El comunismo no es una doctrina defensiva, sino ofensiva. El problema con las consignas, estrategias y tácticas esencialmente defensivas es que parten de un marco moralista.
Es decir, que consideran que las acciones deben estar justificadas por un agravio inicial y que la acción política debe ser puramente reactiva. Si, como dicen diversas organizaciones, vivimos en una perpetua ofensiva capitalista, lo que resta es defenderse a perpetuidad.
Pero la victoria se obtiene neutralizando al enemigo, no desgastándolo eternamente en un conflicto asimétrico. La clave se encuentra en «atacar».
Claro que no se puede «atacar» en cualquier momento y de cualquier modo, y claro que la defensa es un momento táctico-estratégico de gran relevancia. Pero su utilidad se limita a dos situaciones:
1. Recomposición de fuerzas, 2. Repliegue temporal para preparar una ofensiva. Esto es algo en lo que los manuales militares soviéticos hacen especial hincapié.
Recomendamos la lectura de Isserson o Triandafillov no por el aspecto técnico de sus recetas militares, sino por la dimensión política y doctrinal que empapa estos aspectos.
Volviendo a la cuestión, el ataque –o la ofensiva política en un sentido general– no necesita justificación moral. Del mismo modo que en una guerra convencional es absurdo rechazar al factor sorpresa,
en un enfrentamiento político –que abarca también el aspecto militar– el planteamiento del contraataque reactivo conduce por lo general a un callejón sin salida. Este es uno de los principios rectores de la actividad del SPD de preguerra.
Aquí, en España, en la actualidad, la mentalidad del derrotado y del mártir juegan un papel importante de retroalimentación. No es solo que el PCE desertara del campo revolucionario tras la derrota en la Guerra Civil,
sino que su papel durante la Transición, junto con el del PSOE, han instaurado el mito del «buen derrotado», haciendo de la derrota en la guerra una injusticia por el mal trato al perdedor. A su vez,
lograron instaurar un espíritu cuasi bismarckiano entre el proletariado, mutando la fisonomía del Estado y otorgándole un carácter bienestarista. Hablando en plata: la percepción general es que el Estado burgués es un protector, no un enemigo.
Huelga decir que los revolucionarios no tienen piedad contra sus enemigos, y que la entrada en escena del comunismo contribuyó enormemente a cambiar el paradigma de la «guerra entre caballeros»,
en la que, aunque los peones fueran masacrados, los bandos implicados buscaban la derrota del contrario, por el de la «guerra de exterminio» entendida como una en la que se busca es la aniquilación absoluta del enemigo en un sentido ideológico, no material.
Volviendo al punto inicial: no, el comunismo no es defensa, sino ataque. El culto a la defensa es reaccionario y estéril. La defensa es útil, pero solo entendida como un momento entre ataques.
El despliegue práctico basado en la permanente defensa y acumulación de fuerzas lleva fracasando 70 años –siendo generosos–.
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Bajo el fetichismo de la mercancía que rige la producción burguesa, la tecnología se nos aparece como algo ajeno a la voluntad humana y con «vida propia». El reciente caso de las «IA» es un ejemplo paradigmático.
Tras la aparición de los LLM (Large Language Models) como GPT, se están extendiendo numerosos discursos que oscilan entre dos posiciones igualmente erróneas por mistificadas:
Por un lado tenemos a los que ven en la IA la solución a todos los males de la humanidad, la definitiva segunda venida de Cristo que, ahora sí, terminará con la ineficiencia e irracionalidad propia de nuestra condición de seres caprichosos.
En pocos días se celebrará el 80º aniversario de la victoria contra el fascismo. En plena escalada bélica, ambos campos capitalistas intentarán apropiarse de la victoria contra su creación. Los verdaderos responsables fueron otros:
los millones de hombres y mujeres que alimentaron al Ejército Rojo, el tenaz pueblo chino, los valientes partisanos, en su mayoría comunistas, que prestaron batalla en Yugoslavia, Albania, Grecia y Francia.
Es precisamente porque fueron personas corrientes las que marcharon a una muerte segura en pro de una causa mayor que queremos rescatar sus voces. Aquí tenéis algunas anécdotas, la mayoría de ellas en forma de cartas.
Hoy, día 1 de mayo, celebramos también el primer aniversario de Kursant. Aprovechando la fecha, nos presentamos abiertamente como destacamento comunista y publicamos nuestro Programa para contribuir a la construcción del Partido.
A lo largo de este año de trayectoria hemos vertido en nuestro órgano de expresión y en nuestra cuenta análisis y conclusiones con el objetivo de contribuir al surgimiento de una línea revolucionaria.
Esto nos ha permitido compartir posturas y perspectivas con camaradas de todo el territorio, incluso de otros sitios del mundo. Sus críticas y comentarios nos han servido enormemente para avanzar, así como esperamos que nuestras aportaciones hayan sido igualmente útiles.
Camaradas, mañana es Primero de Mayo. Este año, el Día del Trabajador se celebrará en unas circunstancias históricas peores que el anterior. Nos tememos que esta será la tendencia general hasta que el trabajo se imponga sobre el capital.
No lo decimos para alimentar el derrotismo, sino precisamente porque la realidad es tozuda y se empecina en recordarnos que la inacción no es una opción. Recordad, camaradas, que la frontera de la Revolución está en todas partes.
Allí donde hay oprimidos, hay opresores. Allí donde hay trabajadores, hay parásitos. Allí donde hay injusticia brotan los justos.
Ayer hicimos la «arriesgadísima» predicción de que hoy esto se llenaría de análisis de pacotilla y de brindis al sol. Y señalábamos que lo importante es extraer lecciones relacionadas con nuestras tareas actuales. Las primeras abundan, las segundas brillan por su ausencia.
Ayer las distintas radios y el propio presidente del gobierno se encargaron de, subreptíciamente, dar alas a los abonados a la conspiranoia. Desde el uso enfático del adjetivo «extraño» a los desvaríos posteriores sobre la llamada de Zelensky, sobraban motivos para especular.
Si a esto añadimos las llamadas a expertos en seguridad, el cóctel estaba servido. Numerosas loas al «kit de supervivencia» y sermones sobre la importancia de subir la inversión en defensa para aumentar la resiliencia de las infraestructuras aderezaron la noche.
Arrojaremos algunos datos para ilustrar la forma en la que CCOO y UGT se lucran gracias a los despidos y las sanciones masivas de trabajadores -no, no lo estáis leyendo mal-.
Antes de ir a las cifras, explicaremos la mecánica, que es bastante simple. Cuando un trabajador afectado por un ERE o un despido recibe su compensación, parte de ésta -por lo general entre el 10 y el 15% del total- va destinada al sindicato por la «ayuda» prestada.
Y estas dos organizaciones -aunque hay más- se limitan a acatar las decisiones de la patronal. Aunque de palabra protesten y se muestren indignadas, vendiendo como una victoria la reducción del número de despidos o de EREs,