Existe un cementerio hecho para conseguir la eternidad, no solo de los cuerpos que ahí reposan, sino también, de la piedra misma. Porque hubo una época donde para algunos, conseguir la eternidad puede ser un asunto de sublimación en el arte.
¿Quieren conocerlo?
Abro hilo.
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Barcelona es una ciudad de índole mundial, que salvaguarda en sus calles y museos, logros artísticos en un estilo que le ha marcado personalidad y carácter para hacerla eterna:
El modernismo catalán.
Pero, ¿qué tal si les dijera que en el tránsito entre la vida y la muerte, la sociedad barcelonesa del siglo XIX decide llevarse ese espíritu artístico hasta la tumba?
Situémoos en el siglo XIX. Barcelona aún conservaba ese exoesqueleto que le daban las murallas, una estructura que no había variado mucho de la Edad Media. Los cementerios estaban copados y había que buscar una solución.
Para 1883, se decide mirar a esa montaña al lado del mar.
En un esfuerzo por el alcalde Rius i Taulet de modernización de la ciudad, fue inaugurado un nuevo cementerio. Pero este fue creado en una época de convulsión artística sin precedentes que tenía a Barcelona fundida entre nuevas ideas de una novedosa estética:
El modernismo catalán.
Llamado art nouveau, sezession austriaca o Jugendstill, Europa veía entre las figuras de la naturaleza misma una nueva forma de expresarse. Los ordenes clásicos ya se veían anticuados, y se miró a fauna, la flora y la anatomía.
Barcelona (en general, Cataluña misma) encontró una forma de diferenciarse del resto de la península. La ciudad estaba en la vorágine de creatividad como nunca, con Gaudí, Domenech o Puig i Cadafalch entre muchos dando rienda suelta.
Y eso también llegó hasta los muertos.
Para muchos desconocido, el Cementerio de Montjuic guarda joyas del modernismo tan impresionantes como las que se pueden encontrar en la grilla de la ciudad. ¿Sabían que aquí está el Panteón de la familia Batllò, los mismos de la famosa casa de Gaudí?
Y quedas sin palabras.
Que no se trata de la piedra solamente, sino que también se da exaltación a cualquier manifestación artística, aquí el modernismo se va con todo. La herrería de la tumba de Marià Regordosa hace que el hierro pierda rigidez y se transforme en naturaleza.
A veces, es que ni lo que existe montaña abajo se compara lo qué hay aquí. Como si esta, al ser la última morada mereciera toda la destreza posible. La familia de la Riva hasta tuvo un mausoleo con ascensor para descender a la cripta.
Y eso es lo menos ostentoso.
Y es que, caminas cinco pasos y de repente, vuelve a atacarte sin piedad el modernismo. Cueva tras curva, detalle, fluidez, exaltación desmedida. Cada panteón es un himno a la despedida.
Los arquitectos aquí no temen a nada. Si la libertad pudiera estar contenida en las casas y edificios de la ciudad, aquí no hay restricción alguna.
El cliente reposará para la eternidad.
La libertad es incontrolable.
Pasar a la eternidad en éxtasis.
A veces, no hace falta la grandilocuencia de un espacio. A veces, la escultura dice todo. Enric Clarasó pone en 1902 una copia de la obra maestra que lo había llevado a la Exposición de París.
Un hombre con una pica cavando su propia tumba.
¿Se puede decir tanto con tan poco?
¿Podemos hablar de la muerte como esa amiga y enemiga que solamente espera a que lleguemos a ese sueño del que nunca vamos a despertar?
La tumba de Nicolau Juncosa puede ser la que más robe el aliento: él, sentado en su escritorio, pensando en su vida, en sus fábricas, en su trabajo.
La muerte, que le importa poco o nada quien sea. Con una mano le acaricia el hombro, diciéndole que es hora de dormir.
Es apenas obvio pensar que este empujón de libertad fue causado en gran parte por el enorme poder adquisitivo de quienes utilizaron su fortuna para formar una generación de creatividad e identidad únicas. Que de forma transversal, atravesaron todas las técnicas del momento.
Todas, bajo el mismo principio de la Renaixença, el nuevo renacimiento del espíritu. Imaginen eso, hacer renacer la cultura incluso en el único lugar donde es imposible renacer.
Porque hasta al mismo cementerio llevaron su destreza.
Hasta allá se llevaron pedazos de la ciudad misma, como el Panteón Surís-Robert que transplantó una fusión de la Sagrada Familia con el Tibidabo o quienes simplemente optaron por morir viviendo en épocas aún más lejanas como el románico.
O uno, el último.
El que se llevó la ciudad entera a la tumba.
Si han visto Barcelona en un mapa, reconocen su retícula. Esto es gracias al plan de Ildefonso Cerdà, quien propone un ensanche con una estructura urbana en cuadrícula, abierta e igualitaria.
Barcelona tumba sus murallas y se expande.
Se moderniza.
En el Cementerio del Montjuic, la tumba de mayor espíritu de renovación, la que mejor habla de libertad desmedida, de nuevo lenguaje y nueva vida es …esta.
La de Cerdà.
El que decidió liberar la ciudad y modernizarla.
Está enterrado bajo un fragmento de la nueva Barcelona.
