La disciplina era clave en los Tercios. Para mantenerla era clave un sistema punitivo duro, breve y sumario, pero que respetara la particular idiosincrasia del infante español (honor, honra, alta estima...). “Sujetar” a los “tipos duros” de los Tercios no era tarea fácil...
Pero volvemos a tener peculiaridades exclusivas del español. Así, la obediencia “ciega” al mando sólo era exigible “en el servicio del Rey”. Fuera de este, un capitán y un alférez podían cruzar aceros por una mujer, por ejemplo, sin que el segundo temiera de la justicia por ello.
Otra era que el castigado debía mantener su honra y seguir sirviendo de soldado. “Sin honra no podía seguir sirviendo al Rey”. La amonestación debía ser preferentemente “en secreto”, para no avergonzarle ante sus pares.
El instrumento de castigo tampoco debía ser afrentoso. Nada de insultar y menos abofetear. “No hay cosa alguna que el español reciba más a disgusto ni sienta más que la mala palabra”. Ni de broma azotar. Tampoco “darle cuerda” que era para indignos, no para soldados.
“A los soldados no se les castiga con palo” (me acuerdo aquí de una canción que cantaban los legías en mi tiempo de teniente que decía con sorna, “mi cabo, por qué me pega con la mano habiendo palo...”) aunque sí era el bastón del sargento mayor había opiniones.
Al español había que castigarle con el “arma”. Con la espada, la jineta o la alabarda. Y esto incluía que el maestre de campo “tenga brío para poder reprender y castigar a un capitán con su espada y en persona”. Dado el instrumento, se recomendaba empeñarlo “sin cólera”.
Pero español, “sin cólera” y “en la fragancia del delito” es combinación imposible. Así que se aconsejaba que el inferior saliera corriendo y esperara a que el superior se tranquilizase. Este tampoco debía perseguirle porque el castigado podía “acordase de su espada” y esperarle.
Si echaba mano de ella, la pena de muerte era segura e inmediata. Es obvio que no admitir más que sus armas para el castigo produjo abusos, causando “heridas mortales o mancándoles de sus miembros por causas muy ligeras”.
En fin, los españoles siempre hemos sido -y somos- particulares, “todo lo sufren en cualquier asalto, sólo no sufren que les hablen alto”. Un saludo.
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