Es una cruz de bronce, de cuyos brazos cuelgan el Alfa y el Omega, en su cabecera tiene el monograma de Cristo y que pende de una cadena que contiene una cruz más pequeña inscrita en un círculo. Además está acompañada de dos delfines de metal.
Esta clase de cruces se usaban en la consagración de iglesias y altares, y su datación es compleja: el tipo de arnés se remonta al siglo II, aunque este tipo de cruces se encuentran en necrópolis tardorromanas de los siglos IV y V,
y el Alfa y el Omega son característicos de los siglos V y VI.
Fue encontrada en el Cabezo de Roenas de Cehegín, Murcia, que en su día fue la sede visigoda de la ciudad episcopal de Begastri.
Hacia 1920 se dividió el cabezo de Begastri,
para permitir el paso de las vías del tren que comunicaban Caravaca con Murcia. Los trabajadores de la obra encontraron muchas piedras con letras y otros objetos, que fueron desechados en una hondonada cercana, hoy sin identificar.
En los años 40, el alcalde de Cehegín, Cristóbal Sánchez de Amoraga, se encontró con un individuo, posiblemente José ‘el Piños’, que se dirigía a vender unos objetos de metal, entre ellos la cruz, por los que esperaba sacar 8 o 10 pesetas.
Dándose cuenta el alcalde que esa cruz podía tener cierto valor, le pagó 50 pesetas por ella, salvándola de ser vendida al chatarrero.
«En cuanto al comercio entre España y América durante el siglo XVI y la primera mitad del XVII, se considera que fue el europeo de más entidad transoceánica, tanto por el volumen de las mercancías transportadas como por su valor,
algo que España logró por disponer de una posición aventajada en la política, la técnica y la geografía, colocándose por delante de cualquier otro país, además de saber aprovechar la oportunidad para crear y mantener un imperio, pues las diversas cualidades necesarias
para un poder colonial estaban combinadas excepcionalmente en España, que poseía los medios y los objetivos, lo que hizo de la colonización española algo excepcional por sus fines, por sus métodos y procedimientos y por el volumen que alcanzó.
«Los soldados que han de servir en las galeras de los reinos de Nápoles y Sicilia está así mismo ordenado que sirvan y residan en las dichas galeras y sean soldados de ellas particularmente sin que hayan de tomar presidios ni conducirse de nuevo para las
jornadas que se hicieren, entendiendo que así conviene para que la dicha gente sea práctica y usada de mar, y del efecto y servicio necesario, guardándose en lo que toca al gobierno y regimiento de esta gente, así en el servicio de las galeras como en la invernada
lo que está proveido y ordenado cerca de esto, de que habéis de tener gran cuidado y del entretenimiento y sostenimiento de esa gente, pues veis lo que importa para el servicio y buenos efectos que se han de hacer en las galeras.
«La Real, la galera de don Juan de Austria –que en realidad se llamaba Argos (...)-, había sido construida en 1568 en las atarazanas reales de Barcelona. Ese año, al tiempo que don Juan recibía el nombramiento de capitán general del Mar,
el rey había ordenado que se iniciaran los trabajos de la nave capitana de su flota. Tras realizarse su casco en la Ciudad Condal -60 metros de eslora y 6 de manga- se envío a Sevilla para ser decorada. Allí, los artistas sevillanos realizaron su aparato figurativo
siguiendo un programa iconográfico diseñado por el humanista, poeta y dramaturgo Juan de Mal Lara, que recurrió básicamente a los más de 200 emblemas personales publicados en 1531 por Andrea Alciato en "Emblemata". Cumplida su comisión, escribió además
«Se han destacado a menudo las cinco ventajas de que supuestamente disfrutaban los españoles: armas de fuego, acero, caballos, perros de guerra y destrezas tácticas necesarias para sacar el máximo rendimiento de los medios disponibles.
Pero tales ventajas se desvanecieron durante la conquista, pues los indígenas no conquistados adquirieron la misma tecnología; por ejemplo, los araucanos utilizaban picas y caballos. Además, la supuesta ventaja táctica del arsenal español solía estar lejos de las posibilidades
reales de aplicación en América. Cabe suponer que la limitada aplicabilidad de las armas de fuego y los caballos requería mejorar las técnicas de uso. Con todo, parece claro que las armas de fuego, los caballos y los mastines fueron un factor menor de la conquista.
Carta de Juan Garrido al rey (1538) para pedir reconocimiento:
«Yo, Juan Garrido, de color negro, vecino de esta ciudad [México], comparezco ante Vuestra Misericordia y declaro que estoy en necesidad de dar prueba a perpetuidad del rey,
un informe de cómo serví a Vuestra Majestad en la conquista y pacificación de esta Nueva España, desde que entró en ella el Marqués del Valle [Cortés] y en su compañía estuve presente en todas las invasiones y conquistas y pacificaciones que se hicieron,
siempre con dicho Marqués, todo lo cual hice a mis expensas sin que me dieran salario ni repartimiento de indios ni ninguna otra cosa.
Como soy casado y vecino de esta ciudad, donde siempre he vivido, y también iba con el Marqués del Valle
Cuando en diciembre de 1654 se reunieron en el puerto de Portsmouth 38 navíos, 10 barcos de guerra y 18 de transporte, bien equipados con artillería, y 7000 soldados y caballería; nadie se extrañó, pues estaban acostumbrados a este tipo de despliegues por la guerra con Holanda.
El almirante al mando era Penn, vencedor del almirante holandés, Tromp en Scheveningen. Pero solamente tres personas sabían el destino de la flota: el propio Penn, y los generales Venables y Jackson.
A esas alturas el parlamento inglés ya se había depurado dejando únicamente
a los incondicionales de Cromwell. En 1654 se formó una comisión secreta presidida por John Disbrowe, cuñado de Cromwell, con el fin de diseñar la Western Dessign, esto es, un plan para arrebatar las posesiones americanas de España, comenzando por el Caribe.