7 de agosto de 1942. EEUU lanza la Operación 'Watchtower', su primera gran ofensiva en el Pacífico. La 1ª División del USMC desembarca en la isla de Guadalcanal, ahuyenta a la débil guarnición japonesa, se apodera del aeródromo que están construyendo los nipones y se atrinchera.
La misión de rechazar la invasión corresponde a la Armada Imperial Japonesa, no al Ejército. Concretamente a la 8ª Flota y a la 25ª Flotilla Aérea, ambas con HQ en Rabaul, a 1.100 kilómetros de Guadalcanal. Mientras los marinos elaboran un plan, los aviadores pasan a la acción.
Los ataques aéreos llevados a cabo los días 7 y 8 hundirán un transporte, dañarán dos destructores y derribarán 19 aviones. Pero 36 aparatos japoneses caerán ante los cazas de los portaaviones Enterprise, Saratoga y Wasp, que dan apoyo a las fuerzas de invasión desde alta mar.
Para el mediodía del día 7, el comandante en jefe de la 8ª Flota, el vicealmirante Gunichi Mikawa, ya dispone de un plan de batalla. Su idea es navegar entre las Islas Salomón para llegar a Guadalcanal la noche del 8 al 9, y desafiar a la flota enemiga en un combate nocturno.
Mikawa, que no cuenta con escolta aérea -tampoco la solicita-, logra reunir a cinco cruceros pesados (el moderno Chokai y los viejos Aoba, Kinugasa, Kako y Furutaka), dos cruceros ligeros (el Tenryu y el Yubari), y un destructor (el Yunagi). La tarde del día 7, se hacen a la mar.
Graduado en la Academia Naval Imperial como el tercer mejor alumno de 149, Mikawa había dirigido a los acorazados rápidos en Pearl, Índico y Midway. La derrota en esta última batalla frena su carrera y provoca que sea relegado a la 8ª Flota, una unidad de cruceros y destructores.
En teoría, Mikawa camina al desastre. De Rabaul a Guadalcanal hay un día y medio de navegación. Es imposible que su flota no sea descubierta por los aliados. Y en cuanto sea así, será atacada por los portaaviones, cuyas conversaciones por radio captan en claro los buques nipones.
En Tokio, el almirante Osami Nagano, Jefe del Estado Mayor Naval, ordena detener el ataque, pues considera el plan de Mikawa peligroso e imprudente. Luego, tras consultar con otros oficiales, incluido Isoroku Yamamoto, decide respetar la autonomía de mando del comandante local.
El temor de Nagano es fundado. Pese a las fintas de Mikawa para burlar la vigilancia aliada, sus buques son localizados desde el principio. El día 7, un B-17 que se dirige a Rabaul descubre “cuatro cruceros y un destructor”. Y otro B-17 informa de “seis barcos con rumbo sureste”.
Ese mismo día, a las 20.30 horas, el submarino S-38 detecta a Mikawa mientras patrulla por el St. George Channel. Y aunque no consigue lanzar sus torpedos, el capitán H.G. Munson avisa que hay “dos destructores y tres buques mayores, navegando hacia el sureste, a alta velocidad”.
Más aún, la inteligencia estadounidense intercepta un radio de Mikawa, pero como desde el 28 de mayo los nipones han cambiado sus claves criptográficas, los aliados no pueden leer el mensaje. El mensaje no será descifrado hasta el 23 de agosto, demasiado tarde para ser de ayuda.
8 de agosto. Dos Hudson del 32ºSqn de la RAAF avistan a los barcos nipones a las 10.20 y 11.10, si bien, ambos informes no llegan a Guadalcanal hasta las 18.42 y 21.30. Aún así, estos avisos dan a los aliados entre siete y cuatro horas para prepararse contra un ataque nocturno.
Ante este panorama, el contraalmirante Richmond Kelly Turner, jefe de la fuerza anfibia en Guadalcanal, convoca a su homónimo inglés Victor Crutchley, comandante de los escoltas, para analizar la situación. El cónclave se celebra la noche del día 8 en el buque de mando McCawley.
