En 25 años de carrera (26, si cuento los dedicados al periodismo activo) que llevo, he escrito muy poco cuento (no sé resumir, y soy muy glotón— siempre quiero MÁS); en #TrampaParaNiebla se reúne toda mi narrativa breve, desde 1997 (con “Diva”, un cuento humorístico que
está dedicado a mi mamá, en el que un adolescente/aborrescente hace crónica de las aventuras y desventuras de su madre, alegre y temperamental reina del culebrón) hasta el pasado mes de junio (con “Petit Trianon”, un cuento que rinde homenaje a Silvina Ocampo y la tradición
del cuento extraño argentino — no en vano se escribió en Buenos Aires después de visitar la Recoleta— en el que una mujer sueña obsesivamente con una casa que no puede existir, o tal vez sí).
El cuento, confieso, me mete miedo. Cortázar decía que en esta arena se gana por
nocaut y muchas veces el mecanismo de sorpresa es complejo de armar: en la novela tienes todo el espacio para esconder bombas desde el principio (Ira Levin —a quien hay que leer—, era un genio para hacer eso) y esconderlas en el panorama: una carta a medio escribir, una voz
a través de la pared, una ida al supermercado, un encuentro en la calle. Todo funciona en la novela. Tienes tiempo. En el cuento vas contrarreloj: no puede sobrar nada, no puedes fallar.
Empecé a escribir cuento bajo el tutelaje de María Luisa Puga, Juan Villoro, Daniel Sada,
Rafael Ramírez Heredia (el rayo Macoy) y Gilda Salinas. Posteriormente, al paso de los años, compartía el ocasional cuento nacido no de la disciplina sino de la invención con colegas (qué atrevimiento el mío) como Nacho Padilla (el cuento que abre el libro está dedicado a él y
a @Ixnic Iruegas), @albertochimal, @dmiklos, Fernanda Melchor, Mercedes Castro o Andrés Neuman, pero no pasaban de ser brotes, regalos de una imagen o un recuerdo.
Que mi narrativa breve sea ahora del lector público, me da la misma ansiedad (y gozo) que leer mis intentos en
mesas de taller o en pequeñas lecturas en atril hace años en El hijo del cuervo y otros recintos que hoy ya no existen, donde los escritores que no teníamos experiencia la adquiríamos leyendo (nunca fui parte de los creadores que pasaron por el FONCA por decisión propia,
y eso pudo limitar mi exposición o mi nombre, pero no me arrepiento— sigo pensando que soy un escritor invisible o francamente, que soy, como dijo un día un escritor premiado, exesposo de una muy amiga mía: “un Nadie”. Y no me molesta. Eso está bien porque escribo lo que
quiero, cuando quiero, como quiero y donde quiero).
Hay quienes dicen que escribir en México es suicida porque hay una cada vez mayor erosión de lectores (especialmente entre los más jóvenes). Yo no creo que sea suicida, pero sí que es difícil encontrar el lector adecuado
en esta era de sagas, de libros basados en Minecraft o de consejos de YouTuber’s. Por eso admiro a quienes se ponen un cuchillo en la boca y escriben tirándosela. Que dan la vida por sus historias o sus ideas, ante la incomprensión posible o peor, la indiferencia del
posible lector, de los editores o del mercado. O de todo junto.
@EditGatoBlanco es una micro empresa hoy día, y existe gracias a la fuerza de voluntad de su creador, @JoseDBernal3 — él se la juega y por eso, cuando me buscó después de una agria experiencia con otra casa,
me impresionó su entusiasmo y su Fe en lo que yo hacía, sin conocerme de nada y sólo habiendo leído lo que pongo aquí y una novela. Eso fue todo. Nos lanzamos a ciegas y mi experiencia ha sido memorable. Todo el extenso trabajo de edición se hizo codo a codo: Pepe LEYÓ todo;
y eso me impactó por que solo una vez antes (con el diccionario, hace diez años) tuve la fortuna de ver y de recibir tal trato. Aunque no digo que no exista.
