El navío de línea que desapareció en el cabo de Hornos para aparecer a miles de millas en una tierra desconocida, la Antártida. Una tripulación de la que nada más se supo, y de la que sigue sin saberse nada. Los primeros hombres en pisar la Antártida. El misterio del San Telmo.
El San Telmo era un navío de línea de 3ª clase, de clase San Ildefonso, construido en los Reales Astilleros de Ferrol en 1788, y entregado a la Real Armada el año siguiente. De porte 74 cañones y una dotación de 644 marineros, soldados e infantes de marina.
Fue famoso por su velocidad y entrada limpia al mar (máxima de 14 nudos, a 10 nudos de bolina, con la carena limpia). Su mando fue entregado por Real Orden en 1819 al Brigadier Rosendo Porlier y Asteguieta, prestigioso marino y militar español nacido en Lima, Virreinato de Perú.
Porlier nació en el seno de una de las más nobles familias españolas de Lima y su carrera meteórica comenzó al sentar plaza de guardiamarina en la compañía del departamento de Cádiz el 28 de enero de 1786, saliendo como alférez de fragata tres años más tarde, en 1789.
De como alférez de navío navegó en las escuadras del Marqués del Socorro y del general Federico Gravina, participando en diferentes batallas como las expediciones a Orán. En 1794 ya era teniente de navío, y al año siguiente por méritos de guerra, capitán de fragata.
Tomó parte muy activa en la defensa de la bahía de Cádiz en 1798, saliendo en persecución de la flota de Nelson, y en la dolorosa jornada de Trafalgar como ayudante del general Federico Gravina, formando parte de su plana mayor a bordo del navío Príncipe de Asturias.
En virtud de los méritos contraídos en la campaña peninsular durante la Guerra de Independencia es nombrado Brigadier de la Real Armada y comandante de las fuerzas navales del Mar del Sur y Apostadero de Lima. El 11 de mayo de 1819, se hizo a la vela desde la bahía de Cádiz.
El convoy lo conformaban el navío de su mando, el San Telmo, el navío Alejandro, la fragata Prueba y el navío mercante Primorosa Mariana. Los buques estaban en muy mal estado y pronto comenzaron a producirse importantes averías.
El Alejandro, uno de los navíos adquiridos a Rusia, se vio forzado a regresar a Cádiz, tenía podrido el casco y embarcaba mucha agua; se encontraba a la altura del Ecuador. Prosiguieron el San Telmo y sus dos acompañantes, sufriendo malos tiempos, y obligando a que se separasen.
El Primorosa Mariana llegó a Perú, y una semana después la fragata Prueba anclaba en el puerto de Guayaquil, pero nada se sabía del San Telmo. El comandante de la Prueba expresó que, al separarse el 2 de septiembre, el San Telmo tenía graves averías en el timón, tajamar y vergas.
Las autoridades, queriendo pensar bien, supusieron que Porlier habría puesto rumbo a Río de Janeiro, por lo que desde allí se estuvo mucho tiempo esperando noticias. Todo esto fue a nivel del cabo de Hornos y sus tempestuosos vientos. Fue la última vez que vieron el San Telmo.
Los fuertes temporales, típicos de aquellas latitudes, les habían impedido cruzar el cabo de Hornos y sin timón los vientos les habían obligado a derivar hacia el sur, en busca de condiciones más favorables, sin embargo, se habían topado con un fuerte temporal con viento racheado
La última posición conocida, anotada en el cuaderno de bitácora del Primorosa Mariana, en que se vio el San Telmo fue 62 grados de latitud austral y 70 grados de latitud oeste, meridiano de Cádiz. El cuaderno se entrega al oficial del Callao el 8 de octubre, al arribar.
Tras una larga travesía, enfermos y desnutridos y tirando muertos por la borda, el San Telmo encalla en las costas de la Antártida, siendo los primeros navegantes en sobrevivir en dicho continente, alimentándose de focas y lo que pueden pescar en el hielo.
Desgracidamente, debido a que no estaban preparados para unas condiciones tan adversas, acabarían muriendo todos los tripulantes del San Telmo, incluido su capitán Rosendo Porlier. Una vez confirmada la desaparición, el 6 de mayo de 1822, se da al navío y su dotación por muertos.
Unos meses después de la pérdida del San Telmo, el capitán de navío William Smith, al mando del bergantín Williams, tocó tierra en la Antártida. En el cuarto de sus expediciones localizó restos de un naufragio en la costa norte de la Isla Livingston.
El naufragio se identificó como un navío español por su característica más famosa en los navíos de guerra de la corona española: en la proa lucía como mascarón un león rampante coronado, símbolo de valor y nobleza de nuestra Real Armada.
Existe una placa en honor a esta hazaña en la Playa de la Media Luna, isla Livingston.
Y en el Panteón de Marinos Ilustres una lápida reza:
“A la memoria del Br. de la Armada D. Rosendo Porlier muerto en el navío de su mando San Telmo en un naufragio en el cabo de Hornos 1819”.
Una serie de misiones arqueológicas de la Universidad de Zaragoza así como del buque oceanográfico Hespérides han realizado prospecciones sin resultados concluyentes, tratando de encontrar un posible campamento de los supervivientes a la travesía.
Se han encontrado algunos indicios que confirmarían que el San Telmo, si bien gravemente dañado, pudo ir a la deriva hasta los 61 grados de latitud sur, naufragando cerca de la costa, pero la suerte del San Telmo o su tripulación siguen envueltas en el misterio.
Cabe destacar que los mapas europeos del siglo XVIII seguían mostrando hipotético el territorio austral, y que la expedición de James Cook que cruzó el círculo polar antártico entre 1773 y 1774 se acercó a unos 120 kilómetros de la costa antártica sin pisarla.
Hasta ahora se pensaba que el primer avistamiento cercano de la antártida no ocurrió hasta 1820, en una expedición capitaneada por los oficiales Fabian Gottlieb von Bellingshausen y Edward Bransfield, de la Armada Imperial Rusa y de la Marina Real, sin embargo no es cierto.
Es necesario enmendar y honrar a don Rosendo Porlier y su leal tripulación del San Telmo por tan noble descubrimiento.
Láminas de Carlos Parrilla y Villespín.
Uniformes de José Mª Bueno.
Mapas variados.
Gracias por leer.
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