Turner, que apenas ha dormido en tres días, cree que los barcos avistados (tres cruceros, tres destructores y dos portahidroaviones o cañoneros, para el primer Hudson; cuatro cruceros y un navío desconocido, para el segundo Hudson), sólo pretenden establecer una base de hidros.
Crutchley, que está igual de fatigado, opina que puede ser una fuerza de ataque. Y dada la distancia con Rabaul, recuerda que podría producirse esa misma noche. Turner admite que es posible, pero confía plenamente en el despliegue naval que defiende la rada de Guadalcanal.
Un despliegue que comienza con los destructores Ralph Talbot y Blue (2.200 toneladas, 251 hombres, 4x1 cañones de 127mm y 4x4 lanzatorpedos de 533mm), cuya misión es proporcionar alerta temprana con sus radares SC. Para ello se ubican al oeste de Savo, uno al norte y otro al sur.
Al sureste de Savo, los cruceros Canberra (10.400 toneladas, 819 hombres, 4x2 de 203mm y 2x4 lanzatorpedos de 533mm) y Chicago (10.258 toneladas, 1.100 hombres y 3x3 de 203mm), junto al Patterson y al Bagley (gemelos del Blue), vigilan las siete millas del paso hacia Guadalcanal.
Al noreste de Savo, los cruceros Vincennes, Astoria y Quincy (9.950 toneladas, 1.074 hombres y 3x3 de 203mm); y los destructores Helm (tipo Bagley) y Wilson (1.888 toneladas, 251 hombres, 4x1 de 127mm y 4x4 lanzatorpedos de 533mm), cierran el estrecho de 15 millas hacia Florida.
Los cruceros ligeros Hobart y San Juan, éste con el mejor radar de la flota, más dos destructores, vigilan la entrada oriental de 13 millas entre Florida y Guadalcanal. Por último, siete destructores ofrecen protección cercana a los dos fondeaderos donde anclan 18 transportes.
El crucero Australia debe volver con el Canberra y el Chicago, pero al concluir la reunión con Turner, Crutchley deja a su buque insignia junto al McCawley, para evitar los riesgos de navegar de noche. El jefe de los escoltas no podrá ejercer el mando directo en caso de batalla.
Mikawa está en inferioridad numérica y tecnológica -todos los buques de Crutchley montan radar-, pero al menos sabe que las fuerzas enemigas están divididas gracias a los cinco hidros que sus cruceros catapultaron al despuntar el día, uno de los cuales sobrevoló Guadalcanal.
A su regreso, el piloto informa de dos grupos navales, uno frente a Guadalcanal con “un acorazado, cuatro cruceros, siete destructores y quince transportes”; y otro frente a Tulagi con “dos cruceros pesados, doce destructores y tres transportes”. El vicealmirante afina su plan.
"Avanzaremos desde el sur de la isla de Savo y torpedearemos a la fuerza principal enemiga frente al fondeadero de Guadalcanal; después giraremos hacia el área de Tulagi para bombardear y torpedear al enemigo. Luego nos retiraremos al norte de la isla de Savo", ordena Mikawa.
La llegada de la noche, una noche oscura sin luna, sube la moral de los japoneses, a salvo ahora de la aviación aliada. Y el hecho de no haber sido atacado mientras navegaba a plena luz del día, sugiere a Mikawa que su fuerza no ha sido detectada y cuenta con el factor sorpresa.
Por el contrario, la noche aletarga a los aliados. Tras dos días de constante y agotadora acción en apoyo del desembarco, el grueso de los buques de Crutchley navega en 'Condition Two', lo que significa que la mitad de la tripulación está de servicio y la otra mitad de descanso.
Así, mientras muchos marinos aliados duermen, incluidos varios de los capitanes de los cinco cruceros pesados que defienden Guadalcanal, los japoneses se aproximan con las dotaciones en los puestos de combate, las armas preparadas para disparar y los cinco sentidos bien alerta.
