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En las aldeas de Creta, las mujeres colgaban en sus cuellos amuletos de piedra: las llamaban “piedras de leche”. Creían que protegían la leche materna y traían suerte.
Quizá el truco de repetir que Argentina es 'un país de mierda' sea impedirnos ver todo lo que podemos perder.
Mientras todavía se escuchaba el eco de los gritos de los goles en el Monumental que silenciaban otros gritos que nadie quería escuchar, madres y abuelas ya llevaban más de un año gastando la suela de sus zapatos en las rondas de Plaza de Mayo.
La princesa Irina, esposa de Yusúpov, es muy codiciada por Rasputín: no la conce en persona, pero sabe de su belleza y sus riquezas. Yusúpov decide usarla de señuelo e invita a Rasputín a una fiesta en su palacio para que conozca a Irina. Él acepta de inmediato.
“Dibu” Martínez: osmio 🤪

Otro arbolito, esta vez hecho con 42 átomos, por Philip Moriarty, profesor de Física de la Universidad de Nottingham. Lo construyó mediante la técnica de nanolitografía.
Durante doce siglos el Oráculo aconsejó a quienes llegaban con sus consultas hasta el santuario del Templo de Apolo en las laderas del Monte Parnaso, en Delfos.
Esa misma semana, la familia de William tuvo que llamar a la policía para que se lo llevaran en camisa de fuerza.
El olor de las salchichas mezclado con el del océano, los colores brillantes, la música y las risas de quienes esperaban en fila para poder subir a las atracciones contrastaban con el interior del edificio que se erigía en el centro del predio.
John Dalton se dio cuenta de que su vista no era como la de los demás en 1792, al observar una flor de Geranium zonale a la luz de una vela. Durante el día, la veía azul, pero, iluminada por esa llama, la vio roja. Sorprendido, les preguntó a sus amigos si les sucedía lo mismo.
#CuriosidadCuarentenil #2
Aturdido, Archie corrió hasta el lugar y el horror lo hizo caer de rodillas. Seis cuerpos yacían dentro del pozo en la tierra que había dejado el estallido.
Grace no sabía lo que había pasado con Mollie cuando se le aflojó el primer diente. Tampoco le dio mucha importancia.
Durante los primeros días no pareció pasar nada.
El pedido había sido claro y explícito: deseaba que lo cremaran. Pero ¿eso quería decir que la humanidad iba a perderse la única posibilidad de estudiar su cerebro?
¿Cómo iba a frenarse un brote de cólera simplemente por evitar que las personas bebieran agua de esa única bomba, la de la calle Broad?
La llamaron pero a ella no le causó mucha gracia el pedido. Salió con un tenedor gigante en la mano, dispuesta a atacar a Soper, quien escapó justo a tiempo.
No eran los únicos niños que habían muerto en esas circunstancias. Por los síntomas, creían que se trataba de difteria. Pero no respondían al tratamiento y, pese a ser muy contagiosa, la enfermedad parecía afectar solo a miembros de la misma familia, pero no a vecinos cercanos.
Los británicos, para dificultarles la tarea, solían hacer apagones en sus ciudades. Pero no solo aprovechaban la oscuridad para ocultarse sino que, además, contaban con un novedoso sistema de radares que les permitía localizar a los aviones alemanes sin que ellos lo supieran.