Todos los días nos tiemblan las vísceras con el genocidio que cometen EEUU e Israel en Palestina.
Hoy quiero que entiendan, de una vez por todas, el genocidio que EEUU y Europa perpetraron en Ruanda🇷🇼 y que ahora ejecutan contra la República Democrática del Congo 🇨🇩.
¡Va hilo!
África es constantemente invisibilizada por la prensa occidental hegemónica, que pasa por alto sus contradicciones, luchas, esperanzas y su defensa de los recursos naturales en la búsqueda de soberanía e independencia.
La República Democrática del Congo, el segundo país más extenso de África y uno de los más ricos del mundo en recursos, ejemplifica estas tensiones.
Conocer su realidad es esencial, pues lo que ocurre en el Congo afecta no solo a África, sino también a Europa occidental y al mundo entero.
Pero hablar del Congo implica necesariamente hablar de Ruanda.
Aunque más pequeña en comparación, con un territorio similar al de los Países Bajos (de rojo en el mapa), Ruanda posee una biodiversidad impresionante.
Parques nacionales como el de los Volcanes, hogar de gorilas de montaña, y su abundancia de ríos y lagos son fundamentales para la agricultura, la pesca y la generación de energía.
La historia de Ruanda, marcada por el colonialismo, nos explica uno de los genocidios más atroces del siglo XX, con la complicidad de Bélgica, EE. UU., Francia y Sudáfrica, que contribuyeron a desestabilizar la región.
Todo comenzó cuando Bélgica se apropió de Ruanda durante la Primera Guerra Mundial.
Bajo el mandato belga, se aplicó una estrategia colonial clásica de “divide y vencerás”, utilizando el racismo como arma para perpetuar su control.
Antes de la colonización europea, los Tutsi y los Hutu eran categorías socioeconómicas y culturales dentro de una sociedad ruandesa fluida. La llegada de Bélgica alteró esta dinámica.
Durante su mandato colonial (1916-1962), los belgas introdujeron una separación racial basada en pseudociencias como la frenología,
que absurdamente catalogaba a los Tutsi como “más europeos” o "racialmente superiores" por su "piel más clara" y "mayor estatura", basándose en una idea racista e infundada de origen caucásico o hamita.
Este favoritismo se tradujo en una división sociopolítica: los Tutsi, ahora convertidos en la élite local, ocuparon los puestos administrativos más importantes, mientras que los Hutu, etiquetados como "inferiores", fueron relegados a labores manuales y agrícolas.
Las políticas racistas de Bélgica no solo crearon una división artificial, sino que sembraron resentimientos profundos en la mayoría Hutu, quienes se vieron explotados y oprimidos por ambos: los colonizadores belgas y los Tutsi que se beneficiaban del nuevo sistema.
Así, Bélgica plantó la semilla de lo que Occidente luego vendería al mundo como un “terrible, y lamentable, conflicto étnico”.
Bélgica no solo dividió a Ruanda, sino que también saqueó su economía. Durante su dominio, los recursos del país fueron explotados para enriquecer a las élites coloniales, mientras que la mayoría de la población se empobrecía.
Esta extracción económica no fue un fenómeno aislado; se trató de un patrón imperialista que Bélgica, al igual que otros imperios europeos, aplicó en sus colonias africanas.
Los agricultores ruandeses, mayoritariamente hutus, eran obligados a trabajar la tierra en condiciones cercanas a la esclavitud, generando riquezas que nunca se quedaron en el país.
Esta artificial división étnica explotó en 1959 tras la muerte del rey tutsi Mutara III, lo que desencadenó la Revolución Hutu, un levantamiento contra el dominio colonial y la opresión tutsi.
Ruanda alcanzó la independencia en 1962, pero la violencia étnica continuó, provocando que más de 300,000 tutsis huyeran del país, estableciéndose en lugares como Uganda, Burundi y Zaire (ahora República Democrática del Congo).
Un gran número de estos refugiados Tutsis se establecieron en Burundi, un país donde la minoría Tutsi aún mantenía el control político.
A diferencia de Ruanda, Burundi no vio un cambio inmediato de poder tras la independencia. La monarquía tutsi permitió que los exiliados tutsis usaran Burundi como base para lanzar ataques en Ruanda y desestabilizar al gobierno hutu.
Las incursiones fronterizas de los Tutsis exiliados desde Burundi hacia Ruanda provocaron una respuesta violenta de los Hutus en Ruanda, quienes comenzaron a ver a la población tutsi local como una columna que apoyaba a los invasores.
Esto llevó a una serie de masacres de Tutsis dentro de Ruanda, donde los Hutus, motivados por el miedo y el resentimiento, atacaron a sus vecinos tutsis en un intento de eliminar lo que percibían como una amenaza interna.