#TrampaParaNiebla existe gracias a la fuerza de voluntad de mi editor, que creyó en mí donde yo por un momento dudé:
me sentía el “Don Nadie” que Mr Premio Anagrama me había escupido. Pero repito: si soy nadie, entonces puedo hacer lo que quiera, más allá de las presiones de una editorial o de las expectativas de una esfera. De hecho, Bernardo Esquinca me lo repitió: abraza a tu editorial
independiente y pequeña. Te darán lo que necesitas y no te van ni a traspapelar ni te harán menos en favor de otro autor (eso ya me había sucedido antes y fue muy feo). Le creo.
Estos meses (de abril a hoy) han sido de mucho trabajar; revivir relatos que se me habían olvidado
en un archivo, como “Torsos”, un relato que habla acerca de cómo un asesinato violento afecta las percepciones de un ama de casa ajena al crimen; la revisión de este texto me reveló su universalidad y su presciencia: podía haberse escrito hoy. O “Hijo único”, la extrapolación
imaginaria de un episodio de mi niñez, y también me inspiró a crear relatos nuevos, como “Nuestra Señora de Cielo Drive”, una elegía no exenta de gossip y ternura para una estrella apagada de repente, que es una de mis grandes inspiraciones de toda la vida y cuyo nombre no
menciono nunca, pero no hace falta. Hay cuentos relacionados al cine (“Todos los días son días de Brenda”) y a otros libros (“Los bellos hastaprontos”, en el que una hermosa joven con un monumental complejo de Electra, puede o no profetizar el destino de su padre célebre poeta).
Hay un retrato de la depresión adolescente (“Isabelle y Alejandro o escenas de la descomposición de un verano”) y un ejercicio en comedia de opción múltiple.
Este ramo de flores es para lectores que no conozco. A los que espero alcanzar a tocar brevemente. A los que,
como a los amigos y colegas y maestros y familiares que han apoyado estos 25 años de escritura, me debo totalmente.
Y eso es lo que tengo que decir sobre este libro que ya no me pertenece. Ahora es tuyo.
Y se puede pedir (para todo México) desde aquí: a.co/d/3gXBbKF
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Aquél periodo de estética gótica en el Hollywood de los 90, cuando Columbia Pictures (la chica de la antorcha, recién casada con Sony) dio rienda suelta a cuatro directores para hacer sus versiones de monstruos clásicos entre 1992 y 1996, fue interesante y en buena parte logrado,
con filmes que iban de lo excéntrico y glamoroso (el Drácula de Coppola) a lo excelente y cínico (el Lobo de Mike Nichols) a lo melancólico y siniestro (la mirada femenina que hizo Stephen Frears a Jekyll y Hyde con “Mary Reilly”) a lo deprimente e indigesto (el
Frankenstein de Branagh); reinterpretar al clásico tratando de aplicar sensibilidades modernas —aunque solo la de Nichols tenía ambientación contemporánea y era la menos gótica de las cuatro, a menos de que uno acepte a Jack Nicholson como una versión Nietzscheana del licántropo
A propos: hay una anécdota interesante acerca de "Aura" y Fuentes, ocurrida en los 80, cuando Charlie Fountain era el rey de todo el mundo, y su natural soberbia era la cima de la que podía lanzarse si quería caer al abismo. Se las contaré en este hilo:
A finales de los años 70, Fuentes leyó una novela llamada "Ghost Story", de un autor estadounidense llamado Peter Strau b, que es un extraordinario escritor por mérito propio (si pueden leer "Ghost Story", titulada "Fantasmas" en su -horrenda- traducción al español, háganlo).
Ambos autores coincidieron en NY poco después (1980, 1981) y una incipiente amistad se dio entre ambos. Fuentes, por supuesto, era el "senior" con una carrera brillante, el "boom", la embajada en Francia, etc.
Peter era un novelista, repito, estadounidense, que hacía literatura