Mucho de lo más excelso de la cultura occidental, de Spinoza a Benjamin, de Luxemburgo a Arendt, es un legado del humanismo judío. Forzados a la errancia y el desarraigo, los judíos se dedicaron a pensar el Universo. La lealtad a ese acervo obliga a defender la causa palestina.
Occidente ha significado, a lo largo de la historia, cosas sublimes y cosas espantosas. Ha significado el 'Cuarteto para el fin de los tiempos' de Messiaen y el zoo humano que todavía en 1958 se organizaba en Bruselas, con niños negros expuestos en jaulas.
«Occidente» no es una palabra mágica. Pero hay, ciertamente, un Occidente bueno del que es necesario alzar el estandarte; una mezcla de filosofía griega, derecho romano y humanismo judeocristiano en la que los horrores de cada parte son compensados por las bondades de las otras.
Ese legado en el que lo judío es crucial, ya digo, obliga a alinearse con la causa palestina. Contra las mentiras teocráticas del expansionismo israelí, contra su banalidad del mal, con aquellos a quienes, hoy, se fuerza al desarraigo, la errancia y la nostalgia de Sion.
La canción más bonita que conozco es esta que recuperara el gran Joaquín Díaz; un canto sefardí a la melancolía de Jerusalén. La 'Nakba' envió a cientos de miles de palestinos 'A tierras ajenas'. Si te conmueve esta canción, tienes que estar con ellos.
En 1967, Emil Fackenheim formuló un «614.º mandamiento» para los judíos, añadido a las 613 reglas tradicionales de culto y comportamiento del canon ortodoxo, que decía así: «Se prohíbe a los judíos conceder victorias póstumas a Hitler». Hacer lo que él es una victoria póstuma.
Deshumanizar a los niños palestinos, como los nazis hicieron con todos las criaturas de cuatro, siete, dos años, tres, que enviaron a morir a las cámaras de gas, es otra victoria póstuma.
Clamar, o aplaudir a quien clama, que es preciso matar de hambre a dos millones de seres humanos encerrados entre cuatro paredes, el 43% de los cuales son menores de 14 años, es una victoria póstuma de Hitler tan gigantesca como el Tercer Reich.
El judaísmo nos enseñó que el ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios; que hay una dignidad inquebrantable en cada persona que sobre el mundo alienta; y un judío de Nazaret, que tanto más en las pobres y desheredadas, como estos gazatíes a los que Galant quiere matar.
El Memorial Yad Vashem, que yo visité en 2018, cuenta de manera sobrecogedora el proceso que condujo a esto. Los bulos deshumanizadores, la segregación, el gueto, el exterminio final. Quien salga de ese museo no puede aprobar lo que Israel hace en Gaza.
Y quien se emocione con el levantamiento desesperado del gueto de Varsovia y con aquellos hombres y mujeres que dijeron «sabíamos que moriremos; ahora sabemos cómo vamos a morir», y murieron matando, no puede no simpatizar con la resistencia palestina.
Y quien se emocione con 'Hatikva', otro canto hermoso a la nostalgia de Sion y el himno nacional de Israel, no puede desentenderse de la injusticia de los cientos de miles de palestinos expulsados desde 1948 y refugiados en otros países que siguen soñando con volver a su casa.
Quieren ser un pueblo libre en su tierra y, como aquellos sefardíes que en sus casas de Tesalónica seguían guardando la llave de la de sus ancestros de Cáceres o Toledo, no renuncian a ella. Y a mí, que procuro ser coherente en mis pasiones, eso me emociona tanto como lo otro.
*Fin de la chapa*
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Hay una escena en la que pienso a veces: aquella manifestación de SCC que terminó con una masa de nacionalistas españoles exaltados escuchando a Vargas Llosa clamar contra el nacionalismo y a Josep Borrell diciéndoles en catalán que no fueran como las turbas del circo romano.
Me parece que compendia «in a nutshell» lo que fue Ciudadanos (ya se puede hablar en pasado), pertenecieran sus protagonistas a C's o no: una alianza o, por mejor decir, una pasarela entre la «socialdemocracia otoñal» que decía @jg_dominguez y la primavera ultraderechista.
Borrell y el discurso allí de Vargas Llosa representan bien lo primero: ese cosmopolitismo misántropo, déspota ilustrado, alérgico para bien y para mal a las cosas de masas, que fue característico de los antiguos socialistas que fundaron C's, tipo Azúa, Espada, etcétera.
Cuentan Horvat y Žižek una cosa divertida. Dos dramaturgos en paro enviaron a todos los políticos serbios una carta con la intención de que los admitiesen (en Serbia, para entrar en un partido, uno debe escribir una exposición de sus ideas, que el partido valorará si aprueba). →
La carta en cuestión incluía una propuesta política con respecto a la crisis del país. Pues bien: todos los partidos consideraron que la propuesta y el texto entero respondían y se ajustaban a las directrices ideológicas de sus programas y a su visión de la crisis serbia. →