Cómo The Bloodline ha cambiado WWE.
Dentro hilo. 👇
De la ignominia al éxito, de renegado a ídolo, de mediocre a leyenda. Es Roman Reigns y la construcción de un grupo de Salón de la Fama. The Bloodline ha cambiado WWE y lo ha hecho de lo particular a lo general, del detalle a la foto grande, de las pequeñas cosas a lo visible.
La pandemia trastocó todos los planes del wrestling en 2020. Los de WWE en particular. El cierre total de los estadios llegó justo para WrestleMania 36, que tuvo que hacerse en el Performance Center y que vio cómo el Big Dog, Roman Reigns, se caía de la cartelera por seguridad.
Había vuelto de una segunda leucemia en 2018, estaba inmunodeprimido, iba a ser padre y la situación era lo suficientemente volátil como para quedarse en casa. No ganó ese título Universal ante Goldberg, sino que fue Braun Strowman.
Volvió para SummerSlam... y en Payback ya era campeón. La importancia no fue el qué, sino el cómo. Apareció con Paul Heyman, el mánager más determinante de la historia del negocio, y lo hizo con un lema: "Wreck everyone and leave" ("destroza a todo el mundo y vete"). Lo cumplió.
El chico que había luchado por la aprobación general del público, que había estelarizado múltiples WrestleManias y que no había conseguido el favor de la gente hacía su retorno como todo lo contrario. Es el paso que nunca se atrevieron a dar con John Cena.
Fue arriesgado pero funcionó desde el primer día. Y la primera piedra del cambio, que fue la actitud, vino seguida de la historia. Con el ThunderDome en pie y sin público en los estadios, WWE necesitaba crear historias por encima de lo común. Impactantes, memorables, diferentes.
La actitud del ahora Jefe Tribal y la situación pandémica daban pie a arriesgarse. No tenían nada que perder. El resultado fue un CotC y un HiaC 2020 sublimes. Hubo muchas historias que no funcionaron en una época convulsa (Otis, Retribution...). Esta fue un home run.
Las historias familiares suelen encajar en la lucha libre. Lo que cambia todo es el modo de adaptar el entorno al desarrollo de los personajes. Sin reacciones de la audiencia en directo, algo completamente troncal en el wrestling, se opta por abrir micrófonos y explicar qué pasa.
Hacía tiempo que no veíamos a un luchador expresar sus sentimientos para con la narrativa en pleno combate: gritos, reproches, declaraciones. Roman Reigns se convierte en un intérprete que canaliza su estado cuando suena la campana. HiaC no utilizó la celda, no fue violenta...
...pero fue ruda, encarnizada, apoteósica. La frase que Reigns le dice a Jey Uso, aquella que antes no hubiésemos podido escuchar, encapsula el inicio de lo épico: "Te juro por Dios; voy a quitarte tu último aliento. No me hagas hacerlo".
La llegada de Jimmy Uso para rendirse, el llanto del que sería el Jefe Tribal y la llegada de Afa y Sika lo elevan al máximo exponente. La lucha libre quedaba supeditada al relato. Esto abrió los ojos a WWE. A la empresa se le había olvidado que esto va de convencer al público.
Necesitas cliffhangers, dejar a la gente al borde del asiento para que sintonicen la semana que viene y te compren el evento de pago que toca. El linaje familiar estaba construyéndose y con él un aura gloriosa.
Si la apertura de micrófonos en vivo, en pleno combate, modificaba todo lo que WWE había asumido durante años (podía destapar la industria mientras cantaban los movimientos), la seguridad que otorgaba The Bloodline fue más allá: empezó a cambiar los libros de historia.
Roman Reigns es el indiscutible campeón de WWE. Lleva más de 1.000 días con el título Universal y superará los 434 días de CM Punk con el de WWE, algo inédito desde Pedro Morales hace 50 años.
Es la cara de la compañía y, sin duda, el que paga los dividendos. Los Usos consiguieron los dos campeonatos por parejas y batieron récords (622 días con los de SmackDown, a años luz del siguiente, 182 días, que también es de ellos). Pero todo eso, claro, ya lo sabemos.
Lo interesante es ver cómo esos números han revitalizado una fórmula muerta: facciones y alianzas. WWE desdeñaba esa idea. The Bloodline les hizo ver que había opciones más allá. Aparecieron grupos con identidad propia y permitió la aparición constante de luchadores en TV.
Vince McMahon entendió que la facción dominante estaba pagando los dividendos, pero Triple H vio que esto podía beneficiar a la dinámica del resto del roster. Llegaron Damage CTRL, los Brawling Brutes, Imperium, la reformulación del Judgment Day, The Way, Hit Row, The OC o LWO.
La representación de un estilo permite que luchadoras que no tienen rivalidades, como Rhea Ripley, puedan seguir siendo relevantes. Retribution fue el germen; The Bloodline fue la vacuna.
Después de los récords, el linaje y la dictadura llegó el cine. Ese que habíamos visto hace 3 años pero que, en 2023, había dado el salto a algo mucho mayor. No solo por el historial, también por la magnitud y el momento. El público había vuelto pero esa relación íntima seguía.
Podíamos escuchar sus secretos. Conocíamos sus problemas. WWE era el narrador omnisciente y podíamos todos los puntos de vista. Vimos la llegada de Sami Zayn, las dudas de Jay Uso, la displicencia de Jimmy Uso, el impacto de Solo Sikoa, el ascenso y la caída del imperio.
Lo vimos todo. Vimos a Zayn explotar en Royal Rumble, un ídolo de masas en Elimination Chamber, el peso de la historia por encima del destino de Cody Rhodes, la patada irreversible de Jimmy Uso. Y todo, otra vez, 3 años después, con el wrestling como vehículo para contar cosas.
The Bloodline le ha permitido a WWE soltarse, ceder, expandir miras, adaptarse y evolucionar. Le ha permitido confiar, transformar y contar cosas. Le ha enseñado a relativizar, a escoger el tempo por encima del click, a macerar el guion y a trasladarlo al resto del roster.
Le ha confirmado que, a veces, menos es más. Y que el talento siempre sale a flote, tanto dentro como fuera de los cuadriláteros.
A veces solo necesitas una casualidad para cambiarlo todo.
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