Existe una montaña que en las noches derrama luz para guiar a fieles de todas las religiones a subir al cielo. Entonces al amanecer, el cielo mismo muestra porqué es la cumbre más sagrada de todas.
Capaz nunca habías oído hablar de ella. ¿Quieren conocerla?
Abro hilo.
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Bienvenidos a Sri Lanka, aquella lágrima con forma de país que se encuentra en el Océano Índico. Llevaba varios días recorriendo a pasos lentos, en búsqueda historias y lugares que hablaran de su hermosa complejidad. Recorriendo en tren, quedándome en pequeñas casas.
En un rincón de una de ellas, había un altar de muchas religiones. Una imagen que para muchos puede sonar a inconexa e imposible, pero no en Sri Lanka. Al día siguiente lo iba a comprobar.
Si les dijera a ustedes, cómo se imaginan el Paraíso, ¿podrían decirlo? ¿Qué elementos tendría? ¿Selvas con frutos tropicales, aguas cristalinas, ríos que bajan por las montañas?
Es que todo eso es Sri Lanka. Desde siglos, existe el mito que el Jardín del Edén está aquí.
La primera imagen que se tiene al bajarse del tren y tomar en dirección a Maskeliya, es entrar al Edén. Al fondo, está nuestra montaña que contraria a muchas, no parece ser una amenaza en el paisaje. Es tan bella en el horizonte, que invita.
Y no saben a cuantos ha invitado.
Las montañas que rodean a Maskeliya están sembradas de cultivos de té, esa planta que transforma las laderas en almohadas. En el borde de la carretera, lo primero que se nota son cruces cristianas, como último destino de los colonos británicos que murieron en este lugar sagrado.
Se dice que Alejandro Magno desvió su ruta para venir. Marco Polo había ascendido a la montaña en su camino desde China en 1292, antes de regresar a Venecia. Ibn Battuta luego, en 1344, trepó su cumbre con otros peregrinos para llegar al cielo.
Cristianos, musulmanes, hinduistas, budistas e incluso judíos consideran esta una montaña sagrada. No existe un lugar en el mundo con un consenso tan grande de creencias bajo un mismo techo.
Todo se debe a su cima y para llegar a ella, tenía que esperar a la noche.
Prepararse para subir el Pico de Adán requiere un esfuerzo físico considerable. Hay que meterse buenas energías, dormir bien, incluso, echarse un trago de whiskey (herencia colonial que servía de salario) para enfrentarse a sus 5.500 escalones a las 3:00 am.
Es a esa hora cuando un río de luz hace erupción en la cima. Es hora de subir al cielo.
En la madrugada, al pie de la montaña, aparecen los templos de otras creencias esparcidos. Atrás quedaron las cruces cristianas que ahora dan la bienvenida a pagodas budistas y templos hinduistas, que buscan dar refugio al peregrino.
Al frente tengo cinco kilómetros de luz. El trayecto son aproximadamente tres horas de escalones, sin descanso, que pueden alargarse a cuatro dependiendo del estado físico. Todo, en temperaturas que a veces bajan a los 9 grados centígrados.
Esto se lleva haciendo mil años.
A mitad de camino quería renunciar, quedarme ahí y mandar todo al carajo. Es sobrehumano tener que subir una altura similar a un edificio de 370 pisos, sin parar, todo para llegar a lo más alto de una montaña que todos decían que era sagrada.
Dejo la cámara y apresuro el paso.
Cuando menos lo esperaba, la escalera termina. En la cima, hay una congregación de peregrinos esperando por ver al cielo mismo aparecer.
Me apresuro para quitarme los zapatos y llegar al final de la montaña.
Dar media vuelta...
... y ver que valió la pena. La cumbre del Pico de Adán, está como me lo habían prometido, en el cielo.
Todo por lo que una manta roja amarra detrás de una ventana que no se puede abrir. Dentro, hay una huella de un pie.
Esa es la razón por la cual musulmanes, hinduistas, cristianos y budistas someten su cuerpo a la tortura de subir un río de luz.
Porque esa huella, es la huella que dejó Adán cuando fue expulsado del Edén.
Es la huella del apóstol Santo Tomás en su evangelización.
Es la huella de Shiva cuando bajó a la tierra.
Es la huella de Buda, antes de saltar a Siam en su adoración.
Personas de las religiones más importantes, que escaleras abajo viven en conflicto, violencia y luchas sin sentido, se vuelven crisol de hermanos en lo alto de una montaña desconocida, tocando las campanas cada vez que suben.
Por eso, el cielo se los agradece.
Es en serio:
Cuando sale el Sol durante el mes de abril, la luz deja una sombra perfecta sobre todo lo que los ojos alcanzan a ver.
¿Me dirán ahora que este no es el verdadero Jardín del Edén, si hasta el cielo mismo baja?
Todo lo que queda es inmensidad. Las campanadas siguen retumbando por cada peregrino que sube a conocer el sitio donde una huella, escondida detrás de un manto rojo, ha unido al mundo más que mil acuerdos y decretos.
Cuando las luces se apagan, es momento de bajar de nuevo a la Tierra. La ironía de tener que volver a pasar por esos mismos cinco mil escalones, esta vez, con las piernas temblando de dolor. De los dolores que he sentido, este ha sido uno de los más agraciados y hermosos.
