Un joven estaba profundamente enamorado de una muchacha que no tenía ningún atractivo interior ni exterior. Aquél joven la amaba porque estaba seguro de que si ella le correspondía con su amor, se transformaría en la mujer más bella y amable del mundo.
Él la cortejaba constantemente y trataba de llamar su atención, pero ella nunca reparaba en él porque se dejaba en manos de amantes que la engañaban y tras conseguir lo que querían de ella, la dejaban abandonada.
Todo eso la cegó para ver los actos de amor y de cortejo que aquel joven hacía por ella. Por más que lo intentaba, ella ni siquiera se daba cuenta de su existencia. Ella perdió la esperanza en el amor, y se prostituía con cualquiera, lo cual rompía el corazón de aquel joven.
Aquella mujer anhelaba un fruto único y precioso que crecía en lo más alto de un árbol espinoso y sombrío, al que nadie se había atrevido jamás a subir, pues la tradición contaba que el árbol daría muerte a quien tratara de alcanzar ese fruto, ya que éste daba la felicidad.
Aquel joven, dispuesto a conquistar a su amada por todos los medios, se encaramó al árbol. Los espinos comenzaron a rasgarle la piel, y a deshollarle vivo, varias veces calló y volvió a subir, mientras aquello le iba desfigurando.
Con enorme esfuerzo subió a lo alto y tomó el fruto para dárselo a su amada. La amaba tanto que no le importaba morir con tal de que ella fuera feliz, se amara a sí misma y respetará su propia dignidad. Descendió del árbol pero antes de bajar del todo quedó colgado, muerto en él.
Pronto corrió la noticia, y todos acudieron a aquel lugar donde yacía el joven, con el fruto en la mano. Algunos que lo conocían le explicaron a la joven que lo había hecho por ella, porque la amaba. Ella tomó el fruto, deshecha en lágrimas, y diciéndose:
"Si hubiera sabido que tenía un amor así al alcance de mi mano, no habría dudado en abandonarme para siempre en sus brazos, dejando aquellos amantes que me utilizaban y me despreciaban. ¡Oh, amado! Si volvieras a la vida te abrazaría y no te dejaría jamás".
Y así es como Cristo amó a su Iglesia, a cada alma, a la tuya y a la mía.
Hoy es el día de la cátedra del Apóstol san Pedro, signo y garantía de unidad de todos los católicos que están en comunión con el santo Padre. Él es el sucesor de Pedro, y no tanto su persona, sino sobre todo su figura es garante de la unidad de la Iglesia y la verdad de la fe.
El Papa es la roca sobre la que Cristo ha edificado su Iglesia, a la que el infierno nunca derrotará. La comunión con él es esencial a la fe católica. Porque, como nos recordó hace poco el cardenal Sarah, ubi Petrus, ibi Ecclesia: donde está Pedro, allí está la Iglesia.
Obviamente no se me escapa que el santo Padre genera muchas reacciones variadas. Él mismo ha dicho que no todo lo que dice es Magisterio infalible. En mucho de lo que dice y hace, él trata de orientar a la Iglesia por donde siente que el Señor la quiere llevar.
"Actualmente no hay solo un abandono de la fe, no hay solo un ateísmo cada vez más extenso; no estamos solo ante el hecho de que la mayor parte de los hombres solo tienen una visión intramundana de la vida. Hay todavía otra cosa:
en el mismo interior de la Iglesia nacen y se consolidan formas más o menos visibles de herejía. En esa línea decía Pablo VI: “Se viene afirmando dentro de la Iglesia un pensamiento que no es cristiano”.
En la Iglesia existe algo que es más pernicioso que el ataque exterior contra la fe. Lo más pernicioso es que el mundo intenta deslizarse en el interior de la Iglesia, para cambiar de esa manera la sustancia del cristianismo y convertirlo en una religión intramundana.
La libertad de conciencia es uno de los grandes bienes que ha aportado el cristianismo al mundo. La conciencia es el sagrario del hombre donde resuena la voz de Dios y él discierne y decide qué debe hacer y qué debe evitar. Nadie está sobre la conciencia, solo Dios.
Se ha vulnerado esta libertad muchas veces en nombre de Dios, de la religión (incluida la Iglesia), del bien común, de la ideología, de la Patria, etc. En una sociedad de Derechos Fundamentales se supone que esta libertad debería estar ya totalmente fundamentada.
Esta libertad implica formar bien la conciencia para vencer cualquier obstáculo que pueda dificultar conocer y adherirse al bien evitando el mal. Pero en última instancia es la persona la que decide, podemos formar las conciencias pero no sustituirlas.
"A menudo se toman importantes decisiones internacionales, sin una verdadera negociación en la que todos los países tengan voz y voto.
Con frecuencia, el centro de interés de las Organizaciones Internacionales se ha trasladado a temáticas que no están relacionadas con su fin propio, dando como resultado agendas cada vez más dictadas por un pensamiento que reniega de los fundamentos naturales de la humanidad.
Considero que se trata de una forma de colonización ideológica, que no deja espacio a la libertad de expresión y que hoy asume cada vez más la forma de esa cultura de la cancelación. Se está elaborando un pensamiento único muy peligroso".
En estos tiempos aciagos
en que sombras nos envuelven
mis ojos a Ti se vuelven
despreciando los halagos.
Las verdades que revuelven
se silencian en tus pagos…
Falsos profetas levantan
al unísono sus voces,
proclamando falsos goces
como verdades que faltan
a tus palabras, que, atroces,
sin escrúpulos asaltan:
“¡Otros tiempos eran esos!
La verdad no es inmutable,
este dios, de puro amable,
ha perdido ya los sesos,
pues considera aceptables
todos los antaño excesos”.
Los magos de oriente habían visto brillar la estrella en Jerusalén y, conforme a la profecía de Balaam, se pusieron en camino hacia Jerusalén, donde había de nacer el Rey del mundo entero. Cada uno llevaba un don. La primera noche el diablo se apareció al Melchor.
- ¿Por qué vas a regalarle oro al Rey? ¡Seguro que tiene mucho! ¡Vaya regalo más inútil! Al llegar a Él vas a quedar fatal llevándole un don que no le va a aportar nada. Más valdría que te retirases antes que presentarte ante el niño con ese don sin sentido.
Melchor ignoró al enemigo y se sonrió para sus adentros. Toda la noche estuvo el demonio tratando de disuadirle de su viaje. Le dijo que al Rey le desagradaría su regalo, que le despreciaría, que se reirían de él los demás, pero nada borraba la sonrisa de sus labios.