Thread by @AlCoronaG

Como se veía venir, el estreno de #NoMiresArriba ha deparado críticas arremetiendo contra la obviedad de lo que propone. Creo que esto no solo se debe a que Twitter está habitado por la gente más inteligente del mundo, sino que hay motivos bastante más interesantes. Va hilo

La última película de Adam McKay no solo se está criticando por la obviedad, sino también por ser extremadamente cínica y (en tanto a que el cinismo es por regla general un billete directo a ello) conservadora. Y son críticas legítimas y veraces, sin duda

Diría que ‘No mires arriba’ es mucho más luminosa que los trabajos previos de McKay (al fin y al cabo, los últimos minutos conceden un espacio inédito a sus personajes para que se expresen y se lamenten libres de ridiculizaciones), pero no es algo demasiado importante

Lo que importa es que muestra un estado de las cosas marcado por la fatalidad, con un afán universalista pero tan carente de nombres propios que conduce inevitablemente a que los más tontos del bar la lean al revés y se la apropien para fortalecer sus razonamientos reaccionarios

¿Es culpa de ‘No mires arriba’? En mi opinión, no. Y no lo digo porque me guste (aunque sí, adore el cine de este hombre), sino porque es un peaje que el propio concepto de sátira (al que McKay se afilia) suele tener que pagar. En cualquier coyuntura, pero especialmente en esta

Wikipediemos.

La sátira puede responder a tres propósitos. Uno moralizante: identificar un mal y denunciarlo. Otro lúdico: divertir con la identificación de este mal. Y luego burlesco: la identificación del mal no tiene por qué ser divertida, pero sí ha de ridiculizarlo

Centrándonos en el primer propósito, lo fundamental a la hora de leer cada sátira es discernir el mal denunciado, y valorar cómo se ha efectuado esta denuncia. Es decir, si está bien articulada, si viene de la documentación, si es coherente, si tiene un mínimo valor intelectual

A esta denuncia no tiene por qué serle intrínseco un ánimo proactivo (uno más allá del “esto está mal”). Saber que algo está mal puede implicar que se sabe lo que está bien, pero es una carga de significado más líquida, que o entrega el receptor o brinda abiertamente la obra

Más allá de esta liquidez, aquí hay una idea fundamental: la sátira tiene que manejar unas certezas específicas. No sirven grises, ha de ser firme y contundente a la hora de explotar síntomas y encuadrarlos en un discurso de signo unívoco

Lo que quiero decir con todo esto es que la sátira es un desafío a la posmodernidad.

Una llamada voluntariosa a delimitar actitudes y endosarles un signo cristalino. Por ello es tan difícil que triunfe en nuestra época, pero tan encomiable que lo intente

La liquidez ya estaba incrustada en la sátira clásica, claro. Pero el contexto le permitía marcar la diferencia. La emergencia de lo propuesto, la rabia, la asunción de unos valores consensuados. Es solo en función a esto que podemos establecer si una sátira es conservadora o no

Aquí con “conservador” me refiero, claro, a una pulsión derrotista, que concibe al ser humano como pobre y condenado organismo sin remedio. Y es un ánimo que, sin duda, no exhiben dos de las sátiras más célebres de la historia del cine: ‘El gran dictador’ y ‘Ser o no ser’

Ambas son sátiras que, primero, fijan un enemigo contemporáneo y monolítico como el nazismo, y segundo manejan narrativas alejadas del distanciamiento que se le suele asociar al género. Lubitsch con la comedia de enredo, Chaplin con un clímax emotivo, que llama a la acción

El discurso final de ‘El gran dictador’ es histórico pero (con la debida frialdad) puede percibirse como impostado en el conjunto de la película. Parte de una necesidad social, que convierte lo pedagógico en el objetivo primario. Por eso nadie consideraría que sea conservadora