La violencia no se limitó a Ruanda. En Burundi, la élite tutsi, temiendo que la violencia en Ruanda pudiera inspirar a los Hutus locales a rebelarse, respondió con una represión brutal.
En 1972, un levantamiento hutu en Burundi fue sofocado con extrema violencia, y se estima que entre 100,000 y 300,000 Hutus fueron masacrados en lo que se conoce como el genocidio de 1972 en Burundi.
En 1973, las crecientes tensiones en Ruanda culminaron en un golpe de Estado liderado por Juvénal Habyarimana, comandante del ejército ruandés.
Habyarimana, perteneciente al ala más radical del movimiento hutu y miembro del clan Akazu, derrocó al entonces presidente Grégoire Kayibanda, un hutu moderado.
Este golpe no solo consolidó una dictadura militar, sino que también marcó el inicio de una persecución interna hacia los hutus que se oponían al radicalismo y al autoritarismo del nuevo régimen.
El colonialismo nunca desapareció, sino que adoptó nuevas formas.
Estados Unidos, Francia y Sudáfrica tomaron el relevo, cada uno en busca de su propio beneficio en un continente rico en recursos. Ruanda se convirtió en un tablero de ajedrez geopolítico.
Francia, buscando mantener su influencia en el África francófona, apoyó a Juvénal Habyarimana y su dictadura hutu, equipándolo con armas y apoyo militar a cambio de mantener su lealtad a los intereses franceses.
Durante su mandato, Habyarimana no era más que un peón del imperialismo francés, defendiendo políticas económicas que favorecían a las élites y las empresas occidentales mientras sumía al país en la miseria y alimentaba el odio étnico.
El FMI, con sus políticas de ajuste estructural, también jugó un papel en el deterioro de las condiciones económicas, lo que incrementó las tensiones sociales y exacerbó los conflictos étnicos.
Estados Unidos, por su parte, no fue un simple espectador. A medida que se intensificaba la Guerra Fría, el control de África se volvió estratégico.
Washington financió y entrenó a las fuerzas ugandesas de Yoweri Museveni, quien a su vez entrenó al Frente Patriótico Ruandés (FPR) de Paul Kagame, compuesto mayoritariamente por tutsis exiliados en Uganda.
La intervención de Estados Unidos no fue más que un intento de expandir su influencia en la región, utilizando a los tutsis como herramienta para desestabilizar a Ruanda.
La invasión del FPR a Ruanda en 1990, respaldada por el poder militar ugandés, fue el preludio de una guerra civil que destrozó lo poco que quedaba de estabilidad en Ruanda.
En 1993, tras la intervención de tropas francesas en Ruanda, se frenó el avance del Frente Patriótico Ruandés (FPR), compuesto por tutsis que ocupaban partes del noroeste.
Bajo presión de Francia, el dictador Juvénal Habyarimana firmó los Acuerdos de Arusha, que proponían un gobierno compartido entre hutus y tutsis, aunque pronto los desacreditó, mientras el ala radical hutu lo consideraba una traición.
A finales de 1993, Ruanda importó enormes cantidades de machetes y municiones, que serían usadas en el genocidio de 1994, con la complicidad de potencias como Francia.
Naciones Unidas, advertida por el general Roméo Dallaire sobre un plan de masacre, se negó a intervenir, alegando que no debía comprometer la misión de paz.
Esta inacción internacional, junto con la deslegitimación de los acuerdos de paz por ambas partes, contribuyó a la escalada de tensiones que desembocaría en el genocidio de 1994, una tragedia que pudo haberse prevenido.
El 6 de abril de 1994 marcó el inicio del genocidio en Ruanda. El avión del dictador Juvénal Habyarimana, proporcionado por el gobierno francés, fue derribado al aproximarse al aeropuerto de Kigali, provocando su muerte y la de otros altos funcionarios.
Este evento desató una ola de violencia extrema, impulsada por facciones radicales hutus que lanzaron una campaña sistemática de exterminio contra los tutsis y hutus moderados.
En tan solo 100 días (poco más de 3 meses), aproximadamente 800,000 personas fueron asesinadas, mientras el país se hundía en el caos.
La violencia se propagó rápidamente, y las comunidades que antes vivían en relativa paz se transformaron en campos de muerte.
La propaganda de odio avivó las tensiones, y la violencia se desató de manera brutal, con vecinos traicionando a vecinos, en un ambiente de completa desconfianza.
La pasividad de la comunidad internacional fue indignante, una traición a la humanidad. Las potencias globales, como Francia y Estados Unidos, con pleno conocimiento del genocidio, decidieron cerrar los ojos y priorizar sus sucios intereses geopolíticos.
