En 1902 se traficaba con un fino polvo blanco entre Suiza y Alemania. ¿Heroína, cocaína? Para nada, las 2 se vendían legalmente en cualquier farmacia.
Se traficaba con SACARINA. Pero, ¿por qué?
La serie que Netflix nunca hizo y no te puedes perder: NARCOS Suiza 👇👇
La historia de amor de nuestra especie con el dulce polvo blanco (el azúcar, malpensados) empieza con la domesticación de la caña de azúcar en Papúa Nueva Guinea, Taiwán y China.
De ahí pasó a la India y, de mano de los musulmanes, al sur de España y Portugal.
Españoles y portugueses pronto se percataron de que la caña de azúcar se cultivaba mejor en climas tropicales, y fundaron plantaciones en las que trabajaba mano de obra esclava de África.
El binomio azúcar-esclavitud condicionó durante siglos la historia colonial del Caribe.
El azúcar era el producto más rentable de la ruta comercial entre América y Europa.
Llegó a valer su peso en plata y se guardaba bajo llave en las cocinas de los más ricos.
Pero claro, las naciones europeas que no tenían colonias dependían de españoles, portugueses, ingleses, franceses u holandeses para acceder a un producto cada vez más demandado por que el tenían que pagar auténticas fortunas.
Así que empezaron a buscar alternativas.
En el Reino de Prusia, un científico llamado Franz Karl Achard logró encontrar otra planta de la que podía extraerse azúcar: la remolacha. Y desarrolló una variante (la remolacha azucarera blanca de Silesia) que presentaba un contenido de azúcar de aproximadamente el 6 %.
No era rentable frente al azúcar americano (que tenía más del doble de azúcar, el 14 %), pero abría una interesante puerta a las naciones sin colonias y con climas fríos en los que no crecía la caña de azúcar.
Y así, en 1801 empezó la producción de azúcar de remolacha.
La suerte del azúcar de remolacha cambió durante las Guerras Napoleónicas, cuando el bloqueo británico cortó de raíz el flujo del azúcar americano hacia Europa.
Napoleón mandó sembrar miles de hectáreas con remolacha para restar efectividad al bloqueo.
Esto estimuló el rápido crecimiento de una industria europea de la remolacha azucarera. Para 1840, cerca del 5 % del azúcar mundial procedía de la remolacha azucarera, y en 1880 esta cifra se había multiplicado por más de diez, hasta superar el 50 %.
Y aquí es donde entra en juego la sacarina: el químico Constantin Fahlberg estaba experimentando con alquitrán (no volverás a ver con los mismos ojos esa pildorita que te echas en el café) cuando percibió un gusto dulzón en sus manos.
Para su sorpresa, acababa de identificar un edulcorante sintético. Pero no cualquier edulcorante sintético: uno 550 veces más dulce que el azúcar de caña o remolacha (spoiler: lo que te echas en el café obviamente no es sacarina pura, es una disolución acuosa).
Fahlberg comenzó a producir la sacarina en 1887 en su propia fábrica, pero el poderoso lobby alemán del azúcar de remolacha no se iba a quedar de brazos cruzados mientras un don nadie les echaba por tierra 100 años de desarrollo tecnológico/agropecuario.
Y es que producir sacarina era mucho más caro que el azúcar de caña o remolacha, pero como era 550 veces más dulce que el azúcar, resultaba más barata para el consumidor, convirtiéndose en un sucedáneo atractivo del azúcar para las personas con menos recursos.
La industria azucarera lanzó una campaña de difamación (no lo tuvieron muy difícil, la verdad) tildando a la sacarina de dulce de alquitrán pegajoso e inmundo, y presentando su propio producto, el azúcar de remolacha, como un alimento natural y vigorizante.
Como no tuvo el éxito esperado, muchos gobiernos europeos aprobaron leyes que restringían el uso de la sacarina a personas que no podían tomar azúcar por motivos médicos.
Hacia 1902, en países como Alemania o Austria, la sacarina sólo se vendía en farmacias con receta médica.
