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Feb 14, 36 tweets

¿Era el Tíbet de la primera mitad del siglo XX ese paraíso terrenal de sabiduría y elevación espiritual que nos ha contado Hollywood? ¿O era más bien una sociedad bastante menos paradisíaca?

¡Ahí les va! en versión hilo
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Durante años, en los grandes medios y, lo que es todavía más influyente, la industria del entretenimiento occidental, el Tíbet ha sido constantemente presentado como un enclave idílico que fue violentamente asaltado por la Revolución china.

Sin embargo, seguramente no les resultará demasiado sorprendente saber que esa versión hollywoodense dista bastante de ser real.

La fascinación mediático-cultural por esta región en Occidente comenzó en la década de 1930. En esos años se estrenó la película ‘Horizontes Perdidos’, del brillante director ítalo estadounidense Frank Capra, basada en una novela del británico
James Hilton del mismo nombre.

#FunFact: Ni Hilton ni Capra estuvieron jamás ni remotamente cerca del Tíbet como para dar una imagen mínimamente fidedigna de lo que por allí sucedía🤷

En 1952, el austríaco Heinrich Harrer, que sí vivió en esa zona montañosa, escribió otra lisonjera novela titulada “Siete años en el Tíbet”, que fue un inmediato éxito y sería llevada al cine casi medio siglo después.

Harrer era reconocido como alpinista, mucho más que por ser un nazi que se casó con el uniforme de las SS enfundado, como tuvo que admitir más tarde.
Vaya. Fan de Adolf Hitler y admirador del Dalai Lama, qué combinación tan poco ‘hollywoodizable’ a priori, ¿verdad?

Sea como sea, la semilla de un Tíbet digno de publicidad de agua mineral germinó y la idealización del supuesto paraíso tibetano se asentó definitivamente en la llamada ‘cultura general’ occidental gracias a películas como la mencionada ‘Siete años en el Tíbet’ o ‘Kundun’.

Ambas películas tenían un curioso y nada inocente componente argumental: en ellas se acusa a la República Popular China de borrar de un plumazo aquella especie de nirvana sobre la Tierra durante la década de 1950.

Y no es casualidad, en absoluto, que ambas se estrenaran en los años que siguieron al derrumbe soviético, cuando desde Washington deseaban que en Pekín sucediera algo parecido a lo sucedido en Moscú.

De hecho, el mismo año que caía el Muro de Berlín y se producían las protestas en la plaza de Tiananmen, 1989, le fue concedido el premio Nobel de la Paz al Dalai Lama.

Desde entonces el 'revival' tibetano de raíces políticas y tarjeta de presentación cinematográfica goza de un prestigio en las narrativas hegemónicas que, aunque con menos intensidad, se alarga hasta el presente.

O, dicho de otra forma: “O sea, ¿cómo puede haber algo malo en una causa que defiende Richard Gere y protagoniza Brad Pitt? Hellooo?!”

Sin embargo, el sistema que rigió en el Tíbet desde 1912
(cuando se independizó de la última dinastía imperial china) hasta su anexión por la República Popular China en 1951 es tan ejemplar para la humanidad como la Inglaterra del siglo XIX para los derechos de la infancia.

A grandes rasgos, el llamado ‘Reino del Tíbet’ era un protoestado feudalista, dominado por la figura de un líder al que se proclamaba de origen divino.
Sistema feudal, teocrático y con un supuesto semidiós a la cabeza.
¿Verdad que suena paradisíaco?

Decir que la riqueza material del Dalai Lama de turno y su familia era digna de estrella de Hollywood
sería quedarse corto. Su residencia central, el Palacio Potala, contaba con más de mil habitaciones y además eran dueños de la mayor parte de las tierras fértiles de la región.

Esta élite representaba apenas el 5 % de la población del Tíbet, otro porcentaje similar eran pequeños terratenientes y el resto, 9 de cada 10 personas, eran personas sometidas a mayor o menor grado de servidumbre:

Desde los más ‘afortunados’, que pagaban por el ‘derecho’ de trabajar tierras bajo condiciones abusivas,
hasta los llamados ‘nangsen’, personal doméstico que era propiedad transferible y heredable de los dueños del hogar donde servían. Esclavos, por decirlo menos tántricamente.

En lo más bajo de la jerarquía social se encontraba la casta de los ‘intocables’, los 'ragyabpa', relegados a tareas tan ‘espirituales’ como la prostitución o la aplicación de torturas. ¡Ah, esclavitud, prostitución y torturas! ¡Qué edificante era la sabiduría de los lamas!

Además, el analfabetismo rondaba el 95 % de la población y la esperanza de vida era de 35 años.
Por todo ello, la mayoría de estudiosos define aquella sociedad como una rígida y jerárquica teocracia en la que las clases altas sometían a las bajas de manera abrumadora y cruel.

En 1951, la recién nacida China de Mao retoma el control del Tíbet después de que el Dalai Lama (el actual, pero con bastantes años menos que ahora) firmara un acuerdo en ese sentido.

Inicialmente, en base a lo acordado, las nuevas autoridades chinas no intervinieron en la zona y así se mantuvo prácticamente intacta la estructura teocrática y feudal.

Pero en 1959 una revuelta tibetana terminó con el Dalai Lama y muchos de sus seguidores en el exilio.
Su clan familiar, tuvo que dejar atrás sus 27 mansiones y miles de siervos que trabajaban en condiciones laborales medievales.

En años recientes la ‘tibetmanía’ occidental menguó bastante y, de hecho, últimamente en EE.UU., sobre todo, intentaron sustituir esa causa desgastada con la minoría china de los uigures, aunque con menos convencimiento y todavía menor éxito:

ni el tema ha captado nunca tanta atención y apoyo como en su momento el Dalai Lama y su corte de defensores, ni tampoco Brad Pitt ni ningún viejo o nuevo galán de Hollywood interpretó a un líder uigur en desigual combate contra Pekín en una gran producción de Hollywood.

Obviamente, esa política tan occidental de idealizar grupos políticos, étnicos o religiosos, por pura conveniencia y sin importar quiénes sean realmente, no es nueva ni mucho menos casual.

A veces son monjes tibetanos con amables sonrisas y esclavos en sus palacios…

… o ‘freedom fighters’ con grandes anhelos de libertad y cinturones de explosivos bajo la ropa…

… o ‘freedom fighters’ con grandes anhelos de libertad y cinturones de explosivos bajo la ropa…

… o militares que llegan a restaurar la democracia pero después se quedan décadas en el poder…

…o 'presidentes' autoproclamados que llegan para supuestamente ayudar a su pueblo y terminan cosiéndolo a sanciones desde otro país…

…o valientes presidentes que enfrentan a un enemigo poderoso pero manejan unas Fuerzas Armadas controladas por nostálgicos del nazismo…

… pero la estrategia de Washington y sus aliados es siempre la misma: aupar causas,
las que sean y como sean, solo por el hecho de incomodar a sus rivales geopolíticos.

Por eso en esta ocasión nos permitimos traer a la memoria aquella especie de fiebre de ‘tibetfilia’ que hace no tanto inundó los grandes medios y la industria del entretenimiento occidental y que todavía muestra síntomas de no haber remitido por completo.

No por lo que esa sintomatología dice del Tíbet, sino por lo que dice de quienes padecen esta clase de interesadas idealizaciones que no tienen nada de idealistas y sí tienen mucho de intereses.

Si llegaron hasta acá, indudablemente les gusta leer. Pero si también disfrutan lo audiovisual, lo que acaban de leer es una versión escrita de nuestro video sobre el tema:

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