Los nipones avanzan en silencio de radio y alineados en una columna de tres kilómetros de largo. El Chokai (buque insignia de Mikawa) va a la cabeza. Le siguen el Aoba, Kako, Kinugasa, Furutaka, Tenryu, Yubari y Yunagi. Juntos suman 34 cañones de 203mm y 54 tubos lanzatorpedos.
Previamente, Mikawa ha puesto varios hidros en vuelo para que iluminen a los barcos enemigos con bengalas. Aunque los aliados escuchan el ruido de los motores y detectan a los aviones por radar y visualmente, los toman por propios, pues llevan las luces de posición encendidas.
Los radares SC del Talbot y del Blue no lo hacen mejor. El ojo electrónico no ve a los nipones, pese a que estos pasan a dos kilómetros del Blue. Tampoco los divisan los vigías, quizás porque Mikawa ha bajado la velocidad a 22 nudos para reducir las estelas que dejan sus barcos.
En contraste, los serviolas japoneses han avistado a ambos destructores a más de 10 kilómetros. Más de 50 cañones de grueso y medio calibre apuntan al Blue, mientras los vigías vigilan al Talbot. El excelente adiestramiento de los nipones para el combate nocturno va a ser clave.
La Marina Imperial lleva años entrenando de noche en condiciones tan reales que los accidentes, incluso los hundimientos, no son ajenos a estas prácticas. Además, se seleccionan a los reclutas con la mejor visión nocturna y se les equipa con los mejores binoculares de la época.
Por el contrario, de los barcos aliados presentes en Guadalcanal, sólo el Astoria ha realizado alguna práctica nocturna de tiro recientemente. El resto de los cruceros de Crutchley no ha realizado un ejercicio de tiro o un adiestramiento de noche desde hace al menos ocho meses.
Los japoneses eluden la vigilancia de los dos destructores y penetran en la rada de Guadalcanal. Mikawa ha logrado lo imposible. El vicealmirante deja atrás al Yunagi (en la foto) para vigilar al Blue y al Talbot, acelera a 30 nudos y otorga libertad de movimiento a su flotilla.
A la 01.32, los vigías de Mikawa avistan un buque a unos 2.700 metros. Es el destructor Jarvis, dañado por los ataques aéreos del día anterior, al que los japoneses confunden con un crucero ligero. Se lanzan varios torpedos, pero fallan. El buque aliado ni se entera del ataque.
Luego, los nipones descubren las siluetas de varios cruceros y destructores enemigos, recortadas por el resplandor del incendio que devora al transporte George F. Elliott. La distancia es de 12.500 metros. Para la 01.38, una salva de 17 torpedos japoneses Tipo 93 está en el agua.
Al mismo tiempo, los vigías del Chokai divisan otra fuerza enemiga al norte, a 16 kilómetros de distancia. Mikawa gira para enfrentarse a esta nueva amenaza y el grueso de sus buques le sigue en columna, mientras mantienen en el punto de mira a los barcos aliados situados al sur.
01.43 horas. "¡Alarma! ¡Alarma! ¡Barcos extraños entrando al puerto!", avisa la radio del destructor Patterson, que ha visto al Kinugasa a 5.000 metros de distancia. El mensaje se repite mediante señales luminosas, pero ya es demasiado tarde para alertar a los cruceros aliados.
Segundos después, los hidros japoneses lanzan bengalas directamente sobre los cruceros pesados Canberra y Chicago. El Chokai abre fuego, seguido del resto de la flotilla de Mikawa. El Canberra, comandado por el capitán Frank Edmond Getting, acelera y se prepara para el combate.
Ninguno de sus cañones de 203mm llegará a disparar. Una lluvia de proyectiles del Chokai, Furutaka, Aoba y Kako se abate sobre el Canberra. Dos torpedos y 24 impactos destruyen las dos salas de calderas, dejando al barco en llamas, escorado y sin energía. Y a Getting, malherido.
