Castillo de la Raya o torre de Martín González o Torre de la Campana, Monteagudo de las Vicarías, Soria.
Tiene su origen en una atalaya de vigilancia sobre el valle del Nágima, en el río Jalón, en la "raya" que separa el reino de Castilla del de Aragón, de ahí su sobrenombre.
La poseyó D. Martín Gonzalez, muerto en combate con el Cid.
Pedro IV de Aragón se la confisca a D. Diego González por su apoyo al rey de Castilla y la dona a Gonzalo Fuerte en 1371.
Tuvo sucesivas ampliaciones. El castillo actual es una construcción del siglo XV, sobre una construcción anterior del siglo XIV. El constructor fue Juan Hurtado de Mendoza, señor de Almazán, y su nieto Pedro de Mendoza, fue nombrado conde de Monteagudo en 1475.
María de Mendoza, hija de D. Pedro de Mendoza, nacida en Monteagudo de las Vicarías, fue la madre del comunero Juan Bravo.
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Autores como Villar y Macías y Quadrado, opinan que la mandó construir don Francisco de Sotomayor, el señor de Baños y Clavero de la Orden de Alcántara, en 1470, de donde tomaría su nombre.
Otros como González Dávila y Dorado, opinan que su constructor fue fray Diego de Anaya, comendador de la orden de Calatrava. Por último hay quien sostiene que la construyó Crespo Pozo, cuya madre era hermana del Arzobispo Anaya.
Los garitones alternan las armas de Sotomayor y Anaya. Fue construida entre 1480 y 1490.
Esta torre sirvió como prisión a los asesinos de Inés de Castro, la amante de Pedro I de Portugal. Tras su cautiverio fueron llevados a Lisboa para su ejecución.
“Si acaso la tendencia es a presentarle como el destructor del imperio inca y el hombre que superpuso una cultura sobre otra. No conocen al auténtico Pizarro.
Él reclamó con insistencia que se respetasen los territorios originales de los incas y promovió leyes para proteger a los indígenas. No quiso para nada destruir el imperio inca, como se puede comprobar en su correspondencia.
Pizarro murió arruinado, porque la Corona nunca auspiciaba nada. El dinero debía correr por cuenta de cada conquistador. Así que Pizarro tuvo que organizar ejércitos y barcos por su cuenta y riesgo.
Yo lo vendo por travieso
no porque a nadie ofende;
es alegre y juguetón,
y por las niñas se pierde.
Niñas, guardaos de enojalle,
que vive Dios que arremete,
y cuando estéis más seguras,
por vuestros postigos entre.
Que ni hiere, ni mata, ni pica, ni muerde.
Es alegre a todas horas,
y, amanece o no amanece,
hay vecinas que darían
cuanto tienen por tenedle,
porque le conocen ya,
y a fe que son más de siete
las noches que, por pecar,
ha amanecido la muerte.
Que ni hiere, ni mata, ni pica, ni muerde.
La entrada del príncipe Felipe en Amberes durante el Felicísimo Viaje:
"La entrada en Amberes es otro de los momentos culminantes del viaje y, probablemente, el más solemne. (...) El príncipe entró por la puerta Cesárea, una sólida construcción en piedra,
adornada con los escudos y símbolos de Carlos V. El recorrido desde esa puerta por el interior de la ciudad se adornó con más de mil pilares de mármol blanco y festones vegetales, de los que colgaban los retratos de Carlos V, el príncipe, María y Leonor;
arcos triunfales, espectáculos vivientes, tablados, donde no faltaba la escultura del gigante Antígono, uno de los símbolos de la ciudad, que deponía su fiereza ante el príncipe Felipe, según rezaba la inscripción.
Real Decreto 1/1996, de 12 de abril.
CAPÍTULO III
Sección 2.ª Derechos de explotación.
Artículo 17. Derecho exclusivo de explotación y sus modalidades.
Corresponde al autor el ejercicio exclusivo de los derechos de explotación de su obra en cualquier forma y, en especial,
los derechos de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación, que no podrán ser realizadas sin su autorización, salvo en los casos previstos en la presente Ley.
Artículo 18. Reproducción.
Se entiende por reproducción la fijación directa o indirecta, provisional o permanente, por cualquier medio y en cualquier forma, de toda la obra o de parte de ella, que permita su comunicación o la obtención de copias.
"Hasta que Felipe II no pasó al cuidado de su ayo Zúñiga, estuvo en el ámbito femenino. Tanto él como Luis de Requesens cometieron deslices y travesuras que fueron corregidas de inmediato con cogotazos y pescozones,
que el ayo propinaba a su hijo e Isabel a Felipe y lo hacia para que no se criaran consentidos, mimados o afeminados, lo que los convertiría en indisciplinados y, dada su posición, en déspotas inmanejables.
De tal deriva se culpaba a las mujeres, excesivas en los mimos a los niños, por lo que esa situación había que remediarla imponiendo una disciplina que sería muy conveniente en su formación e influiría en su carácter cuando fueran mayores.