Tras una larga carrera al servicio de la Monarquía Hispánica, Gaspar de Robles llegaba a la provincia de Frisia, ubicada en el rincón más septentrional de los Países Bajos, por orden del «Gran Duque de Alba», que le había encomendado el cargo de gobernador de la región.
En los ocho años que permaneció en el cargo, el gobernador español tuvo que superar numerosos obstáculos; de los que ha quedado constancia gracias a la correspondencia que envió a Felipe II, demandándole ayuda en los más variados asuntos. Algunos, incluso, de índole familiar.
Aunque, si hubo un hecho que marcó el devenir de la carrera de Gaspar de Robles, ese fue, sin duda, el que sucedió el 1 de noviembre de 1570: una fecha que quedó grabada en la memoria de miles de personas.
En la mañana del Día de Todos los Santos, una borrasca originada en el Mar del Norte provocó una de las inundaciones más devastadoras de la historia de los Países Bajos.
Las aguas del mar se adentraron en tierra más de 50 kilómetros, arrasando con pueblos y ciudades, en un área de más de 20.000 kilómetros cuadrados que iba desde Amberes a Groninga.
De acuerdo con las fuentes de la época, hubo más de 20.000 muertos.
Además, los campos quedaron desolados y las cabezas de ganado sucumbieron a la fuerza arrolladora de las aguas.
Pero allí seguía Gaspar, que comenzó de inmediato a deshacer, en la medida de lo posible, aquel desaguisado.
Lo primero que hizo fue convencer al duque de Alba, gobernador de los Países Bajos, para que bajara los impuestos a las gentes de las regiones más perjudicadas.
Y, lo que era mucho más difícil, en menos de tres meses logró reparar y reconstruir los diques que habían quedado inservibles, así como levantar nuevos en zonas estratégicas; entre ellos, el de Harlingen, una de las muchas poblaciones asoladas a causa de la inundación.
Para ello, como los recursos económicos escaseaban, y esperar la ayuda real podía alargar demasiado el problema, decidió financiar buena parte de las obras con su dinero.
Y es que, como señor de las tierras de Velli, al sur de Lille, Gaspar disponía de importantes ingresos.
Todo ello le granjeó el aprecio de los frisones.
En agradecimiento a su encomiable labor, la ciudad de Harlingen, con el apoyo de las autoridades locales, decidió erigir en 1576 el «Stenen Man» (Hombre de Piedra), un monumento a la figura del gobernador español.
Poco importó que fuese «enemigo» de las Provincias Unidas. El pueblo le estaba agradecido. Y así se lo hizo saber.
El monumento permaneció en el mismo lugar durante más de 350 años, aunque fue objeto de diversas remodelaciones desde principios del siglo XVIII.
La última, en 1965, fruto de la ampliación de uno de los diques, le llevó a cambiar de ubicación.
Desde entonces, sobre una posición elevada preside una de las principales barreras artificiales de la ciudad.
Aquí acaba la historia de hoy: #31EneroTercios. Como siempre, espero que os haya gustado.
Hoy, 11 de mayo, se cumplen 22 años de la muerte de Porfirio Smerdou Fleissner, el cónsul de México que salvó la vida de centenares de personas en la Guerra Civil.
Es por ello que se le conoce como «el Schindler de la guerra civil española».
¡Hilo! 🧵
Domingo, 19 de julio de 1936.
Un hombre de avanzada edad llama a la puerta de Villa Maya, el hogar de la familia Smerdou en Málaga.
–¿Quién es?
–Señor Smerdou, me han dicho que quizás pueda ayudarme.
–Dígame.
–Los milicianos han quemado mi casa y se han apropiado de mi negocio, y no sé a dónde ir.
–De acuerdo, pase. Veré qué puedo hacer.
Hace unos días falleció en Ribadavia (Ourense) Ramón Estévez, un héroe desconocido.
Desde su Galicia natal, Ramón ayudó a los judíos perseguidos por el Tercer Reich que llegaban a España a huir del Holocausto.
