En el Día de la Shoá recordemos una masacre antisemita casi desconocida que ocurrió en Buenos Aires en 1919. Permanece olvidada, aunque fue un episodio tremendo de nuestro pasado. Ejercitemos la memoria, el mejor antídoto contra esa violencia que vuelve por la amnesia deliberada
Comenzaba el 10 de enero y los porteños se recuperaban de la Semana Trágica. La “Guardia Blanca” formada por las patotas de la Asociación Nacional del Trabajo y civiles armados comenzaron a concentrarse fuera del edificio del Centro Naval. Un rumor había empezado a circular
Se hablaba de un supuesto plan comunista ideado por un Congreso Judío secreto para instalar un “soviet” en Argentina e instaurar un régimen similar al que había triunfado en Rusia en 1917. El nombre de “Guardia Blanca” que recordaba a los grupos zaristas en Rusia, no era casual
Sus jefes, los almirantes retirados Eduardo O´Connor, y Manuel Domeq García, venían arengado a sus huestes con ideas tales como: “si los rusos y catalanes no se atreven a venir al centro, los atacaremos en sus propios barrios”. Es lo que hicieron, fueron a atacarlos
Partieron hacia los barrio de Once, Villa Crespo y Caballito, en donde se vivía gran parte de la comunidad judía porteña. En ese momento se desató la violencia. La policía acudió pero no intervino por alguna orden superior. Algún oficial desobedeció para sumarse a la horda
La Guardia Blanca incendió bibliotecas comunitarias y sedes sindicales. No buscaban dirigentes de izquierda, atacaban hombres y mujeres de toda edad. Se metieron en las casas para sacar a sus habitantes a la rastra y lastimarlos, siempre en grupos más numerosos de cobardes
El periodista Arturo Cancela cuenta que: “Jóvenes con brazaletes, armados de palos y carabinas, detienen a todos los individuos que llevaban barba (…) Otros apedrean los vidrios de las casas de comercio cuyos propietarios abundan en consonantes”
Mientras tanto, en la esquina de Junín y Corrientes, el cura antisemita Dionisio Nespral alentaba y guiaba a los agresores al grito de “los judíos son los únicos culpables de la escasez; son sanguijuelas expulsados de todos los países”. La policía, seguía vigilando desde lejos
El historiador Juan Carulla fue testigo de la violencia y así la describía: “Se luchaba dentro y fuera de los edificios; vi allí dentro a un comerciante judío. (…) El ruido de los muebles y cajones violentamente arrojados a la calle se mezclaba con gritos de "mueran los judíos"
Los atacantes ataban las barbas de los judíos a sus monturas. Las victimas quedaban en carne viva cuando no podían seguir el tranco de los caballos. El sadismo los llevó a quebrar piernas poniéndolas contra los cordones y saltando encima hasta dejar a la vista astillas de hueso
Al atardecer, muchas víctimas yacían en calles y casas. Por todos lados había cuerpos masacrados por los golpes o con un tiro de gracia en la cabeza. De fondo, personas que gritaban por sus muertos y mujeres violadas por las tropas de la Guardia Blanca.
Los ataques terminaron el 14 de enero. Fueron cuatro días de masacre. Las crónicas de la época hablaban de cuatro muertos. Un ciudadano judío y cuatro oficiales de la policía. Apenas terminó la masacre, comenzó a mentirse la tragedia y a esconder lo que había sucedido.
El general Dellepiane a cargo del ejército fue parte del asunto. Su jefe de policía, Elpidio González, justificó la masacre ante la “intensa agitación anarquista provocada por numerosos sujetos de la colectividad rusoisraelita y la propaganda que hacen en ruso y hebreo”
Herman Szwarcbart investigó el suceso y contabilizó 800 muertes. El embajador norteamericano en esos días reportó la masacre y elevó la cifra de 1.356 muertos y 5.000 heridos. Su colega francés, escribió sobre un atacante que se ufanaba por haber matado a 50 judíos en un solo día
Los informes de la época revelan que otros judíos fueron arrastrados a las comisarías y sometidos a vejámenes para que confesaran los nombres de los conspiradores que pretendían instalar el “soviet” en Argentina. Como no tenían idea de que les hablaban, volvían a castigarlos
Entre los detenidos estaba el periodista Pedro Wald, acusado de ser unos de los cabecillas de la supuesta conspiración judía. En la Comisaría 7° de torturaron de manera brutal por tres días para que confesara ser el designado como futuro jefe de la “república soviética argentina”
Tuvo que irrumpir en las comisarías una comisión de diputados y senadores para frenar la locura. El jefe del Comité Capital de la UCR, Pío Zaldúa, se encargó personalmente de liberar a los secuestrados. El presidente Hipólito Yirigoyen, simplemente se desentendió de los hechos
En su estupidez, los judeófobos confundieron apellidos hebreos con rusos porque “eran iguales”. Nunca hubo pruebas concretas de un complot que usaron como excusa para destruir, violar y asesinar. Les daba igual, se trataba de antisemitismo, no de proteger a la patria
Incluso días después de comprobare que el complot judío era una farsa, la Guardia Blanca siguió merodeando los barrios atacados y en nombre del Comité Pro Argentinidad, pegaron afiches en toda la ciudad reclamando que se actuara contra la “contaminación judía”
La falta de una investigación sobre los hechos o de condenas a los atacantes estimuló a los antisemitas que fueron llegando en los años anteriores. Un pogromo más numeroso en muerte incluso que la “Noche de los Cristales” en la Alemania nazi, quedó impune para siempre
Por esa misma falta de acción es que el 10 de abril de 1938 se juntaron 20.000 nazis dentro y fuera del Luna Park y tras el acto un grupo de ellos se dirigió al barrio de Once para atacar, otra vez sin intervención de la policía, a personas y casas de judíos porteños.