En el Chicago, el capitán Howard D. Bode ordena zafarrancho de combate y manda disparar 44 proyectiles iluminantes, pero sólo 6 funcionarán. A la 01.47, un torpedo, probablemente del Kako, golpea la proa del crucero. Un segundo torpedo alcanza al buque americano, pero no explota.
Dañado, el Chicago escapa navegando a todo trapo durante 40 minutos, si bien, dejará atrás a los transportes que debe proteger. Al menos, su batería secundaría de 127mm alcanza al Tenryu, causándole daños leves. Increíblemente, Bode no avisa del peligro al resto de naves aliadas.
Más combativos se muestran los destructores Patterson y Bagley. El primero alcanza al Kinugasa con sus cañones de 127mm, pero a cambio recibe un impacto en la popa donde mueren ocho marinos americanos. El segundo dispara sus torpedos, con un efecto no deseado (lo veremos luego).
Inutilizado el Canberra y puesto en fuga el Chicago en apenas siete minutos, los nipones aproan ahora a los barcos del norte, que pese a ver las bengalas y los fogonazos de los cañones, dudan sobre si es un ataque, un bombardeo a la costa, una incursión submarina o 'fuego amigo'.
Las nubes y las tormentas intermitentes impiden a los vigías aliados ver con claridad, así que los cruceros siguen patrullando en caja. Para empeorarlo todo, la flota de Mikawa se divide accidentalmente en dos columnas y de casualidad envuelve a la Fuerza Norte por ambos lados.
El radar del Astoria detecta varios contactos de superficie, pero en el puente del crucero creen que se trata de una interferencia provocada por la isla de Savo. A la 01.44, los nipones lanzan sus torpedos. Seis minutos después encienden sus reflectores y disparan con sus 203mm.
En el Astoria, que ha abierto fuego por iniciativa de su oficial de artillería, el capitán William G. Greenman se despierta sobresaltado. Corre al puente y ordena que cese el cañoneo, pues teme que estén disparando contra fuerzas amigas. Tardará un minuto en revocar esa orden.
Un tiempo que el Chokai aprovecha para centrar al Astoria con su tercera salva. El Aoba, el Kinugasa y el Kako también martillean al crucero norteamericano, que será alcanzado por 65 proyectiles. La sala de máquinas es destruida y el navío estadounidense se detiene y se incendia.
Aún así, a las 02.16, el Astoria se las arregla para disparar al Kinugasa. La salva falla, pero un proyectil de 203mm termina impactando en una de las tres torres delanteras del Chokai. La torreta queda fuera de servicio y el barco insignia de Mikawa sufre daños moderados.
En el Quincy también hay dudas al inicio. Temiendo un caso de fuego amigo, el capitán Samuel Moore ordena encender las luces. Inmediatamente, el crucero es martirizado por los reflectores y los cañones del Aoba, Furutaka y Tenryū. Este último le alcanza además con dos torpedos.
El Quincy aproa hacia los japoneses y logra disparar tres salvas, una de las cuales golpea el puente del Chokai, causando 36 bajas. Mikawa, a cinco metros del impacto, sale ileso. A las 02.10, es el puente del Quincy el que resulta alcanzado. El capitán Moore es herido de muerte.
Seis minutos más tarde, un torpedo del Aoba estalla contra el costado del Quincy, cuyos cañones han sido silenciados por los 54 impactos japoneses. A la desesperada, el crucero estadounidense trata de varar en la isla de Savo, pero a las 02.38 se hundirá de proa con 370 muertos.
Al comienzo de la refriega, en el Vincennes tampoco lo tienen claro. El capitán Frederick Riefkohl no se atreve a disparar por temor a que se trate de barcos amigos. Una andanada del Kako le saca de dudas. A la 01.55, dos torpedos del Chokai destrozan al crucero norteamericano.
