Un horrible choque automovilístico selló el destino de tres hermanas Carmelitas. Si atraviesas la vía industrial de Turmero, encontrarás su capilla y también, cientos de misterios escondidos entre sus rejas. Toma un respiro porque este recorrido será inquietante. Abro hilo: 🧵
Turmero, como toda ciudad o pueblo, posee un número significativo de mitos y leyendas. Entre algunas de las más conocidos se encuentra ‘La capilla de las monjas’.
A pesar de que la historia del accidente es real, con el paso de las décadas han nacido diferentes relatos impresionantes, creando una especie de leyenda urbana alrededor de esa capilla.
Para comprender la estructura de esta historia y gracias a los aportes de Martín Blanco, un ilustre estudioso de la historia de la ciudad, haremos un viaje al 10 de septiembre de 1952, día del accidente fatal.
Era una tarde lluviosa, Turmero y las zonas aledañas como Cagua, Santa Cruz, Palo Negro y Maracay estaban cubiertos por las aguas.
Por toda la Calle Rivas los conductores manejaban con cuidado. Al igual que en la actualidad, durante los días lluviosos esa zona suele ser caótica.
El fuerte torrencial nubló casi por completo el camino. En ese momento, una conductora manejaba una ranchera, en la cual llevaba a cuatro religiosas de la congregación ‘Las Carmelitas’.
Se les había hecho tarde, debían haber llegado al mediodía a Caracas y comenzar con los preparativos para asistir a la condecoración de la Virgen de Coromoto, ya que al día siguiente sería la coronación.
La lluvia estaba haciendo estragos, la vista parecía una cascada. La conductora manejaba con precaución. Sin embargo, todo se dificultó de un momento a otro.
“¡Tenga cuidado!” –Gritó una de las monjas que iba en el puesto trasero.
Cuando pasaron por un lugar emblemático llamado ‘La cruz de hierro’, se escuchó un frenazo fuerte. La ranchera se resbaló entre un gigantesco charco y posterior a eso, chocó de frente con un camión de cervezas que iba en dirección contraria.
El gran impacto se debió porque aquel camión iba a gran velocidad. Cientos de cervezas quedaron regadas en el asfalto y la ranchera de las hermanas estaba volteada, al lado de la acera.
Después del choque, comenzó a escampar.
A eso de las 7: 00 p.m. los vecinos cercanos salieron a ayudar, algunos con paraguas en mano. Al revisar la ranchera, se encontraron a dos personas muertas y a tres heridas de gravedad.
En ese instante, fueron trasladadas al Hospital Civil de Maracay, pero en el camino una de las monjas falleció.
Las únicas sobrevivientes fueron la conductora y la madre Camila, quienes se recuperaron a los días.
Las tres monjas fueron veladas al frente de la plaza Mariño y a las 11:00 p.m, varios turmereños cargaron los ataúdes en los hombros y los guardaron en unas carrozas fúnebres con destino a Caracas, donde serían sepultadas.
Meses después, la señora Hercilia Reschop y miembros de la comunidad, levantaron la capilla al frente de aquel siniestro. El siguiente epitafio ha acompañado a la capilla desde entonces:
“Aquí, en un horrible choque automovilístico acaecido el día 10-9-1952, ocurrió la tragedia de la Sup. Gral. De Las hermanas Carmelitas, Madre Luisa Teresa del Niño Jesús, Madre Isabel y Sor Auxiliadora, Q.E.P.D. Recuerdo de sus hijas”.
Este accidente ha sido inolvidable para los tumereños de generaciones pasadas. Aunque con el pasar de las décadas, se cuenta que las religiosas aparecen en esa vía y guían a quienes estén a punto de pasar por una situación peligrosa.
La siguiente experiencia le ocurrió a Don Eulogio Rodríguez, uno de los fundadores de la línea Tumero- Maracay, cuando aún esa línea solo eran carros por puestos.
Una madrugada del año 1966, después de haber trabajado el día entero en la línea de carros por puestos, Eulogio decidió ir hasta La Encrucijada y hacer unas carreras extras a esas horas. Los alrededores de la Calle Rivas estaban un tanto taciturnos, con una energía espectral.
Cuando pasó por el cementerio, escuchó unos gritos desesperantes. Él aceleró y al manejar cerca de la capilla, vio el celaje de alguien sacándole la mano. En eso, se dijo a sí mismo: “No, señor. Yo mejor sigo de largo”.
Al detallar a esa persona, se dio cuenta de que se trataba de una monja. Eulogio decidió detenerse y ella con rapidez le preguntó:
-Buenas noches, señor. ¿Usted me puede hacer una carrera hasta Caracas?
-¿A esta hora? Es muy tarde, madre.
-Sí, por favor. Es una emergencia, debo ir a visitar a una de mis hermanas en su lecho de muerte. Además, la calle está muy oscura y peligrosa. Hace rato escuché unos gritos. Se lo pido, por Dios.
-Es verdad, también escuché esos gritos. Vamos a llevarla, no vaya a ser que la asalten aquí o la espanten.
-Estamos con Dios y eso no va a pasar. Muchas gracias y no se preocupe, en lo que lleguemos le pago. Dios lo bendiga, señor.