Porque por un momento, la curiosidad de querer contar una historia me llevó a creer en el suspiro de un amanecer, que el cielo y el paraíso existían.
Aunque sea, por un momento.
Esto es todo por hoy. Espero les haya gustado el hilo. Para más historias, les tengo estos otros lugares.
En Instagram, ahí tengo en highlights más historias de mis viajes y fotos para que me vean la cara.
Todas las fotos de este hilo fueron editadas con mi celular. Así que si quieren sacarle el máximo provecho, pueden inscribirse a mi Curso de Fotografía Móvil.
Existe un lugar donde el horizonte hace el perfecto baile entre la historia y la naturaleza. Armado con guías de viaje y fotografías me propuse llegar hasta ahí con la ilusión de conocer algo único y la fatalidad de saber que no podré repetirlo.
¿Quieren conocerlo?
Abro hilo
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Eran las 11:30 pm de una noche lluviosa en Yangón. Después de una salida de baile y de comer en algún puesto callejero, había entrado en el edificio donde me alojaba en casa de un amigo sin percatarme que había cerrado mal la puerta.
Hasta que sentí un golpe por la mañana.
Somnoliento, miré alrededor: mi amigo seguía dormido, la puerta estaba abierta. La cerré y volví a dormir.
No fue sino hasta unas horas después que supimos que ese golpe en mi hombro fue de un ladrón que calculó mal al tratar de llevarse mi cámara.
Todos los días, cinco monjes se despiertan para tocar las campanas en una ciudad-monasterio abandonada dentro de una montaña siendo los últimos huéspedes de una antigua fortaleza medieval.
Si existió algo semejante a Minas Tirith, es esto.
¿Quieren conocerla?
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Monasterio de Vardzia, Georgia.
Al margen del Río Kura y después de muchos kilómetros que me traían ensoñación de mi tierra, había llegado a ver un acantilado horadado desde hace siglos que conserva una historia muy particular entre los dedos de aquellos que no dejan atrás.
Este no es un lugar común y corriente; tampoco podría decirse que es estéticamente atractivo o fácil de dibujar. Vardzia es un renglón de una época donde reinas, caballos, invasiones y saqueos horadaban los valles de tierras lejanas, apenas sacado de la mano de Tolkien.
Vamos a jugar a ser detectives. ¿Pueden responder cuales son las tres diferencias entre estas dos imágenes?
Mientras contestan, les voy a contar la oscura historia detrás de estas fotografías.
Abro hilo.
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8 de diciembre del 2020.
Ese día aparece en la revista Architectural Digest AD un reportaje de una remodelación de una casa en San Francisco. Entre las fotos de los espacios, aparece una del patio principal.
La imagen aparece descrita como "Southeast Asian sculptures are displayed in the courtyard (...)", refiriéndose a que en ese patio de 1916, se muestran esculturas del Sudeste Asiático, pero si miran la foto no aparece nada.
Ese pie de foto le llamó la atención a un periodista.
Imagina crecer en una ciudad dividida por un muro donde escuchas a tus vecinos jugar a metros de distancia y jamás conocerlos. Una ciudad con dos universos paralelos.
Sucede ahora mismo y no viajaremos tan lejos: es una capital europea.
¿Quieren conocerla?
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Nicosia, República de Chipre.
En lo alto de un edificio hay un mirador que aglutina turistas morbosos por ver una montaña que a lo lejos dibuja una bandera de un extraño país. A nuestros pies transcurre la vida de una de tantas ya típicas calles de un país europeo.
Su casco antiguo no es muy diferente a cualquier otro: callecitas, bicicletas y locales con terrazas de café caliente. Pero algo aquí no es normal.
Al fondo de sus calles, esas mismas banderas extrañas se asoman sobre un edificio que al ser detallado, revelan impactos de bala.
En las montañas de Georgia hay un pueblo soviético perdido en cuyos acantilados están suspendidos pedazos de su gloria. Sin embargo, visitarlo es enfrentarse a una carrera contra el tiempo.
¿Quieren conocerlo?
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Chiatura, Georgia.
12:54 pm
Una descomunal estatua que conmemora la Gran Guerra Patriótica (II Guerra Mundial) da la bienvenida al pueblo. Sus proporciones no parecen encajar con lo que este pueblo y su tamaño, como si fuera un error o un presupuesto desfasado.
Pero no, encaja.
Terminé en Chiatura porque había leído de parte y parte que esta ciudad está enclavada en la época soviética. Que sus edificios guardan mosaicos de Stalin y Lenin, que sus cables mineros aun están suspendidos y oxidados como un museo a cielo abierto.
Existe un lugar abandonado que se cae a pedazos en el mar. Aunque fue evacuado en un par de horas, lleva cincuenta años esperando a que sus habitantes regresen antes que estos mueran de vejez.
¿Quieren saber su historia?
Abro hilo.
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Chipre, 1974.
En un famoso litoral mediterráneo -como vendría siendo Málaga el día de hoy- se desarrollaba un día común y corriente. Las grúas de construcción dominaban el cielo, los hoteles y restaurantes rebosaban de turistas y estrellas de cine.
El paraíso.
¿Su nombre?
Varosha.
En este distrito de la ciudad de Famagusta, la vida parecía no detenerse hasta que el 15 de agosto de 1974 sus habitantes no pudieron dormir en sus camas al final del día. Era tanta mi curiosidad que la visité para este hilo de #MinisterioDeExploraciónUrbana.