Jubilado desde hacía 10 años, aún conservaba su despacho en el instituto. Cuando falleció en 1955, su escritorio quedó con este aspecto.
Los últimos objetos que Albert Einstein depositó sobre su mesa fueron su pipa y una foto.
Una foto que llamó poderosamente mi atención.
Cuando Ralph Morse, reportero gráfico de la revista LIFE, recibió la noticia del fallecimiento de Einstein, tomó su cámara y se puso en camino hacia el Hospital de Princeton.
La entrada del hospital era un caos de periodistas y curiosos. Allí no iba a poder hacer gran cosa, así que se dirigió hacia el Instituto de Estudios Avanzados.
Por el camino se detuvo a comprar varias botellas de whisky.
Ese martes 18 de abril, el instituto estaba bastante tranquilo.
Buscó al conserje, se identificó, y ante el persuasivo color de la botella de Bourbon, accedió a abrirle el despacho de Einstein para hacer un par de fotos.
El entierro sería inminente. Tenía que llegar lo antes posible al cementerio de Princeton para conseguir un buen sitio.
Allí se acerca a un grupo de trabajadores, botella de whisky en ristre, y le confirman que la incineración será en 20 minutos... ¡en Trenton, a 17 km!
Afortunadamente, consigue llegar poco antes de que familiares y amigos apareciesen en escena. Estaba emocionadísimo porque sabía que sería el único en tener esas fotos.
Hans, el hijo de Einstein, se le acerca, le pregunta su nombre y le agradece su asistencia.
De regreso a Nueva York, Morse entra exultante en la redacción. Sabe que tiene una gran exclusiva y va directamente a hablar con Ed Thompson, el editor jefe de LIFE.
Cuando entra en su despacho, intuye que algo no va bien.
—No podemos publicarlo, Ralph —le dice el editor—. Me ha llamado su hijo y me ha pedido que no lo saquemos por respeto a la privacidad de la familia.
El fotógrafo respiró hondo tratando de asimilar el chasco.
Tuvo que hacerse a la idea de que esas fotos no verían la luz.
Y así fue hasta que aquel reportaje fotográfico cumplió 55 años, 3 años después de que la propia revista LIFE lanzara su última tirada en papel.
Las fotografías, junto con los avatares de Ralph Morse por obtenerlas, se publicaron en la web de LIFE en 2010.
Es en este momento, tras ver por primera vez las fotografías en la web, que comencé mi propia investigación.
Una fotografía dentro de la fotografía.
Tenía que averiguar de qué se trataba.
Lo primero que hice fue ampliar esa zona y la introduje en Google Imágenes. Como supuse, no hubo resultados. No tenía la más remota idea de dónde encontrar una pista sobre el lugar que aparece en la foto.
Entonces me fijé en algo que, quizá, me permitiría acotar la búsqueda.
El formato alargado de la foto y su apreciable curvatura abrían una posibilidad.
Quizá no se tratase de una fotografía, sino de una tarjeta postal.
Centré mi búsqueda de antiguas tarjetas postales en portales de coleccionismo. Mi pantalla pronto se saturó de paisajes urbanos europeos.
Podría ser algún lugar de Suiza. También pensé en lugares de España, aunque la visita de Einstein quedaba muy atrás en el tiempo.
Semanas de búsqueda que frustraban mi pretensión de hallar la aguja entre muchos pajares. Cada vez era más consciente de la dificultad de la tarea.
Olvidé el asunto, al igual que Ralph Morse tuvo que olvidarse de aquellas fotos.
Pero un tiempo después, volví a armarme de paciencia para continuar escudriñando.
A golpe de ratón, fui pasando rincones de ciudades, unos con más parecido que otros, pero la coincidencia seguía resistiéndose.
Aprovechaba cualquier rato libre para continuar deslizando imágenes en el móvil, aunque con una esperanza muy escasa. Dudaba de que pudiese llegar a alguna parte.
Pero una noche, con el smartphone pegado a la cara, apareció.
Era esa. ¡Tenía que ser esa!
Antes de volver a mirar la imagen con más detenimiento, leí la descripción:
"Plaza Urquinaona. Barcelona".
Salté sobre el ordenador y la comparé con la postal que aparecía sobre la mesa de Einstein.
No había duda. Coincidía.
Estaba leyendo una postal de Barcelona. Quizá, lo último que hizo el último día en su despacho. Su última correspondencia.
Pero, ¿de quién?
Llegado a este punto, me puse a especular. ¿Quizá alguien que le recibió en su visita a Barcelona en 1923 y con quien mantenía contacto?
El físico e ingeniero Esteve Terradas, que cursó su invitación, no podía ser. Había fallecido 5 años antes.
Quizá fuese Rafael Campalans, también físico e ingeniero, que ofreció a Einstein una cena íntima en su casa el penúltimo día de su visita.
A modo de simpático homenaje, Campalans elaboró un menú con expresiones en latín que hacían referencia a conceptos de la relatividad.
Se sirvieron, por ejemplo, "habas a la Lorentz transformadas a la catalana" y "langostinos a la Gauss con salsa mayonesa en el perihelio". Todo ello regado con "jerez inercial", "manzanas pequeñas con efecto Doppler (sidra)" y "cava relativista".
En este artículo, publicado en el número 36 de la revista Quark, Emma Sallent y Antoni Roca descifran el menú completo.
cutt.ly/pwxqkLt4
Pero a pesar de la dilatación del tiempo que indica la teoría de la relatividad, Campalans no pudo escribir a Einstein en 1955. Había fallecido en 1933.
Tampoco parecía probable que fuese el ingeniero químico Casimiro Lana Sarrate, que contactó con Einstein en uno de sus frecuentes viajes a Alemania durante la década de 1920.
Desde la Guerra Civil se había exiliado en Argentina.
¿Y si la postal llegó desde el bar Refectorium? Este establecimiento de ambiente medieval, en Rambla del Centre 36, aparecía con mención destacada en el diario de viaje de Einstein.
Hasta la New York Public Library conserva el menú del restaurante.
menus.nypl.org/menus/26426/ex…
Pero tampoco era el caso. El Refectorium había cerrado sus puertas definitivamente en 1925.
Podría tratarse de una postal enviada por el Hotel Cuatro Naciones, donde Einstein tuvo que alojarse de manera improvisada.
Resulta que había olvidado comunicar por telegrama el día de su llegada y cuando arribó a la estación de tren, nadie lo estaba esperando.
Claro que en la década de 1950 tuvo lugar en España un importante episodio relacionado con la física: la creación del primer grupo de investigación en física de partículas.
Quizá, Joaquín Catalá de Alemany, fundador del grupo, se comunicó con Einstein mediante esa postal.
En torno a 1953 se planteaba desarrollar un detector para partículas a velocidades relativistas. No hubiese sido extraño que contactase con Einstein de manera informal.
Aunque puede que, en realidad, la explicación sea más simple. Tan simple como que algún amigo en viaje turístico por España le escribiese enviándole saludos.
Cada posibilidad, el germen de una historia.
De momento, no es posible cerrar este relato para sacarlo a la luz. Ralph Morse tardó 55 años en poder hacerlo. A veces, nunca se consigue.
No descarto, algún día, hacer una escapada a Princeton y comprar un par de botellas de whisky.
FIN
unroll @threadreaderapp
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