Ella se subió en el asiento trasero y Eulogio tomó la carretera. Él aceptó porque no quería cargar en su conciencia haberla dejado sola y menos en una emergencia. En el camino hablaron poco, pero una de las frases que Eulogio recordó por siempre fue la siguiente:
“Uno siempre debe tener cuidado a estas horas y llevar a Dios en el corazón. Mis hermanas y yo estamos para servirles a mujeres y hombres sensatos como usted. Gracias otra vez, por llevarme desde tan lejos a ver a mi hermana moribunda”.
Eulogio se quedó viéndola por el retrovisor. Aunque no entendía mucho las palabras de la monja, no dejó de sentir una extraña tranquilidad.
Al paso de una hora y un poco más, llegaron a un monasterio ubicado en Los Chorros. Ella se bajó del carro y se acercó a la ventana:
“Espere un momento. Ya le voy a cancelar su servicio. No tardaré”.
El conductor se quedó esperando y miró el reloj un par de veces, mientras la radio sonaba a volumen bajo. Hasta que un poco impaciente, decidió salir del carro para tocar la campana del monasterio. En seguida, se asomó una monja por la ventana.
Notó al hombre en la entrada y abrió una ventanilla de la puerta.
-Buenas, disculpe la molestia –dijo Eulogio- traje a una monjita para acá hace rato. Ella entró, pero antes me dijo que buscaría el dinero para pagarme. Mire, ya va a pasar una hora de eso y la madre no aparece.
-Buenas. ¿Quién es usted, qué hace aquí a esta hora y de dónde viene?
-Mi nombre es Eulogio Rodríguez y vengo de Turmero. Otra cosa, ella dijo que era una emergencia, por eso la traje desde tan lejos.
-¿Qué emergencia, hijo?
-Ella me comentó que una de sus hermanas estaba en cama a punto de fallecer.
La religiosa se quedó callada creando un largo silencio en el ambiente. En minutos, ella quitó las cerraduras. Abrió la puerta y miró a Eulogio a la cara.
“Por favor, acompáñeme”- recalcó.
Él algo confundido entró. Caminaron por un largo pasillo, con velas encendidas en los rincones y un aroma a eucalipto. Pasaron a un estudio, la monja se acercó a una galería de fotografías y señaló a tres en particular:
-¿Cuál de ellas trajo usted esta noche?
-Es ella. La que está a la derecha –indicó Eulogio a una de esas fotos, aún recordaba con claridad el rostro de la pasajera.
-Debo decirle algo y por favor, trate de no alterarse. Ella falleció en aquel accidente de la pequeña curva en Turmero en el año 1952.
Eulogio al escuchar las palabras de aquella madre comenzó a temblar.
Porque lo extraño es que la pasajera iba conversando con él por la carretera. Nervioso e intranquilo, se quedó callado intentando entender lo que había presenciado.
“Por el dinero no se preocupe –resaltó la monja- ella le pagó hace horas. Mis hermanas acostumbran a salvar a los de buen corazón de algo terrible, sus espíritus quedaron sirviendo y son las protectoras de esa vía.
Por otro lado, le agradezco porque sin usted, ella no habría venido a visitarme, la estaba esperando. Soy la hermana que al final de este pasillo se está muriendo”.
Eulogio sintió un golpe en el estómago. Sus piernas no le dieron, el sudor cubrió su frente y la monja se fue caminando hasta el final de ese pasillo, desapareciendo ante su mirada. Él cerró los ojos y al abrirlos, se dio cuenta de que nunca había entrado al monasterio.
Aún estaba en la entrada, parado delante del carro. Esto le generó pánico. Sin pensarlo, se montó en el vehículo y se fue de regreso a su casa.
Mientras veía el amanecer, se sentía confundido y no dejaba de pensar en lo que había ocurrido. De vez en cuando, tocaba el Cristo del rosario en su retrovisor. Se preguntó innumerables veces:
“¿Por qué a mí? ¿Esto acaso fue un sueño?”.
Llegó a Turmero con el sol a cuestas. Al pasar por la vía, notó que recogían un carro. Había ocurrido un accidente cerca del cementerio. Al acercarse, les preguntó a unos conocidos que estaban alrededor de ese carro destruido.
-Mijo, ¿cuándo pasó esto?
-Llevan horas, esto fue en la madrugada y se mataron tres. El copiloto quedó vivo de milagro y dijo que una vaina fea se les atravesó… -respondió uno de esos hombres.
En ese instante, Eulogio entendió que gracias a esa monja él seguía con vida y cada vez que podía le llevaba flores a la capilla, esta costumbre la hizo hasta sus últimos días.
Muchas personas aseguran que una o las tres hermanas de esta orden suelen aparecer en esta zona de Turmero para ayudar a los viajeros y protegerlos de los males de la noche.
Existen espíritus encargados de cambiar el destino de las personas. Si estás manejando a altas horas de la noche y una de ellas se sube a tu carro, recuerda que algo maligno pudo haberte destruido. Las vías de Venezuela tienen muchos peligros ocasionados por vivos o muertos.
Por fortuna, la Calle Rivas tiene tres espíritus protectores. Cuidar o llevar flores a la capilla de las monjas, será una manera de agradecer por sus actos nobles y mantener con vida su memoria.
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