Mientras cientos de miles morían, la ONU, con fuerzas de paz miserables y recursos inexistentes, se cruzaba de brazos. Las advertencias sobre la inminente masacre no solo fueron ignoradas, sino que fueron despreciadas con un cinismo aterrador.
Francia, como verdugo encubierto, apoyó sin vergüenza al régimen hutu, facilitando armas y respaldo mientras se gestaba el genocidio. Y Estados Unidos, siempre en la sombra, manipulaba el caos.
EEUU No solo alentó al Frente Patriótico Ruandés de los tutsis, sino que posiblemente participó en desestabilizar aún más la región, con el derribo del avión como pretexto perfecto para colapsar la sociedad ruandesa y dejarla a merced de sus propios intereses.
El 19 de julio de 1994, el Frente Patriótico Ruandés (FPR), liderado por Paul Kagame, un protegido de Estados Unidos, tomó el poder en Ruanda, derrocando al régimen hutu.
La intervención occidental fue selectiva: 250 soldados franceses evacuaron a los altos cargos hutus responsables de la masacre a Zaire (República Democrática del Congo), mientras casi un millón de ruandeses murieron en este turbio juego imperialista.
Tras el genocidio en Ruanda, más de un millón (tal vez 3 millones) de refugiados hutus huyeron hacia Zaire (actual República Democrática del Congo) y Tanzania, aterrados por posibles represalias.
Zaire, bajo el régimen de Mobutu Sese Seko, acogió a estos refugiados en condiciones deplorables en campos donde sufrieron enfermedades y malnutrición. Al menos 30,000 de ellos murieron por cólera y otras enfermedades tratables.
En 1996, Paul Kagame, quien se consolidaría como presidente de Ruanda en el año 2000, alegó que los refugiados hutus en Zaire, muchos de ellos rebeldes armados, planeaban derrocar su régimen tutsi.
Ruanda invadió Zaire bajo el pretexto de desarmar a los rebeldes, iniciando la Primera Guerra del Congo.
La intervención atrajo a Uganda, Burundi, Angola y Eritrea, quienes se unieron contra el debilitado régimen de Mobutu.
[en este vídeo su hoja de vida]
Mobutu cayó en 1997.
Laurent-Désiré Kabila y su Alianza de Fuerzas Democráticas para la Liberación del Congo (AFDL) asumieron el poder, renombrando el país como República Democrática del Congo.
EE.UU. y sus multinacionales cambiaron de títere para continuar explotando las riquezas congoleñas, provocando la muerte de millones de personas.
[para continuar, por favor vea este vídeo]
Sin embargo, la victoria sobre Mobutu no trajo estabilidad.
En 1998, Kabila intentó expulsar a las tropas ruandesas y ugandesas de su territorio, lo que desató la Segunda Guerra del Congo.
Este conflicto devastador involucró a nueve países africanos y numerosos grupos armados.
El control de recursos valiosos del Congo, como diamantes, oro y coltán, fue crucial para la prolongación de la guerra y alimentó los intereses económicos internacionales.
No olvidemos que el Congo también ha sido moldeado por el dominio imperialista belga y la superexplotación de sus recursos desde el siglo XIX.
Durante el reinado de Leopoldo II, el Congo fue considerado su propiedad personal, explotando brutalmente el caucho y el marfil en una época de alta demanda industrial.
Tras su muerte, dejó el Congo como herencia al reino de Bélgica, lo que permitió que gran parte de la riqueza de Bélgica y Europa se basara en la explotación del pueblo congoleño.
A lo largo de su historia, el pueblo congoleño ha luchado por su soberanía. Un ejemplo clave es Patrice Lumumba, quien lideró el país hacia una breve independencia en 1960, antes de ser asesinado por oponerse al imperialismo belga.
Su mandato duró apenas siete meses, pero dejó un legado de resistencia que aún inspira al pueblo congoleño.
Tras el genocidio de 1994 en Ruanda, el Congo se ha visto envuelto en un ciclo de violencia perpetuada por diversas facciones que luchan por el control de sus vastos recursos naturales.
Ruanda ha utilizado el pretexto de la amenaza hutu para justificar su intervención, bombardeando zonas habitadas y atacando campos de refugiados en el Congo.
El Congo sigue siendo un país de enorme importancia geopolítica debido a sus recursos minerales, como el cobalto, el oro y el uranio.
Cabe destacar que el uranio utilizado en las bombas de Hiroshima y Nagasaki fue extraído del Congo por empresas belgas.
Hoy en día, Occidente sigue saqueando estos recursos para sus tecnologías y la transición energética, apoyando a rebeldes y países vecinos para explotar ilegalmente estas riquezas.
La explotación del cobalto en la República Democrática del Congo deja consecuencias devastadoras: niños con deformaciones, tierras de cultivo envenenadas y ríos destruidos.