El Vincennes se resiste y anota un impacto en el Kinugasa. Pero ahora, todos los barcos japoneses disparan sobre el infortunado buque de la US Navy, que encajará 74 impactos de artillería. Y a las 02.03 es alcanzado por un cuarto torpedo, procedente del crucero ligero Yubari.
Con todas las salas de calderas destruidas, el Vincennes se detiene. El barco está en llamas y cada vez se escora más a babor. A las 02.16, el capitán Riefkohl ordena a la tripulación que abandone el crucero, que se hundirá 34 minutos más tarde dejando un saldo de 332 fallecidos.
A las 02.16 horas, los nipones cesan el fuego y se alejan por el norte de Savo. Aún dañarán gravemente al Ralph Talbot, alcanzado por cinco impactos. Incendiado, escorado 20 grados y con 11 muertos a bordo, el destructor escapa del hundimiento gracias a un providencial chubasco.
Mikawa consulta con su estado mayor sobre si deben regresar para hundir los transportes. Hay todo tipo de opiniones, pero se impone la retirada, pues los navíos japoneses están dispersos y han gastado 61 torpedos y 1.844 proyectiles, con 159 impactos seguros y 64 probables.
Para reorganizar sus fuerzas y alistarlas para un nuevo combate, Mikawa necesita dos horas y media. Y cada minuto cuenta si los nipones quieren estar fuera del rango de los portaaviones cuando amanezca. El martirio del Mogami y del Mikuma en Midway, dos meses atrás, pesa y mucho.
A las 02.20 Mikawa aproa a Rabaul. Los japoneses creen haber hundido 5 cruceros y 4 destructores. A cambio han sufrido daños menores en el Chokai (3 impactos, 34 muertos y 48 heridos), Kinugasa (2 impactos, 1 muerto y 1 herido), Aoba (1 impacto) y Tenryu (1 impacto y 23 muertos).
En Guadalcanal, el amanecer revela un escenario apocalíptico para la flota aliada. El Quincy y el Vincennes yacen en el fondo del mar. El Astoria, inmóvil, arde con rabia. Igual que el Canberra, al que ayudan los equipos de control de daños de los destructores Patterson y Blue.
Los refuerzos logran reducir el fuego y evacuar a los heridos, incluido Frank Getting. El capitán del Canberra ha permanecido en su puesto y se ha negado a recibir tratamiento médico pese a sus graves heridas. Morirá días después en un barco hospital y será enterrado en el mar.
Sin embargo, es imposible poner la nave en marcha. Descartado el remolque por peligroso, el Canberra es rematado por el Selfridge con 263 tiros de 127mm y cuatro torpedos. Hará falta un quinto torpedo, lanzado por el Ellet, para que el crucero se hunda a las 08.00 con 84 muertos.
Y no han terminado las malas noticias para los aliados. A media mañana, el fuego, que parecía controlado en el Astoria, provoca la explosión de un pañol de municiones. Destrozado, el crucero se hunde a las 12.15 horas, arrastrando consigo los cadáveres de 216 de sus tripulantes.
Finalmente, el Chicago, que tras regresar por la noche a la zona de la batalla, había intercambiado cañonazos con el Patterson -sin daños en ambos buques-, lamenta dos muertos. Aún así, pasará seis meses en el dique seco para reparar los daños causados por el torpedo del Kako.
El recuento final de bajas es de 1.023 muertos y 708 heridos. Y su sacrificio es en vano, pues al anochecer del día 9 la flota aliada abandona la zona, con los transportes a medio descargar, sin que los 'marines' hayan recibido los suministros necesarios para sostener la campaña.
Mientras Japón magnifica su triunfo, EEUU oculta su derrota. Los 500 supervivientes que vuelven a casa son retenidos en Treasure Island durante semanas. El almirante Earnest J. King informa con retraso al presidente Roosevelt y la noticia no aparecerá en la prensa hasta octubre.
La USN abre una investigación, conocida como Comisión Hepburn, pero el único que recibe una censura es el capitán Bode por no avisar del ataque nipón, una vez que el Chicago fue dañado. Y Riefkol no volverá a tener un mando en el mar. Bode se suicida de un tiro en abril de 1943.
