A mediados del siglo XIX miles de chinos migraron a los Estados Unidos para lograr también el “sueño americano”, sin embargo, un asesinato y una de las sentencias judiciales más racistas que hayan existido truncaron sus deseos.
Os contamos su historia:
🇨🇳🗽¡HILO!🧵🇺🇸
Para poner algo de contexto viajamos hasta 1848, cuando tocó a su fin la guerra que enfrentó a México y los Estados Unidos a favor de estos últimos.
A través del Tratado de Guadalupe Hidalgo, México cedió California a los EEUU, y solo dos años después se convirtió en un Estado.
Pero no abandonemos aun 1848, porque ese año ocurrió algo que explica en parte el interés de Estados Unidos por esa región: se descubrieron grandes filones de oro.
Había nacido la fiebre del oro de California.
Llamados por la noticia del descubrimiento, miles de personas de todo el mundo se desplazaron hasta California entre el final de la guerra y sus primeros años como Estado.
Pero entre el contingente de migrantes destacaron por su cantidad los chinos.
Por entonces la minería californiana era un negocio que beneficiaba a gente de muy distintas etnias, pero muy especialmente a los blancos, pues negros y nativos americanos ya habían visto limitados sus derechos en la legislación previa.
Sin embargo, ninguna ley contemplaba qué pasaba con los alrededor de 20.000 personas de origen chino que habían desembarcado solo en San Francisco.
Aquello fue algo que pilló completamente por sorpresa a los estadounidenses blancos.
Los chinos comenzaron a montar sus negocios en California, no solo en torno a las minas, sino también en las ciudades: tiendas, bares, restaurantes, prostíbulos… Y los estadounidenses los acogieron con gusto.
Pero todo eso cambiaría en 1853.
En 1853 se sentó ante un tribunal californiano el estadounidense George W. Hall acusado del asesinato de Ling Sing, un minero chino.
Hall fue hallado culpable por el tribunal en virtud de los testimonios de varios testigos.
Sin embargo, había un pequeño problema: los testigos eran todos de origen chino, y eso dejaba la puerta abierta a un resquicio legal al que podía aferrarse Hall.
Hall podía jugar una carta, la de sus privilegios blancos respaldados por la sección 394 del Civil Practice Act y la 14 del Criminal Act:
“No Indian or Negro shall be allowed to testify as a witness in any action in which a white person is a party.”
“No Black, or Mulatto person, or Indian shall be allowed to give evidence in favor of, or against a White man.”
Ni negros, ni mulatos ni nativos americanos podían testificar contra un hombre blanco.
Negros, mulatos y amerindios, pero ¿y los chinos?
Hall jugó esa carta y ganó la partida: la Corte Suprema de California falló a su favor con un solo voto en contra, pues entendieron que los chinos debían ser considerados “no blancos”.
Pero es que la sentencia tenía mucha tela que cortar, pues describía a los chinos como “una raza de personas cuya naturaleza es marcadamente inferior, y que son inhábiles para el progreso…”
“...o el desarrollo intelectual más allá de cierto punto, tal como demuestra su historia” y destacaba de ellos su “proverbial mentira”.
De esta manera, con el caso ‘People v. Hall’ el racismo se apuntalaba como ley en un estado antiesclavista.
Conocedora del respaldo que suponía esto, la población blanca hizo valer su superioridad continuamente, y las tensiones entre chinos y blancos fueron creciendo en los meses siguientes.
Miles de chinos y chinas tuvieron que cerrar sus negocios ese mismo año.
En los años siguientes, lejos de disiparse, las tensiones fueron en aumento, y aunque para 1873 se tumbó toda la legislación previa sobre testimonios, los blancos conservaron sus derechos sobre las minas con leyes específicas como la Chinese Exclusion Act (1882).
Además, para entonces, la fobia a los chinos se había extendido ya al resto de estados de los Estados Unidos, siendo el paradigma de ello la masacre de Rock Springs (1885) en Wyoming, que costó la vida a varias decenas de mineros chinos.
Bonus track: Tras la tragedia de la masacre de Rock Springs, el caricaturista Thomas Nast hizo una viñeta de los acontecimientos en los que se puede ver un guiño a ‘El 3 de mayo en Madrid’ de Goya:
Otro pequeño bonus: En Weaverville, epicentro de la fiebre del oro californiana, existe aún un templo taoísta levantado por los mineros chinos que trabajaron allí en el siglo XIX. 150.parks.ca.gov/?page_id=27597
Esto sí que es un buen bonus, cortesía de @CuadernodeLuis:
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