A pesar de los esfuerzos de regulación, países como Estados Unidos, Francia, Canadá y el Reino Unido continúan respaldando a grupos armados como ADF y M23, lo que ha provocado la proliferación de más de 200 grupos armados en el este del Congo.
Este apoyo ha resultado en más de 10 millones de muertes en los últimos 30 años.
Ruanda y Uganda son cómplices internacionales en el conflicto, mientras el gobierno congoleño ha abandonado a millones de desplazados internos en condiciones deplorables.
La historia del Congo se olvida deliberadamente, reduciendo los conflictos a disputas tribales y ocultando la verdadera causa: la explotación colonial y capitalista que saquea sus recursos y somete a su población a condiciones inhumanas.
Recientemente, el gobierno del Congo ha presentado un caso contra Apple, acusándola de comprar minerales extraídos ilegalmente en el país.
Países como Estados Unidos, Francia y el Reino Unido se benefician de esta situación al apoyar financieramente a sus grandes multinacionales.
Cuando la RDC intenta regular la situación, estos países apoyan a los rebeldes para explotar ilegalmente sus riquezas. Al apelar a la comunidad internacional, el silencio persiste debido a esta complicidad.
A pesar de todo, el renacer del movimiento anticolonialista en África es alentador. Otros países africanos han comenzado a recuperar su soberanía, y esos vientos de cambio, tarde o temprano, soplarán también sobre el Congo.
Mató a dos profesores de escuela a plena luz del día, frente a las cámaras, creyéndose intocable, como miembro de una clase y raza "superior".
Tal vez se estén preguntando: ¿cómo llegó hasta ahí?
Bueno, esta es su historia 🇵🇦
¡Va hilo!
La historia de Kenneth Darlington no es muy conocida. Para entenderla, debemos situarnos en el lugar donde, con sangre fría, baleó a dos profesores a plena luz del día, frente a todos y sin que nadie pudiera detenerlo.
La historia de Kenneth Darlington es la del colonialismo estadounidense en Panamá, una que América Latina ha sufrido a manos de los gringos y que muchos reconocerán de inmediato por experiencias propias.
Desmentimos 18 afirmaciones que los medios occidentales han impuesto como propaganda pro-sionista y que las redes sociales han sabido censurar muy bien.
Quizás usted, o alguien cercano, necesiten esta información.
¡Va hilo!
Mentira #1:
"El ataque de Hamas el 7 de octubre fue una agresión no provocada; Israel solo responde a ataques de Hamas".
Mentira #2:
"Los palestinos y libaneses que luchan contra Israel son "terroristas" o "bestias salvajes", con un estilo de vida violento".
Alguna vez creí en la promesa de las energías verdes.
Pensaba que los paneles solares y los molinos de viento nos salvarían del cambio climático y que la transición hacia un futuro más limpio y sustentable estaba al alcance de nuestras manos.
Pero me equivoqué.
¡Va hilo!
Alguna vez creí en la promesa de las energías verdes.
Pero a medida que fui investigando, me di cuenta de que esa narrativa es más complicada, y que la realidad detrás de las energías renovables no es tan limpia ni tan verde como nos hacen creer.
Conforme me adentraba en documentales como El planeta de los humanos, de Jeff Gibbs, comencé a ver la otra cara de la historia.
En un fragmento, Jeff revela la fachada "verde" de empresas como Tesla y Apple:
Israel no comete ningún crimen en Palestina, que Estados Unidos no haya cometido antes en Irak.
A 19 años de los horrores de EEUU en Irak, las fotos salen a la luz.
Como siempre, mujeres y niños son las principales víctimas de los gringos.
¡Va hilo!
En un informe de investigación publicado el martes 27 de agosto (2024), la revista New Yorker dejó al descubierto lo que la gente en Irak ya sabía, pero que el complejo militar-industrial estadounidense intentó desesperadamente ocultar durante 19 años.
El 19 de noviembre de 2005, en la provincia occidental iraquí de Anbar, marines estadounidenses estacionados en la ciudad de Haditha fueron de una casa a otra, ejecutando a sangre fría al menos a dos docenas de civiles iraquíes.
Repasando al Che y la Tricontinental en Nuestros Tiempos
Es fundamental entender que las luchas de resistencia en lugares como Palestina o el Donbass no son meros "conflictos" locales o regionales, sino expresiones de una lucha global contra el imperialismo.
¡Va hilo!
Estos genocidios pueden parecer remotos y ajenos a nuestra cotidianidad, como si estuviéramos en una paz ilusoria mientras otros sufren la violencia y la destrucción. Sin embargo, el Che nos recordaría que esta percepción es profundamente errónea.
La opresión ejercida por el imperialismo en cualquier parte del mundo es un ataque contra todos los pueblos, ya que busca mantener un orden global que explota, divide y somete.