Finalizada la guerra, el contraalmirante Samuel Morison, historiador oficial de la USN y doble Premio Pulitzer, en su obra de 15 volúmenes 'History of United States Naval Operations in World War II', acusa a los aviadores australianos de ser los responsables del desastre de Savo.
Según Morison, los pilotos de la RAAF "no hicieron ningún intento de transmitir por radio su avistamiento, completaron su patrulla de forma rutinaria y pausada, y tomaron el té antes de enviar su informe". Una acusación que salió en la prensa y que repetirán muchos historiadores.
Hasta que el aviador Eric Geddes decide limpiar su nombre y el de sus compañeros. Su lucha, que incluirá el envío de una carta al presidente Obama, triunfa en 2014, cuando el Naval History and Heritage Command admite que las críticas de Morison hacia la RAAF son "injustificadas".
En verdad, el Hudson de Geddes sí informó de la presencia de la flota de Mikawa y al no recibir acuse de recibo, volvió a su base para que la 'info' llegara lo antes posible a Guadalcanal. Si ésta llegó varias horas tarde se debió a la complicada cadena de mando de los aliados.
La misma cadena de mando que frustró la petición de Turner, de que se volaran más reconocimientos la tarde del día 8. Ni se llevaron a cabo, ni se informó de ello a Turner, quien dando por hecho que la zona estaba vigilada, descartó un ataque naval al no haber más avistamientos.
Claro que Turner podía haber empleado algunos de los 15 hidros que tenía en los cruceros de Crutchley para descubrir si había o no fuerzas navales japonesas acercándose a Guadalcanal. En cambio, los hidros permanecieron en los cruceros por temor a los ataques de los submarinos.
Las críticas hacia los australianos se extienden a los marineros del Canberra. El contraalmirante Gerard Charles Muirhead-Gould, uno de los 'favoritos' de Churchill, afirmó que "la tripulación debería sentirse avergonzada de que su nave hubiera sido hundida sin disparar un tiro".
El comodoro Bruce Loxton, quien resultó herido en el puente del crucero, contraataca con el libro 'La vergüenza de Savo: anatomía de un desastre naval'. Ahí desvela que el torpedo que inutilizó al Canberra e hizo que se hundiera "sin disparar un tiro", provino del USS Bagley.
Más justas son las críticas al despliegue de Turner y Crutchley. Dada la geografía de la zona, era obligado dividir los escoltas en varios grupos, pero si el número de 'piquetes radar' hubiese sido mayor, los aliados podrían haber detectado a Mikawa antes que entrara en la rada.
Los mandos aliados confiaron demasiado en el radar SC, cuando éste funcionaba mal cerca de masas terrestres como Savo. Además, los patrones de patrulla del Talbot y Blue no estaban coordinados. Había una brecha de 12 a 30 kilómetros, según el momento, por la que penetró Mikawa.
Más debatible es el rol del vicealmirante Frank Fletcher, quien retiró sus portaaviones la tarde del día 8, antes que Mikawa llegara a Guadalcanal. De haberse quedado, no habría evitado la debacle de Savo, pero sí podría haber hundido a los cruceros nipones la mañana del día 9.
Fletcher, que ya en la planificación de 'Watchtower' anunció que sólo apoyaría el desembarco durante 48 horas, se justifica por las pérdidas sufridas por los cazas y la falta de combustible. Excusas, pues aún disponía de 78 F4F y tenía fuel para cuatro días más de operaciones.
En realidad, Fletcher no quería atar sus valiosos portaaviones a Guadalcanal, pues así sería más fácil que los japoneses los localizasen y los atacasen con submarinos o bombarderos. Y aunque Fletcher ha sido acusado de 'cobarde', el hundimiento del Wasp, le cargará de razón.
