Valeria Edelsztein ⭐⭐⭐ Profile picture
Química y educación. Escribo libros. Hago investigación. Tengo un podcast de historias de ciencia #ContemosHistorias ✉️ valearvejita@gmail.com

Nov 27, 2022, 26 tweets

Fue el Oráculo quien envió a Orestes a vengar la muerte de su padre, advirtió a Edipo sobre su destino trágico y reveló a Sócrates la máxima: “Conócete a ti mismo”.
Pero, ¿de dónde surgían sus mágicos poderes?

Esta es una historia de detectives.
Esto es #ContemosHistorias

Durante doce siglos el Oráculo aconsejó a quienes llegaban con sus consultas hasta el santuario del Templo de Apolo en las laderas del Monte Parnaso, en Delfos.
El mismísimo Zeus había señalado a la ciudad como el ombligo del mundo al dejar allí el ónfalo, la piedra sagrada.

Allí, los visitantes encontraban a la Pitia, una mujer que canalizaba la palabra divina. En aparente trance, respondía preguntas, daba órdenes y hacía profecías.

El origen de su inspiración fue, desde siempre, fuente de curiosidad y se intentó explicar de diversas formas.

Algunos sugerían la existencia de sustancias psicoactivas en el agua que bebían o en las hojas de laurel que masticaban y quemaban. Y muchos textos antiguos, como los de Plinio y Plutarco, hacían referencia una y otra vez a misteriosos vapores que ascendían desde el suelo.

¿Un manantial? ¿Un sima?
Podía ser, pero a principios del siglo XX estas opciones quedaron descartadas.
Entre 1891 y 1892 un grupo de arqueólogos franceses excavó el sitio y no logró encontrar ninguna falla geológica, ninguna grieta y ninguna emisión.

En 1904 se declaró que las antiguas creencias en los humos del templo eran un mito o un error.
Cincuenta años después otro arqueólogo francés, Amandry, señaló que la única forma de explicar un gas como el que describían las fuentes clásicas habría sido con emisiones volcánicas.

Y eso era imposible: Delfos no era una zona volcánica.

La comunidad arqueológica ya no tuvo dudas: el Oráculo de Delfos no debía su poder a ninguna emanación subterránea. Y la discusión se dio por zanjada.

PERO.

1995.
Caía la tarde en la villa romana de Torre de Palma en Portugal.
El arqueólogo John Hale dirigía las excavaciones en el lugar y el geólogo Jelle De Boer lo estaba visitando para darle su opinión respecto a evidencia que señalaba daños por un posible terremoto.

Avanzada la conversación, vino mediante, De Boer mencionó casualmente una visita que había hecho a Delfos y cómo le había llamado la atención la falla que pasaba por debajo del Templo. Hale no pudo menos que contradecirlo: no había ninguna falla, ya lo habían dicho los franceses.

Para De Boer era evidente su existencia: ¿qué importaba que los franceses no la hubieran reconocido?
No tardó demasiado tiempo en convencer a Hale de que valía la pena volver a explorar el sitio.
En 1996 hicieron la primera visita. A esa siguieron muchas más.

Debajo del Templo no había una falla. Había dos: la falla de Delfos y la de Kerna.
Y se cruzaban justo debajo del santuario, formando una cruz, como si señalaran un tesoro oculto.
El tesoro resultó ser inesperado.

Aunque las fallas sugerían que algunas emanaciones podrían haber llegado a la superficie a través de las grietas, no explicaban la generación de los gases en sí. Sin embargo, De Boer había notado depósitos de travertino, un tipo de roca sedimentaria hecha de carbonato de calcio.

Una búsqueda a través de los estudios geológicos griegos del monte Parnaso en las proximidades del Templo reveló que, entre las formaciones rocosas, había capas de caliza bituminosa que contenían hidrocarburos.

De Boer unió las piezas.

Las fallas habían fisurado la caliza bituminosa.
El movimiento a lo largo de las fallas había creado fricción.
La fricción había calentado la piedra y eso había hecho que los hidrocarburos atrapados en los poros pasaran a fase gaseosa y ascendieran desde el suelo del santuario.

Las emisiones de gas disminuían a medida que el carbonato de calcio obstruía los espacios dentro de la falla y se reestablecían con el siguiente deslizamiento tectónico.

Resuelto el misterio geológico faltaba el químico: ¿qué gas era el responsable de los poderes oraculares?

Un geólogo y un arqueólogo no podían encarar solos esta tarea detectivesca.
Era el momento de sumar un tercer integrante al equipo: el químico Jeffrey Chanton.
Chanton analizó las muestras de travertino recogidas por de Boer y Hale y encontró metano y etano.

¡Ajá!

¿Ajá?

Algo no cerraba: ninguno de esos gases podía causar el tipo de efecto observado en la pitonisas.
Además, Plutarco mencionaba claramente un “gas que olía a perfume caro”.

Chanton, entonces, viajó a Grecia para recoger muestras de agua de los manantiales que rodeaban al Templo.

El análisis del agua del manantial de Kerna, en el propio santuario, reveló la presencia de un tercer gas: etileno, poco estable y con un característico olor dulce… como ¡el de un perfume caro!

¿Podía este gas ser el responsable de las predicciones del Oráculo?

Henry Spiller, toxicólogo y último en sumarse al grupo, llegó a la conclusión de que sí: su trabajo con adolescentes que se drogaban con pegamentos y disolventes de pintura le había mostrado que se comportaban de modo muy similar al reportado para el estado de trance de la Pitia.

Más aún, estos resultados eran consistentes con los experimentos hechos por la anestesista pionera Isabella Herb quien había descubierto que una mezcla con 20% de etileno llevaba a la inconsciencia, pero que en concentraciones más bajas inducían un estado de trance.

En la mayoría de los casos, la persona permanecía consciente, podía mantenerse sentada y responder preguntas. También experimentaba sensaciones extracorporales y de euforia.
Una vez alejada de la influencia del gas, tenía amnesia.

No había muchas dudas: la inhalación de etileno explicaba perfectamente lo que ocurría en el santuario del Templo de Delfos.

En agosto de 2003 el equipo contó toda la historia en Scientific American:
researchgate.net/publication/10…

Con el paso del tiempo y el fortalecimiento del cristianismo la popularidad del Oráculo disminuyó y, en 381, el emperador Teodosio I mandó clausurarlo.

El agua que transportaba el etileno está entubada y se usa para abastecer a la población de Delfos.

Jelle de Boer murió en 2016 y, hasta ese momento, continuó enfocado en el estudio del Templo de Apolo, en Delfos.

Hoy en día, Hale sigue investigando otros templos griegos antiguos que se cree que se construyeron deliberadamente en lugares geológicamente activos.

Una botella de vino, un gas dulce, la geología y la química fueron protagonistas en la resolución de un misterio que perduró por siglos: las pitonisas entraban en trance porque inhalaban etileno.

Esto fue “El ombligo del mundo”.
Esto fue #ContemosHistorias.

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Pueden encontrar todos mis hilos y el podcast acá: sites.google.com/view/valearvej…

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