Una que no es solamente edificios, calles y museos. Una que también es libertad contenida, en la muerte misma, sublimada en una ciudad donde sus habitantes murieron bajo el abrazo de un espíritu artístico que lo cambió todo.
El Cementerio de Montjuic.
Esto es todo por hoy. Espero les haya gustado el hilo. Para más historias, les tengo estos otros lugares.
En Instagram, ahí tengo en highlights más historias de mis viajes y fotos para que me vean la cara.
Tengo además un OnlyFans donde también cuento historias, así como tutoriales, exploraciones y guías. No cae mal también darles este link, oye, que no me gusta ná.
Existe un lugar donde el horizonte hace el perfecto baile entre la historia y la naturaleza. Armado con guías de viaje y fotografías me propuse llegar hasta ahí con la ilusión de conocer algo único y la fatalidad de saber que no podré repetirlo.
¿Quieren conocerlo?
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Eran las 11:30 pm de una noche lluviosa en Yangón. Después de una salida de baile y de comer en algún puesto callejero, había entrado en el edificio donde me alojaba en casa de un amigo sin percatarme que había cerrado mal la puerta.
Hasta que sentí un golpe por la mañana.
Somnoliento, miré alrededor: mi amigo seguía dormido, la puerta estaba abierta. La cerré y volví a dormir.
No fue sino hasta unas horas después que supimos que ese golpe en mi hombro fue de un ladrón que calculó mal al tratar de llevarse mi cámara.
Todos los días, cinco monjes se despiertan para tocar las campanas en una ciudad-monasterio abandonada dentro de una montaña siendo los últimos huéspedes de una antigua fortaleza medieval.
Si existió algo semejante a Minas Tirith, es esto.
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Monasterio de Vardzia, Georgia.
Al margen del Río Kura y después de muchos kilómetros que me traían ensoñación de mi tierra, había llegado a ver un acantilado horadado desde hace siglos que conserva una historia muy particular entre los dedos de aquellos que no dejan atrás.
Este no es un lugar común y corriente; tampoco podría decirse que es estéticamente atractivo o fácil de dibujar. Vardzia es un renglón de una época donde reinas, caballos, invasiones y saqueos horadaban los valles de tierras lejanas, apenas sacado de la mano de Tolkien.
Vamos a jugar a ser detectives. ¿Pueden responder cuales son las tres diferencias entre estas dos imágenes?
Mientras contestan, les voy a contar la oscura historia detrás de estas fotografías.
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8 de diciembre del 2020.
Ese día aparece en la revista Architectural Digest AD un reportaje de una remodelación de una casa en San Francisco. Entre las fotos de los espacios, aparece una del patio principal.
La imagen aparece descrita como "Southeast Asian sculptures are displayed in the courtyard (...)", refiriéndose a que en ese patio de 1916, se muestran esculturas del Sudeste Asiático, pero si miran la foto no aparece nada.
Ese pie de foto le llamó la atención a un periodista.
Imagina crecer en una ciudad dividida por un muro donde escuchas a tus vecinos jugar a metros de distancia y jamás conocerlos. Una ciudad con dos universos paralelos.
Sucede ahora mismo y no viajaremos tan lejos: es una capital europea.
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Nicosia, República de Chipre.
En lo alto de un edificio hay un mirador que aglutina turistas morbosos por ver una montaña que a lo lejos dibuja una bandera de un extraño país. A nuestros pies transcurre la vida de una de tantas ya típicas calles de un país europeo.
Su casco antiguo no es muy diferente a cualquier otro: callecitas, bicicletas y locales con terrazas de café caliente. Pero algo aquí no es normal.
Al fondo de sus calles, esas mismas banderas extrañas se asoman sobre un edificio que al ser detallado, revelan impactos de bala.
En las montañas de Georgia hay un pueblo soviético perdido en cuyos acantilados están suspendidos pedazos de su gloria. Sin embargo, visitarlo es enfrentarse a una carrera contra el tiempo.
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Chiatura, Georgia.
12:54 pm
Una descomunal estatua que conmemora la Gran Guerra Patriótica (II Guerra Mundial) da la bienvenida al pueblo. Sus proporciones no parecen encajar con lo que este pueblo y su tamaño, como si fuera un error o un presupuesto desfasado.
Pero no, encaja.
Terminé en Chiatura porque había leído de parte y parte que esta ciudad está enclavada en la época soviética. Que sus edificios guardan mosaicos de Stalin y Lenin, que sus cables mineros aun están suspendidos y oxidados como un museo a cielo abierto.
Existe un lugar abandonado que se cae a pedazos en el mar. Aunque fue evacuado en un par de horas, lleva cincuenta años esperando a que sus habitantes regresen antes que estos mueran de vejez.
¿Quieren saber su historia?
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Chipre, 1974.
En un famoso litoral mediterráneo -como vendría siendo Málaga el día de hoy- se desarrollaba un día común y corriente. Las grúas de construcción dominaban el cielo, los hoteles y restaurantes rebosaban de turistas y estrellas de cine.
El paraíso.
¿Su nombre?
Varosha.
En este distrito de la ciudad de Famagusta, la vida parecía no detenerse hasta que el 15 de agosto de 1974 sus habitantes no pudieron dormir en sus camas al final del día. Era tanta mi curiosidad que la visité para este hilo de #MinisterioDeExploraciónUrbana.