La Alianza Libertadora Nacionalista y su frase “haga patria, mate a un judío”, fue herencia de la Legión de Mayo, que fue formada por los mismos que integraban la Guardia Blanca. De 1931 a 1955, lanzaron numerosos ataques contra la comunidad judía en todo el territorio argentino
La falange de la ALN se sumó en 1946 al peronismo, que toleró que siguieran con sus ataques antisemitas mientras el secretario personal del presidente, Rudi Freude, organizaba la llegada de 30.000 prófugos nazis, entre ellos Eichmann, Mengele, Pavelic, Barbie y Priebke
La impunidad y la cultura antisemita que no recibía ni sanción ni condena, estimuló en la década siguiente la creación de Tacuara, dirigida por Joe Baxter y Alberto Ezcurra Uriburu, con discursos que tenían en los judíos la explicación para todos los males de la Argentina
Los jóvenes de Tacuara crecieron y se sumaron a las patotas de la Guardia Restauradora y de la Triple A, la misma que tenía al comisario Alberto Villar por jefe y que daba “cursos” antisemitas a sus matones. Sus egresados recibían un llavero con la esvástica como distintivo
Por eso entre las víctimas de la Triple A y en los Grupos de Tareas de la Dictadura donde emigraron, las víctimas judías recibían un trato aún más duro. Eran parte del mismo grupo que desde la revista Cabildo o Línea siguieron denunciando un complot judío detrás del comunismo
Los mismos que tenía como uno de sus jefes al comisario Ramón Camps, que despojó a Jacobo Timerman de su ciudadanía argentina tras secuestrarlo y acusarlo de ser parte del Plan Andinia. Otro complot estúpido, otra vez el antisemitismo que eternizaba la masacre de 1919
La falta de aprendizaje de esa parte oscura de nuestra cultura abrió la puerta al ataque a la embajada de Israel el 17 de marzo de 1992 y contra la mutual judía AMIA el 18 de julio de 1994. Sin ayuda local hubieran sido imposibles. Sin una cultura antisemita, no estarían impunes
Esa cultura que ve en los judíos una amenaza extranjera es la que hizo que pocos le creyeran a Pepe Eliaschev el 26 de marzo de 2011 cuando denunció el pacto de Alepo para darles impunidad a los atacantes de la AMIA. Pepe era judío, como los del “complot soviético” de 1919
En los textos escolares lamentan las masacres de la Semana Trágica y la Patagonia Rebelde. La de colonos ante los malones y de nativos en la Conquista del Desierto. Ninguna de ellas se acerca en letalidad al pogromo de 1919. Es curioso: fue tan grande, que no la vemos
Si alguien sigue creyendo que el antisemitismo no es parte de nuestra cultura y que la sociedad argentina está a salvo de esa enfermedad histórica, entonces es bueno que se pregunte porqué desconocía este episodio tan violento ocurrido en el centro mismo de nuestra mayor ciudad
En el Día de la Shoá, es importante recordar que tanto la mentira como la falta de memoria y la ignorancia militantes son el fundamento de las masacres más horribles. Soha significa “calamidad”. En Argentina, además debería significar además “tengamos memoria honesta”.
PS: el virreinato del Río de la Plata nació con muchos judíos que huían de la persecución en España. Muchos próceres y apellidos "tradicionales" descienden de ellos.
Somos fruto también de una diáspora
Y si eso no alcanza, como decía Borges ante el antisemitismo:
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