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Sep 13 23 tweets 4 min read
Una noche, no hace tantos meses, me fui a dormir en mi domicilio de Palma y, a la mañana siguiente, desperté en Pyongyang, en la mismísima Corea del Norte.⤵️⤵️
Me había metido en la cama como ciudadana libre de un Estado de Derecho y amanecí en una caricatura de democracia en la que toda la maquinaria del poder se había puesto en marcha para chantajearme, insultarme, señalarme y coaccionarme. ⤵️⤵️
Esa noche me había acostado arropada por amigos y colegas de profesión que no desperdiciaban la oportunidad de citar la trillada frase falsamente atribuida a Voltaire -“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo”- y ⤵️⤵️
me desperté en territorio hostil, en un lugar extraño en el que era invitada a callar o censurada sin ambages. ⤵️⤵️
Fue una noche cualquiera, como tantas otras, en la que había oído a mis conciudadanos quejarse con amargura de los políticos: “Todos son iguales. No te puedes fiar de ninguno”, decían; “Menudo hatajo de corruptos, solo miran por sus intereses”. ⤵️⤵️
Por la mañana, cuando salí a la calle en Pyongyang, esos mismos políticos se habían convertido en benefactores sociales, en ángeles de la guarda enfocados día y noche en nuestro bienestar, en amorosos seres tutelares. ⤵️⤵️
Lo curioso es que eran los mismos políticos de siempre, así que tuve que concluir que un extraño encantamiento había tenido lugar. ⤵️⤵️
Recuerdo que antes de esa noche necesitaba una receta para comprar ibuprofeno y que la extracción de un quiste en el dedo solo había sido posible tras la revisión por parte de un médico, la lectura del procedimiento al que iba a ser sometida y varias firmas de consentimiento. ⤵️
En Pyongyang, por el contrario, me presionaban para que me dejara inocular un suero no aprobado por la Agencia Europea del Medicamento, nunca usado en humanos, del que no podía ver el envase ni los ingredientes y del que no conocía ni los efectos deseados ni los indeseados. ⤵️⤵️
Desconcertada, creyéndome todavía en Palma, solicité que un médico de los 250.000 facultativos que ejercen en España, me reconociera y que, si juzgaba que mi estado hacía necesaria la inoculación, me cumplimentara la receta con su firma y número de colegiado. ⤵️⤵️
Pero ninguno se avino a hacerlo, y aún así, las autoridades me presionaron a que me inyectara “por mi salud”.

Esa noche, no hace tantos meses, me acosté convencida de que había unas reglas del juego, unas garantías constitucionales, una querencia por la verdad ⤵️⤵️
un apoyo declarado al debate ideológico, científico, unos medios de comunicación libres y plurales, pero me desperté por la mañana y casi me extrañé de que no me endilgaran una camisa de cuello Mao y me obligarán a desfilar.⤵️⤵️
De repente, mis derechos habían sido conculcados apelando, como siempre en una dictadura, al interés general. Un interés que, como todo el mundo sabía allá en Palma, se confunde muy a menudo con los intereses particulares de las clases dominantes. ⤵️⤵️
Aquí, en Pyongyang, los datos se ofrecen a la masa una vez cribados y manipulados, las voces discrepantes son silenciadas, se estigmatiza y aparta, no ya a quien piensa diferente, sino a quien exige información veraz y contrastada, y se criminaliza a quien pone límites al abuso⤵️
En los centros médicos se inhabilita a quien se atreve a decir “Esto no es exactamente así “ o “Quizás podríamos estudiar otros remedios“. Aquí, si hay que elegir entre que el paciente muera o que la orden de un médico se ponga en entredicho se elige siempre la primera opción⤵️
En Pionyang se despidió del trabajo, se impidió la entrada, se expulsó de los lugares, se apartó, se discriminó, se culpó. Lo más curioso es que yo me acosté esa noche de la que os hablo en un país en el que estas conductas provocaban un unánime rechazo social. ⤵️⤵️
Y me desperté en un país de Ristos Mejides y Ana Rosas Quintanas, de Feijoos y Francinas, de sembradores de vientos, de atizadores de odio, de periodistas lacayos y de médicos comprados por las farmacéuticas a cambio de un congreso en Las Vegas y 10.000 euros para un estudio.⤵️
Parece mentira, pero antes de esa noche, mis conciudadanos se indignaban cuando Donald Trump anunciaba la construcción de un muro en la frontera entre Estados Unidos y México, abominaban del ‘apartheid’ sudafricano, se emocionaban por la desaparición del muro de Berlín.⤵️⤵️
Por la mañana, en cambio, aplaudían y jaleaban el levantamiento de un muro tan invisible como sólido.⤵️⤵️
No hace tantos meses que me acosté bien integrada en la sociedad y me desperté sola. Me acosté sin cuentas pendientes ni con nada ni con nadie y me desperté convertida en una mujer insolidaria, egoísta, descerebrada, casi una criminal. ⤵️⤵️
Y desde entonces, aquí en Pionyang, he llorado, he rabiado, me he sentido humillada y señalada por los mismos que financian campañas contra el bullying en los colegios y pronuncian discursitos con motivo del Día de la Salud Mental.⤵️⤵️
En estos meses, los poderes políticos y económicos han utilizado a los medios para dinamitarnos como sociedad. Hemos sido arrollados por una propaganda miserable que nos ha convencido de que se puede construir una sociedad fuerte y sana excluyendo a una parte de ella. ⤵️⤵️
En Palma sabíamos que eso no solo es imposible, sino que es inmoral. Pero aquí, en Pionyang, no solo lo ignoran, sino que son incapaces de pedir disculpas por tanto dolor, tanta humillación y tanta miseria moral. Es lo que pasa aquí, en Pionyang.

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