Esta semana el Ministerio de Salud publicó las estadísticas vitales de 2020. La tasa global de fecundidad (el número de hijos por mujer) bajó nuevamente y está en 1,55, el valor más bajo de la historia y cercano al de los países más desarrollados.
Después de años de estancamiento, el descenso se inició en 2015, y se viene acelerando. En fecundidad adolescente (menores de 20 años) es más fuerte aún: entre 2014 y 2020 bajó un 55%. Y entre las mujeres jóvenes con baja educación la reducción alcanzó a cerca del 66%.
Esto es muy bueno: implica que más mujeres ejercen sus derechos y deciden. La mayoría de los embarazos adolescentes son no intencionales y las tareas de cuidados que estas madres asumen las llevan en muchos casos a abandonar o bajar calidad de su educación y carreras laborales.
Esto implica que miles (60.000 por año, si comparamos 2020 con 2014) de mujeres jóvenes tienen nuevas oportunidades para romper circulos viciosos de pobreza, para ser más productivas, vivir mejor y aportar más a la sociedad.
Pero esto es sólo una oportunidad. Sin educación de calidad y demanda laboral no se convertirá en realidad. Sin duda, este es un de los principales desafíos de la sociedad para los próximos años.
En @CIPPEC venimos trabajando este tema, tratando de entender mejor cuales son sus causas, directas e indirectas, que impactos tendrá sobre la vida de la población y las políticas públicas y como aprovechar las oportunidades de desarrollo y mejora en calidad de vida que implica.
Nota al margen: nada de todo esto tiene que ver con la pandemia. Los nacimientos de 2020 corresponden, en un 99%, a embarazos "pre-pandémicos". Ese efecto lo veremos en los números 2021 que, probablemente, acentúen aún más la tendencia.
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