Cuando pienso en mi infancia, en la mayor parte de los mejores recuerdos aparecen dos personas: mi abuela y mi abuelo. #DíadelosAbuelos
Recuerdo a mi Abu recitando largos fragmentos de «La venganza de don Mendo» o «La vida es sueño» durante las comidas. O las noches en que me quedaba a domir en su casa y la Aíta se inventaba cuentos que todavía recuerdo.
Sentarme en el brazo de la butaca para ayudar a mi abuelo a resolver el jeroglífico y el crucigrama del periódico. Jugar a las siete y media, al tute y al chincón, al dominó y al parchís.
Los veranos interminables en la casa del pueblo, donde ponían música, sonaba Olga Ramos y ellos bailaban agarrados un chotis o un pasodoble.
Mi abuela, que me curaba las heridas sin que me doliera nada, que hubiera querido ser enfermera, pero que no puedo estudiar por culpa de la guerra. Que escribía textos llenos de faltas de ortografía, pero las poesías más bonitas que he leído.
Mi abuelo, que empezó como botones y acabó siendo directivo de una gran empresa. Que siempre comía en casa y volvía por la tarde para dar un paseo con ella, que le esperaba vestida de punta en blanco para agarrarse de su brazo.
Los miraba con devoción cuando era niña y pienso en ellos con una admiración profunda desde mi posición de adulta. Tuve mucha suerte de tenerlos tanto, aunque se marcharan pronto.
A veces pienso en aquella pregunta que le hice a mi abuelo. Él contestó: «Tendremos esta conversación cuando seas mayor». Debe ser la única promesa que no cumplió.
Es curioso cómo los olores tienen el poder de hacernos viajar en el tiempo y transportarnos a momentos y sensaciones que revivimos con claridad: los caramelos de violeta, el olor a tabaco negro y el café con leche, me llevan de vuelta con ellos.
Y vuelvo a un lugar seguro, un lugar feliz. Este hilo es un pequeño homenaje a su amor incondicional.
Mi hija y mi hijo también tienen la inmensa suerte de tener unos abuelos con los que comparten gran parte de su infancia.
Y yo me siento afortunada por partida triple. #DíadelasAbuelasyAbuelos