Cabe recordar, que en agosto de 1942, la US Navy sólo podía contar con el Saratoga, el Wasp, el Enterprise y el Hornet. Dicho de otro modo, en esta fase de la guerra, EEUU no estaba en condiciones de arriesgar sus portaaviones más de lo debido. Y Fletcher obró en consecuencia.
Lógicamente, cuando Turner se enteró de la marcha de Fletcher, decidió que sin cobertura aérea, debía retirar sus barcos de Guadalcanal. Una determinación que tomó antes del ataque de Mikawa, si bien, luego accedió a demorar su retirada unas horas para descargar más suministros.
También el ganador de este combate ha sido criticado con dureza. Aunque de inicio, Mikawa fue felicitado, incluso por Yamamoto, la posterior derrota nipona en la campaña terrestre de Guadalcanal hizo que se reprochara al vicealmirante no haber hundido los transportes aliados.
Más que por su cargamento, por tratarse de activos muy valiosos que en esos momentos EEUU no podía reponer con facilidad. Es más, muchos de esos transportes se usarían en los meses siguientes para llevar refuerzos y suministros a la asediada guarnición americana de Guadalcanal.
No obstante, nada garantizaba un nuevo triunfo de Mikawa si hubiese vuelto a por los transportes. Debe recordarse que los aliados aún tenían en la zona un crucero pesado y dos ligeros, más una decena de destructores. Y que los nipones ya no disfrutarían del factor sorpresa.
En verdad, Mikawa obró correctamente con la información de que disponía. Ningún análisis debe obviar que el vicealmirante no sabía que los tres portaaviones americanos se habían retirado de la zona, antes incluso de que los barcos nipones llegaran a las cercanías de Guadalcanal.
De haberlo sabido, habría vuelto por los transportes. O quizás no. Porque en realidad, Mikawa se ciñó a lo que le enseñaron en sus años de adiestramiento: buscar y lograr una victoria decisiva contra los barcos de guerra. Para la doctrina japonesa, otros blancos eran secundarios.
Además, Rabaul informó a Mikawa que los 'raids' aéreos habían hundido ya ocho transportes. Entonces, ¿para que arriesgar sus irremplazables cruceros pesados -un tipo de barco que Japón no pudo construir durante la guerra-, si los aviones podían hacer ese trabajo con menos riesgo?
No, Mikawa no arruinó la única opción que tenía Japón de ganar la campaña de Guadalcanal antes de que mutase en una guerra de desgaste que favorecía a EEUU. Fue el Ejército quien lo hizo. Primero, por negarse a colaborar con la Marina. Y luego por sus errores de inteligencia.
Los 'marines' en Guadalcanal eran casi diez veces más de lo que calculaba el Ejército, de modo que los nipones desaprovecharon la ventana de once días abierta por el éxito de Mikawa, desembarcando fuerzas de infantería tan pequeñas que no tenían opción de vencer a los americanos.
Cuando el 20 de agosto, arribaron a Henderson Field los primeros aviones -19 cazas y 12 bombarderos en picado del USMC-, la ventana se cerró. En adelante, EEUU gozaría de la superioridad aérea, lo que le costó a la Marina Imperial un buen número de buques, incluido un acorazado.
Y aunque Japón halló una solución en los envíos nocturnos de tropas y suministros -el Tokyo Express-, no recuperó Guadalcanal. Durante la campaña, Mikawa continuará al frente de la 8º Flota y sobrevivirá a la guerra. Fallece en 1981, con 93 años. Hoy es una celebridad en la zona.
En verdad, si algo cabe criticar a Mikawa es su impulsiva decisión de atacar en inferioridad y frente a un enemigo dueño del cielo. Porque sin los fallos de los aliados, Savo bien podría haber resultado al revés. Pero ya se sabe que la fortuna favorece a los audaces. END / 終わり
PD: Para muchos historiadores, la batalla de Savo es la mayor derrota que ha sufrido la US Navy en toda su historia. Es también un ejemplo de lo difícil que resulta para cualquier oficial tomar decisiones acertadas, con información parcial y sometido al estrés del combate.
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