El alma pura es un traje blanco, impoluto, unos arcos altos y repletos de luz.
La maldad son uniformes oscuros, un techo bajo y opresivo lleno de sombras.
Aprovechando los 80 años de #Casablanca, ¿hacemos un mini hilo sobre EL COLOR BLANCO en el cine?
Pues dentro HILO. 🧵
Reconocéis la secuencia, ¿verdad? El héroe de la resistencia, Víctor Laszlo, se enfrenta a las fuerzas de ocupación nazi en un duelo incruento pero definitivo: frente al «Die Wacht am Rhein» alemán, el himno a la libertad: la Marsellesa.
El uso de las sombras, de las luces, los tonos usados en el vestuario están medidos con precisión. La luz o, lo que es lo mismo, el blanco, es el eje sobre el que gravita el lado bueno de la Historia.
Y es que es difícil negarle al blanco sus connotaciones positivas, no en vano es, en palabras de Goethe, "lugarteniente de la luz" ("Teoría del color", 1810) y, donde hay luz, no hay miedo.
¿O tal vez sí?
Siempre se entendió la luz como signo de pureza y, al menos en Occidente, esa pureza era blanca, sin mancha, tanto es así que incluso los aspirantes a alguna magistratura en Roma pintaban con tiza sus togas cándidas convirtiéndose así en "candidatos".
De representar la inocencia de intenciones a la inocencia del alma se tardó poco. Los dominicos lo sabían, por eso su túnica es blanca. Pero también sabían que la muerte llega y que el pecado existe y que existe la sombra, y de ahí su capa negra.
Y del alma inocente, al cuerpo inocente.
Ya lo decía Gutierre de Cetina: "Es el blanco castísima pureza" y ¿qué más casto que una virgen? ¿De qué color viste la jovencísima Scarlett O'Hara en su primera aparición en la pantalla? De un blanco inmaculado.
¡Pero ojo! Que hay trampa.
Walter Plunkett, el genial diseñador de vestuario de "Lo que el viento se llevó", nos adelantó ya que en el corazón de tan primorosa muchacha anidaba una semilla venenosa. Y no era una semilla cualquiera. ¿Dónde volveremos a ver el color rojo intenso de su cinturón?
En su exposición pública, cuando su nada compasivo esposo la obligue a vestirse íntegramente de este color tras ser sorprendida besando al mojigato del señor Wilkes.
¿Es un rojo que simboliza la pasión? Sí, pero de una pasión inaceptable. Es el color del pecado.
Nada que ver con el deslumbrante y nada equívoco color blanco con que la maravillosa Edith Head viste a Marilyn Monroe en "Eva al desnudo". Es la inocencia, una ingenuidad blanda y suave resaltada por el visón blanco, frente a la dureza y oscuridad de las protagonistas.
Y, sin embargo, esa misma ingenuidad puede resultar tremendamente sugerente y apetitosa para la mirada masculina. Frente a la "femme fatale" que domina su sexualidad y la usa voluntariamente para seducir y castigar al hombre, frente a Gilda...
el erotismo inconsciente y perturbador de una Marilyn enfundada en uno de los más icónicos vestidos de la historia del cine.
Realmente es todo mucho más perverso de lo que pareciera en un principio, ¿verdad?
Pues aún puede serlo más porque...
¿Qué sucede cuando es la mujer la que hace un uso malévolo del color blanco, cuando pervierte su connotación de inocencia? ¿Quién no recuerda a Sharon Stone defendiendo la suya a golpe de cruce de piernas y su vestido blanco?
El blanco y la inocencia. La inocencia y la locura.
También el blanco fue el color de los locos pues, teniendo sus facultades mentales perturbadas, no eran dueños de sus actos y, por lo tanto, eran inocentes de cualquier delito.
Incluso la tradición piadosa cristiana quiso que Cristo, cuando fue llevado ante Herodes para ser juzgado, fuera tomado por loco y se le vistiese con una túnica blanca y brillante.
Y ahora, ¿de qué color recordamos a los mejores y más peligrosos locos del cine?
No es casual, no es solo producto de la norma, es provocar tensión en la mente del espectador obligándole a casar dos ideas contrapuestas: la pureza del alma y la violencia de la locura.
Y es que no hay nada más tentador que usar un código simbólico conocido y buscar sus matices, retorcerlo, darle la vuelta para que cuente justo lo contrario de lo esperado. Eiko Ishioka era un genio jugando a esto.
¿Qué sucede en el baile de "Mirror, Mirror"?
A pesar del tono de la película, hay algo que nos inquieta levemente, que no termina de cuadrar. Creemos estar asistiendo a una fiesta donde el "leit motiv" es el blanco, pero si nos fijamos bien, nada es blanco realmente.
En realidad, todos los asistentes visten tonos beige, rosados, malvas, amarillentos o grises que ensucian ese blanco, que lo corrompen en cierto modo.
¿He dicho todos?
No, todos no. Blancanieves sí viste de blanco. Blancanieves es la elegida porque es la verdadera pureza.
Pero donde Eiko Ishioka usa el blanco de un modo magistral y aterrador será con ella, con la fatal Lucy, la Lilith que, por obra y gracia de un imposible vestido de novia blanco, se convierte en un yūrei japonés.
No queda ni rastro de su pelo rojo ni de cualquier forma femenina, no hay cintura, ni caderas... Por no haber, no hay ni piel prácticamente. Lucy ya no es una mujer, es la muerte y la mortaja con que se envuelve y eso, amigos míos, es tremendo.
La muerte fría. La muerte helada. La muerte del hombre, pero también de la naturaleza cuando nieva. Entonces el blanco gira hacia el azul y asume de él su temperatura gélida, o vira hacia el gris metálico y nos enseña a no fiarnos de las apariencias (Isis Mussenden, Narnia).
El color blanco asociado a la muerte, al alma liberada ya de toda atadura terrena que la ensucia y la corrompe, es característico de las culturas orientales. Es su luto.
Pero también lo hemos visto en el cine occidental.
Hemos visto a Jep Gambardella ponerse una máscara y otra, un color y otro sobre su alma blanca, mientras buscaba una gran belleza que se le escapaba (Daniela Ciancio, La Gran Belleza).
Y hemos visto a Gustav von Aschenbach intentar hacerse acreedor de la belleza inmaculada de Tadzio, de su alma blanca, vistiendo también el de blanco. Incluso sentirse tentado al comprobar que la pureza puede ser lesiva y esconder el deseo.
Abrid las imágenes porque son🤯
Y al fin, los hemos visto a los dos en brazos de la muerte, más explícita o menos, poética o más poética aún. ¿Cómo sabemos que han muerto? Fácil. Ya sólo les queda el alma.
Y así me despido, con este par de almas paseando entre las ruinas de la belleza. Eso sí, de blanco impoluto.
Si habéis llegado hasta aquí, gracias por la valentía y recordad: vivir es compartir.
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