En Suiza la sacarina no era ilegal ni estaba gravada con impuestos altos, al contrario: se beneficiaba de una bajísima imposición fiscal para proteger a su industria chocolatera, que usaba este edulcorante en muchos productos.
Y claro, al otro lado de la frontera, los alemanes y austríacos más humildes (la mayoría) no podían renunciar a endulzar el sustituto del café (achicoria) que tomaban, pese a las leyes que prohibían el edulcorante más asequible.
Así que el mercado negro empezó a florecer.
En lo que el sociólogo austríaco Roland Girtler considera el “precursor del tráfico de drogas”, toneladas de sacarina empezaron a abandonar ilegalmente Suiza rumbo a Austria y Alemania.
Pueblos enteros vivían gracias al contrabando de sacarina a ambos lados de la frontera.
El edulcorante pasaba inadvertido en grandes cantidades por las fronteras boscosas y montañosas escasamente vigiladas entre Suiza, Alemania y Austria...
… o en pequeñas cantidades transportadas por “mulas”, personas de baja condición social, a veces incluso niños, que cruzaban la frontera a pie o en tren con paquetes de fino polvo blanco bajo la ropa o cosida en su ropa interior,
Los contrabandistas escondían paquetes de fino polvo blanco en las cisternas de los trenes, en vehículos privados con compartimentos ocultos, o incluso en féretros cruzaban la frontera con decenas de kilos de sacarina en lugar de un cadáver hacia su última morada.
Las ciudades suizas no se quedaron al margen del contrabando.
En 1912, un diputado se quejaba de que solo en Zúrich mil personas vivían del comercio de la sacarina.
Pero las autoridades suizas no podían hacer nada: en el país esta sustancia era legal.
Al otro lado de la frontera, se crearon departamentos encargados de descubrir y desarticular el comercio del polvo blanco, al igual que hoy sucede con drogas como la cocaína y la heroína.
En Alemania se fundó la “Oficina Central para luchar contra el tráfico de edulcorantes artificiales”.
Y solo en el año 1912, 931 contrabandistas fueron detenidos en las fronteras suizas cargados hasta las trancas de sacarina.
Con la presión de las autoridades, las redes de contrabando se profesionalizaron y empezaron a mezclar la sacarina con yeso o sosa para pasar desapercibida en los controles fronterizos o aduaneros. Incluso la escondían en velas litúrgicas destinadas a iglesias austríacas.
Tal fue el impacto del contrabando de sacarina en la sociedad de la época que pasó a la literatura.
En 1913, el escritor suizo Eduard Ehrensperger-Gerig publicaba Der Saccharinschmuggler (El contrabandista de sacarina).
Su protagonista es un tipo corriente que necesita dinero y poco a poco se va convirtiendo en un mentiroso, en un criminal, sumergiéndose “en el abismo sin fondo de la depravación, la traición y la crueldad”.
¿Te suena de algo el argumento?
El contrabando de sacarina fue una actividad muy lucrativa pero muy breve. Con el estallido de la 1.ª Guerra Mundial y el bloqueo marítimo a las potencias centrales, los sucedáneos de todo tipo tuvieron gran demanda.
(En el gráfico: consumo de sacarina en Alemania 1888-1942).
Entre ellos la necesidad de edulcorantes, por lo que se derogó la legislación que prohibía la distribución al público de la sacarina, llegando a su fin la edad de oro del contrabando de esta sustancia.
30. Y ahora tu turno, únete a la conversación. ¿Crees que los países hispanoamericanos devastados por el narcotráfico lo dejarán atrás como hizo Suiza?
¿Qué te parece la sacarina?
¿La prefieres al azúcar convencional o no puedes verla ni en pintura?
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Detrás de esta pared yacen los cuerpos de 679 soldados que murieron de la forma más absurda que te puedas imaginar, incluso en medio de la carnicería sin sentido que fue la I Guerra Mundial.
Todo empezó con unos soldados haciendo café... 👇
En 1916 al alto mando alemán se le ocurrió que lanzar una ofensiva en Verdún, la zona más fortificada del mundo, era una buena idea para abrir brecha en las líneas francesas, tomar París y poner fin a la I Guerra Mundial.
