Todo arte está determinado por las relaciones de producción de la sociedad en la que nace. El contenido artístico, por más progresista que se presente, es incapaz de despertar conciencias por sí solo, igual que una canción o mural no pueden construir poder político en sí mismos.
Si bien el arte puede aproximarnos a la comprensión de determinadas esferas de la realidad social, sin una correspondiente implicación en una praxis transformadora, a lo más que puede acercarnos es a intuiciones deformadas insuficientes para una comprensión científica del mundo.
A menudo se comete el error de confundir la subjetividad moral del artista con la potencia transformadora de su obra, cayendo en idealismo. El capitalismo tolera y absorbe todo tipo de expresiones artísticas rupturistas y radicales, en tanto que el arte sigue siendo mercancía.
La filiación de un artista por unos ideales progresistas, incluso aparentemente revolucionarios, deviene un añadido al valor de uso de su mercancía que atrae a un nicho concreto de consumidores. Se quiera o no, esa es la lógica en que opera en todo arte.
Entonces ¿cómo se rompe con el plano puramente representativo? Como avanzábamos, la capacidad transformadora del arte no reside en su contenido temático o en su estilo, sino en su subordinación a una práctica revolucionaria concreta.
Creer que es suficiente con tener «conciencia» para hacer arte revolucionario es idealismo llano. El arte revolucionario brota del momento histórico concreto y no del alma de artista. No es el arte el que tiene la capacidad de generar conciencia de clase.
La obra del artista, incluso si es crítica, está mediada por las formas ideológicas que el capital impone. Creer que la crítica simbólica basta es una falsa conciencia. Sobre esta cuestión los camaradas de @EEdithor tienen un texto excelente de Lifschitz (enlace en la imagen):
El artista que canta contra los desahucios o rescata cancioneros de la guerra civil no puede escapar del sistema porque su obra sigue circulando como mercancía. La clave está entonces en romper con los mecanismos de producción, circulación y consumo. Con el capitalismo mismo.
Para los marxistas, no es la conciencia la que mueve la historia, sino la lucha política. En esa lucha el arte puede tener un papel crucial, como vemos en experiencias pasadas. Desde los grabados de la Comuna de París al realismo soviético, muralismo mexicano y teatro alemán.
Pero este tipo de arte no surge por intuición estética o por compromiso individual sino desde su subordinación a un proceso revolucionario real. No se puede establecer abstractamente qué forma tomará el arte revolucionario de nuestro tiempo.
Ahora, antes de preguntarnos cómo debe sonar, verse e agitar el arte revolucionario de nuestros tiempos, los comunistas tenemos una tarea más urgente: reconstruir el Partido. Y para ello, antes que artistas, se necesitan comunistas.
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Hoy quisiéramos hacer una muy breve introducción de la historia, el desarrollo y las condiciones en las que nació y se desarrolló el Partido Comunista de los Estados Unidos (CPUSA).
Y es que parte del trabajo necesario para la construcción del Partido Comunista pasa por analizar la historia del comunismo, por entender el por qué y cómo se tomaron determinadas decisiones.
Lo usual, como no podría ser de otra forma, es acudir a la historia y el desarrollo del bolchevismo en el Imperio Ruso. Sin embargo, el contexto estadounidense guarda muchas más similitudes con el actual.
Solo un economista neoclásico es capaz de poner una gráfica en la que se muestra como los salarios en el mejor de los casos siguen con el ciclo de estancamiento des de 2016 y presentarlo como una prueba de las «victorias de Milei».
La realidad es que Milei ha optado por unas medidas nada novedosas para una «recuperación económica»: caída del salario real, caída de las jubilaciones y aumento del desempleo, etc. Medidas de austeridad habituales.
Tras una caída drástica de los salarios –es decir, un aumento de la tasa de explotación– y tras una más que dudosa restauración de las fuerzas productivas destruidas o estancadas por la crisis, la recesión se recupera, la inversión vuelve a fluir y se relanza la acumulación.
Cuando la Iglesia decide introducirse en barrios marcados por la precariedad no lo hace solo desde el gesto simbólico de devoción. Se trata de una intervención estratégica para operar en la conciencia: una explicación divina al sufrimiento material.
La religión actúa como forma ideológica enraizada en la sociedad. En sus orígenes, como única forma de dotar de sentido y explicar la existencia humana. Su papel ha sido históricamente el de traducir las relaciones materiales de opresión en formas espirituales de aceptación.
Ahora, como oferta en el mercado ideológico en competencia con otras cosmovisiones. Su vigencia no radica en su necesidad histórica, sino en su adaptación al consumo. Ya no es elegida por convicción estructural sino como una opción de «estilo de vida».
Gaza no sufre por una catástrofe, sino por una política deliberada del capitalismo en su fase más avanzada: dominación militar y control del hambre. Bancos, empresas, fondos financieros y ejército se integran en la maquinaria del monopolio para refinar la guerra.
Israel y EE.UU. retiraron a la UNRWA la responsabilidad de distribuir la ayuda humanitaria y la pasaron a la "Fundación Humanitaria para Gaza" (GHF), empresa privada que actúa como brazo operativo del capital, decidiendo quién come, bajo qué condiciones y con qué acceso.
GHF, vinculado al aparato militar israelí, canaliza, vigila y ejecuta la ayuda humanitaria bajo criterios propios, prolongando el bloqueo con tal que ‘’la ayuda no llegue a Hamás’’. El control sobre la comida es tan estratégico como el control del territorio.
Analicemos lo que dice este desgraciado partiendo de esta afirmación: que los inmigrantes reciben más ayuda que los españoles en La Rioja –no es casual que Vaquero haya escogido esta comunidad–.
En La Rioja, el PIB surgido de la actividad agrícola es casi el doble que el de la media nacional -5,2% frente al 2,6%, según el INE (fuente en la imagen)-. Del total de trabajadores en la agr., el 66% son inmigrantes.
El trabajador inmigrante agrícola cobra, por lo general, el SMI según los datos oficiales. La realidad es mucho peor, tal y como demuestran los infinitos casos de abusos. Para acceder a ayudas como el IMV, un inmigrante ha de cumplir los mismos requisitos que un español:
El esquirolaje no es traición individual, sino una herramienta patronal para romper la organización obrera. Esto no sería posible sin UGT, que firmando un convenio basura busca desconvocar la huelga unilateralmente, debilitándola jurídicamente y facilitando el paso a esquiroles.
El esquirol, ya sea amparado en la excusa de «su» libertad individual o aterrorizado por la posibilidad de perder su sustento, acude sumiso al burgués confiando en su «misericordia».
Pero la historia es clara: Roma no paga traidores. En la lucha de clases, todo lo que no fortalece la unidad de la clase trabajadora es pan para hoy y hambre para mañana.