la celda y veo en la parte de adelante a unos 10 guardias armados de fusiles.
Era algo excepcional ver gente armada (y más aun con fusiles) dentro del penal, en especial en las zonas en las que circulaban los detenidos.
Nunca sucedía porque podría ser peligroso para los guardias: un preso enloquecido lo tomaba de rehén y desencadenaba el infierno.
Pero ahí había 10 guardias con fusiles y yo iba con el jefe del pabellón hacia ellos.
Cuando llegué allí me dice:
"-Comuníquelo usted porque le van a dar más bola que a mí.
De este pabellón se irán ahora 10 en libertad.
Les abriremos las puertas, los llamaremos.
Vengan en paz."
Hice eso.
Hablé en voz alta (todo el pabellón estaba a la expectativa) y transmití ese mensaje.
El guardia me pidió que les pidiera que se comprometían a hacer todo tranquilos.
Les dije eso y todos gritaban que sí, que querían irse (éramos unos 50, solo saldrían 10).
Al final sacaron a todos los detenidos de las celdas, el guardia se pasó del lado de las rejas que lo protegían y me dejó a mí para ir gritando los nombres de los que se iban en libertad.
El segundo nombre de la lista era el mío.
Pregunté si ese Daniel Molina era yo y el número de DNI.
Era yo.
Después de 10 años preso,
5 días después de cumplir 30 años,
habiendo pasado encerrado todos mis 20 años,
saldría en libertad.
Me fui a la celda, tomé mis cosas y me preparé para ingresar a un nuevo mundo.
Nos llevaron a una oficina del penal.
Nos pusieron la ropa civil con la que caímos detenidos (la mía incluía una remera gastada y un jean oxford -con patas de elefante, como se usaba a comienzo de los 70-). Lo milagroso era que me entraba.
Nos retuvieron varias horas.
A eso de la 1 de la mañana del 3 de diciembre salí.
Enfrente del penal de Rawson estaba el cementerio.
Levanté los ojos y vi el maravilloso cielo estrellado de la Patagonia.
La oscuridad y la soledad me acompañaron.
Para los que preguntan por qué estuve preso, comparto este texto (está en mi libro "Autoayuda para snobs") en el que se los cuento con algún detalle.
Hace mucho (¿10 años ya?) lo dije y cada día está más claro:
la gente políticamente correcta -que se define como defensora de las identidades, de los géneros, de las culturas- es una versión actual -más extremista y más ridícula- de los militantes de la Revolución Cultural China.
Mientras la Gente Progresista copa las redes y los medios de comunicación masivos para imponer su visión maoísta totalitaria de la indignación en defensa de la "identidad" (lo único sagrado), en política crece la Derecha.
En Francia la pelea es para saber quién es más fascista.
En EEUU, en Europa occidental y gran parte de América latina (en especial, la Argentina), la Gente Progresista cree que la identidad es lo esencial.
Ser negro, ser originario, ser trans o ser mujer es lo único que cuenta.
Y lo más valioso es tener varias de esas identidades.
Aunque la cultura contemporánea crea que ser víctima es algo grandioso que hace mejor a una persona eso no es cierto.
Ser víctima es solo eso: haber padecido algo -grave o no- que hace que una persona sufra pasivamente. Nada más.
Me parece horrible la sacralización de la gente que se presenta como víctima.
Mucha de ella, fuera del caso en el que es víctima suele ser una persona horrible (que apela al chantaje moral -presentarse como víctima- para tapar que es un ser horrible que hace cosas malas).
Si alguien está padeciendo como víctima, cualquier solidaridad o empatía debe circunscribirse únicamente a esa situación específica.
Solo que ahora un poco más de gente se está dando cuenta de que existe la vida virtual (en la que vivió -sin conciencia de estar allí- durante los últimos 25 años).
Cuando veo el fanatismo por columnistas de los medios que les arman el sentido de la vida (sea porque militan en la misma causa que los apasiona -feminismo, veganismo, contra la riqueza, a favor de la riqueza, por lo que fuera-) comprendo que la mayoría no piensa jamás.
Es horrible comprobarlo pero la mayoría jamás piensa.
Por eso necesita que haya gente que todo el tiempo le diga algo para darle algo de sentido a vidas que están completamente vacías.
Entiendo el Orgullo Gordo: sos una persona con soprepeso y está pésimo que te discriminen por eso.
Pero negar que el sobrepeso (no digamos ya la obesidad) es dañina para la salud y que te convendría rebajar para tener una mejor calidad de vida es oscurantismo puro.
Y ese oscurantismo está guiando las acciones judiciales que gente del Orgullo Gordo está llevando en EEUU e Inglaterra contra hospitales y médicos que prescriben dietas para adelgazar a la gente con gordura mórbida.
Se ve en las redes sociales gente que denuncia que su médico, al ver que mide 165 cm y pesa 148 kilos, le dice que lo primero que tiene que hacer es tratar de bajar de peso.
Dicen que es discriminatorio.
No: es evidencia de que tu salud está en riesgo por la gordura.
El faro de Prídrangaviti en unas islas aisladas que pertenecen a Islandia fue construido en 1939 con gente que desafió las peores condiciones climáticas y exponiendo permanentemente su vida.
Aun hoy, con una base de helicópteros ya construida, es difícil llegar por los vientos.
Cada vez que tuiteo sobre la venta millonaria de alguna obra de arte contemporáneo -de esas que rompen con la idea de lo artesanal, "lindo", "bien pintado"- me preguntan si realmente esa obra "vale eso"
Comedian, de Maurizio Cattelan, vendió varias copias a 120.000 U$S.
¿Una banana pegada a una pared con una cinta gris "vale" 120.000 dólares?
¿Se la tengo que comprar al artista (o a su galerista) o si yo pego una banana en mi casa de la misma forma también es "la misma obra" y "vale" lo mismo?
Respuestas 1. Sí, vale 120.000 dólares porque 10 personas pagaron esa cantidad por tener una de las 10 copias que el galerista de Cattelan vendía.
2. Si no se la comprás al galerista esa obra no se considera la obra de Cattelán y no podrás venderla a 120.000 dólares a nadie.