SPOILER: salió mal.
El alto mando francés tampoco las tenía todas consigo: siguiendo la tradición francesa de gastarse un pastizal en fortificaciones inútiles (iniciada por Vauban y culminada por la Línea Maginot), consideraba que los fuertes de Verdún no serían rival para la artillería alemana.
Un vano intento de obtener el favor real que cambió la historia del arte
La decisión a vida o muerte que se está tomando en este cuadro oculta acontecimientos contemporáneos a su autor como la lucha contra el turco y la herejía protestante
Vamos a ver sus secretos 👇
El lienzo muestra la historia de San Mauricio, general de la Legión Tebana, cuyos soldados eran cristianos.
Cuando el emperador Maximiano les exigió hacer un sacrificio a los dioses romanos, Mauricio y sus oficiales decidieron negarse a hacerlo y todos fueron martirizados.
Se divide en tres escenas claramente diferenciadas: la de los hombres debatiendo en primer plano, la que hay en la esquina inferior izquierda y la Gloria en la parte superior del cuadro, separada con eficacia de las otras dos mediante un profundo espacio vacío en diagonal.
Uno de los cuadros más dramáticos y sobrecogedores de la pintura histórica española esconde una clase magistral de liderazgo medieval que sigue aplicándose hoy día en ámbitos como la política y el mundo empresarial.
Vamos a ver sus secretos 👇
El lienzo recrea el momento en el que el rey Ramiro II de Aragón muestra a los notables de su reino las cabezas cortadas de los nobles que habían osado desafiar su autoridad.
La arquitectura monumental de la estancia y los tonos grisáceos de la piedra subrayan magistralmente el carácter tétrico y el ambiente lóbrego de la escena, sobrecogiendo aún más al espectador.
🚨HILO🚨
Tapias de cemento, vallas electrificadas, torres de vigilancia, guardias armados… ¿alguna vez te has preguntado por qué la gente se arriesgaba a cruzar el Muro de Berlín cuando las 2 Alemanias compartían una frontera de 1382 km?
Vamos a ver la Frontera Interalemana 👇
El Telón de Acero (la Cortina de Hierro en Latam) no era una figura retórica de Winston Churchill, sino una sofisticada barrera fronteriza que dividía, desde el Báltico al Adriático, dos mundos antagónicos y, hasta cierto punto, incompatibles: el capitalismo y el comunismo.
El segmento entre las 2 Alemanias recorría los 1381 km entre las dos naciones (del Mar Báltico a la frontera checoslovaca) y era el más imponente.
Durante los más de 40 años de historia de la RDA, pasó de ser una mera valla metálica a un complejo sistema de fortificaciones.
El químico que descubrió el LSD también fue el primero en probarlo: tomó la primera dosis y se fue a casa en bicicleta, embarcándose en un viajecito por las calles de Basilea que ríete tú de los de Marco Polo...👇
A su paso, las calles de la ciudad parecían ondularse mientras los peatones adoptaban formas distorsionadas.
Las imágenes caleidoscópicas y fantásticas se le venían encima, alternándose, abigarrándose, abriéndose y cerrándose en círculos y espirales, estallando en fuentes de colores, reorganizándose e hibridándose en un flujo constante.
Aparte de santos, reyes y obispos, en las vidrieras de esta catedral aparecen representados por primera vez los trabajadores que la construyeron y financiaron, algo inédito en la historia del arte.
¿Cómo fue posible? 👇
La historia de la Catedral de Chartres, en Francia, es la de muchas otras.
La de la catedral románica que se incendia y es sustituida por otra gótica.
La de un poderoso obispo que canaliza todos los recursos de una región hacia un solo proyecto de construcción… 👇
… terminando la obra gruesa en solo 20 años, toda una marca para un proyecto de este tipo.
Pero dejando vacías las arcas de su diócesis, pese a que tenía grandes ingresos por las masas de peregrinos que acudían a adorar una gran reliquia: el manto de la Virgen en la Natividad.