Pero vayamos a ejemplos más jugosos. Como el cine de Berlanga, que se regodeaba en las miserias del carácter español de una forma lo suficientemente ambigua como para ir esquivando las censuras del régimen. O los títulos con los que se le ha comparado más a ‘No mires arriba’

Esto es, ‘Teléfono rojo’ y ‘Network’. Lo de ‘Teléfono rojo’ es fácil de leer: Kubrick era un tipejo tan misántropo que es una pena que no cultivara más la sátira (asumiendo que todas sus películas no sean, en cierto modo, sátiras), y el final es lo que es

Y luego está ‘Network’. Una película tan histérica que al principio hasta cuesta leerla como sátira: parece ansiar ser un drama “que nos abra los ojos” antes que la deformación esperpéntica de una realidad denunciable. Sea como sea su conclusión es la misma: todo es una mierda

‘Teléfono rojo’, ‘Network’ o, por poner otro ejemplo, ‘Un, dos, tres’ (esta, además, de un nacionalista que da repelús), son propuestas rabiosamente cínicas, conservadoras, que el Libertad y lo que surja de turno podría apropiarse sin problemas de estrenarse hoy

Se han convertido en clásicos quizá porque, dentro de lo coyuntural, supieron ponerse universales a costa de subrayar que hay algo roto en el ser humano. Porque ese es un requisito de la sátira: los malabarismos con lo identificable y lo universal. Y la coherencia entre ambos

Volviendo a ‘Network’, además se adscribe a una época tan influyente en lo estético y lo anímico como el Nuevo Hollywood, que leía el colapso socioeconómico de los años 70 en clave de tratados tremendistas y paranoides. Su resaca aún dista de terminar, y ahí tenemos a... 'Joker'

Esta película ejemplifica la sátira que hace suyo acríticamente el “estoy más que harto y no pienso seguir soportándolo” de ‘Network’. Como tratado político no vale un carajo, y por eso se lo puede apropiar cualquiera, de Pablo Iglesias a Michael Moore pasando por la chusma incel

Malos tiempos para la sátira, en efecto. Porque la coyuntura socioeconómica, hipermediatizada y sometida a lo subjetivo, impide que pueda fluir acorde a unas coordenadas monolíticas de bien/mal, y se lea ajena al impulso de situarse por encima de ella para extraer lo que convenga

Mientras unos denuncian lo subrayada que es una película, otros no tienen que esforzarse en entenderla completamente al revés. Y esto a veces es culpa del film (p.ej.‘El reino’, cuya afiladísima tesis era “todo el mundo robaría si pudiera”), y a veces simplemente es… inevitable

El ejemplo de ‘Parásitos’ es clave. Como sátira de un aplicado estudiante de Sociología, es tan evidente como derrotista, y permite el apelativo "reaccionario" sin andar desencaminados. Porque asume que no hay horizonte. Que no hay más urgencia que el propio estado de las cosas

Un estado de las cosas que se puede leer en el signo que cada cual prefiera. Faltaría más. Pero es exactamente lo mismo que pasa con ‘No mires arriba’, y de ahí que me parezca tan inoportuno/facilón criticarla en base a lo “obvio”, lo “cínico” y lo “conservador”

Creo que, entendiendo el punto en el que estamos, sería más fructífero criticar una sátira no en tanto a su obviedad y su cinismo (la historia ha forzado que todas las sátiras naveguen entre estas nociones sin que esto evite la confusión), como utilizando otras herramientas

Yo qué sé. Valorar la pertinencia del diagnóstico. Sopesar el discurso de McKay (que en ‘No mires arriba’ pasa también por leer lo que lleva desarrollando desde ‘Anchorman’). Sobre todo, entender cómo fluye su humor, qué dianas busca. Si es justo a la hora de fijarlas

En conclusión, que considero que a estas alturas criticar una sátira por “obvia” es una obviedad, y que la coyuntura en la que vivimos impele a que todas las sátiras sean conservadoras.

Porque si no lo fueran, no las leeríamos como sátiras