¡Hilo! 🧵
Ramón aún no había cumplido 18 años cuando Lola, la mayor de las hermanas Touza, fue a hablar con su padre, Francisco Estévez, que era un conocido pescador de la zona: «Paco, ¿cuándo vais de pesca? Necesito que me hagas un favor», le dijo.
Corría el año 1941, pleno auge de la Alemania nazi.
Las hermanas Touza, Lola, la mayor; Amparo, la mediana; y Julia, la pequeña, vivían en Ribadavia, desde donde estaban a punto de comenzar a tejer la mayor red de fuga de judíos de España.
¿Quién no ha deseado alguna vez disponer de un balcón en la Carrera Oficial para ver el paso de las cofradías?
Eso debió de pensar el arzobispo Francisco Solís, que en la Semana Santa de 1751 ordenó que las cofradías circulasen junto al balcón del palacio arzobispal.
HILO 🧵
Tras pasar por la Catedral, las cofradías abandonaban el templo por la puerta de Palos, dejando a un lado el palacio arzobispal; lo que no era del agrado del arzobispo en funciones, que ansiaba verlas desde su balcón, ubicado en la actual plaza Virgen de los Reyes.
Dicho y hecho.
A punto de dar comienzo la Semana Santa de 1751, encargó a un notario que se desplazase a la puerta de Palos para que comunicase a cada hermano mayor la orden de pasar por el balcón del palacio; a lo que estos fueron accediendo.
Os presento a Manuel y a Pedro, dos amigos cuyas vidas se cruzaron en el fragor de la batalla.
¿Queréis saber cómo, a pesar de haber sido enemigos, lograron forjar una amistad?
Pues acompañadme a descubrir una de las hazañas más emotivas de la Guerra Civil española.
¡Hilo! 🧵
Viajamos a principios de marzo del año 1937.
La guerra avanza lenta pero inexorablemente.
En la franja norte del país, las fuerzas sublevadas han comenzado a hostigar las principales posiciones republicanas, ante la inminente Campaña del Norte.
Para impedir el abastecimiento a los principales núcleos de población bajo dominio de la República, la armada sublevada lleva desde hace algunos meses ejerciendo un férreo bloqueo naval, que solo ha sido ligeramente eludido gracias a la intervención de la Marina Real británica.
Suena el teléfono en el Museo del Prado:
– ¿Dígame?
~ Hola. Quería saber si ha ocurrido algún incidente en el museo.
– No, ¿por qué?
~ No se preocupe. Adiós.
Horas después, un hombre cae de uno de los balcones del museo. 🧵 #Prado203
Es la 1 de la madrugada.
Gerardo Castro, celador del edificio, su mujer y su hijo oyen de repente un ruido en el jardín.
Su hijo, el más decidido, abre la ventana... y allí lo ve: un hombre, en el suelo, gime de dolor.
Tiene demasiadas heridas. Nada se puede hacer por él.
Su cuerpo, inerte, yace en el gélido suelo de la noche.
Una persona, de las que se han congregado alrededor del cadáver, da una voz de alarma:
– ¿Qué es lo que tiene en el bolsillo?
~ Parece un papel, responde otra.
Desconsolada, una madre ve cómo a su hijo se le escapa la vida por segundos.
Una escena que, debido a las enfermedades, habría sido mucho más frecuente en la España del siglo XIX si el Dr. Vicente Llorente no se hubiese dedicado en cuerpo y alma a su erradicación.
¡Hilo! 🧵
Hace 165 años, en el seno de una familia humilde de Las Palmas de Gran Canaria, venía al mundo Vicente Llorente y Matos; quien, con los años, iba a ser uno de los principales pioneros de la medicina española.
Pero empecemos por el principio.
Unos meses después de su nacimiento el Gobierno de Ramón M.ª Narváez aprobaba la primera ley de Educación de España, conocida como «Ley Moyano», en la que se recogía la gratuidad de la Enseñanza Primaria (de 6 a 9 años), lo que beneficiaba a las familias con menos recursos.