En diciembre de 2008 —y con mucha inexperiencia encima— viajé a Frontino y después escribí este texto sobre su Cementerio Central, «la fosa común más grande del occidente antioqueño», como lo llamaban entonces.
(Sigue hilo👇)
En el relato intenté denunciar que allí había restos de personas asesinadas que habían hecho pasar por guerrilleras (para reclamar remuneraciones y días de permiso) y también que era uno de los lugares que usaban los paramilitares para desaparecer a sus víctimas.
En este cementerio había un centenar de NN's que no habían ido a identificar. Lo sé porque los vi; lo sé porque incluso —y sin quererlo— los pisé. Lo impresionante del Cementerio de Frontino era que los restos de los NN no estaban enterrados en él: estaban esparcidos por el suelo
Los restos de los NN del Cementerio de Frontino estaban esparcidos por el suelo del ático de una de sus bóvedas, esparcidos como el polvo mal barrido. Mezclados entre ellos, descuidados, abandonados y en montículos como la mugre que se va acumulando en una casa también abandonada
Recuerdo que seguí al sepulturero y trepé por unos escaños hasta acceder al techo de una bóveda. El hombre corrió una placa del techo y saltó dentro del ático; yo, que necesitaba comprobar si era verdad que los restos de los NN estaban tirados por el suelo, brinqué detrás de él.
Y lo que siguió fue una escena de espanto: un reguero de cráneos, huesos de la pelvis, fémures, húmeros, costillas, radios, cúbitos y muchísimos otros huesos aparecieron frente a mí sin ningún tipo de cuidado o cobertura.
Recuerdo también que después del brinco trastabillé —no sé si por la escena, no sé si por el brinco— y para no caer di un paso buscando estabilidad. El paso lo di en cuclillas porque el ático no superaba el metro de altura y justo en ese momento, bajo mi pie, escuché un «crack».
Miré horrorizada hacia mi zapato y vi que estaba pisando el fragmento de un hueso. De inmediato quité mi pie, me arrinconé contra la pared, entré en un ataque de histeria y comencé a llorar. Pero afortunadamente al ático había entrado conmigo un amigo, que era antropólogo.
Mi amigo era la persona que me había contado lo que pasaba en Frontino. Él me agarró la mano, me calmó, me recordó que me había advertido de la escena que iba a encontrar y controló mi respiración. Y, una vez volvió la calma, pude detallar mejor el escenario: horror, solo horror.
Mi amigo y yo no dimos un paso más, el sepulturero sí iba y venía por el largo del ático mientras nos narraba historias de asesinatos y nos señalaba los orificios que habían dejado las balas que perforaron esos huesos.
A un lado de nosotros había un hueso ilíaco, que es la estructura ósea que conforma el esqueleto de la pelvis, y mi amigo lo señaló diciéndome: «Mira, es de una mujer. Y por su forma parece que tuviera 15 o 16 años». Después de esa frase no aguanté más y me salí.
La imagen que acompaña este tuit es la del texto que publiqué en 2008 y fue diseñado sobre 2 fotos que tomé en ese viaje: la parte inferior es el Cementerio Central de Frontino y sus bóvedas; la parte superior son los restos de los NN tal cual como los encontré en ese ático.
La historia hizo parte de un especial del periódico @Delaurbe sobre desaparición forzada (y que está en el archivo de la #UdeA). En el momento hubo ruido —Personería y Defensoría supieron de esa historia—, pero no hubo el suficiente. Además, Álvaro Uribe Vélez seguía en el poder.
@Delaurbe Recuerdo ese viaje como si fuera ayer, especialmente porque tuvimos que salir huyendo despavoridos de Frontino.
Si quieren saber por qué huimos, acá dejo el resto de la historia en estas dos imágenes 👇(si sigo, el hilo se hace muy largo).
@Delaurbe Y ya para cerrar: igual que antes, en Frontino sigue habiendo un cementerio en el que reposan (si es que se puede decir «reposan») los restos de personas que fueron desaparecidas y víctimas de ejecuciones extrajudiciales.
@Delaurbe Hasta donde pude averiguar, once años han pasado desde ese viaje —y ese texto— y parece que nadie ha ido al Cementerio Central de Frontino a hacer las labores debidas de búsqueda e identificación de los NN. Por mí lado, a ese municipio tan bello, no volví. Aún me da pavor.
(En cuanto al texto que escribí en 2008, disculpen las formas e imprecisiones, era estudiante y me faltaba madurez)
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#Atención Hoy pasó algo muy extraño en el país: 4 territorios distintos de Colombia fueron panfleteados y pintados con las siglas de las AGC. Casi todos los sitios amanecieron así. Acto simultáneo claramente coordinado. Muestra de poder que deja ver su articulación nacional.
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1. Después de la decisión de la ANI ayer, sobre el Puerto de Tribugá, en Nuquí, Bahia solano y Acandí recibieron este panfleto y en Termales amanecieron con los postes de luz pintados con las siglas de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC).
2. El Consejo Comunitario del río Jiguamiandó-comunidad de Puerto Lleras, en el municipio de Carmen del Darién (Chocó), también amaneció pintado con las siglas de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC).
«Cuando termino las entrevistas les digo a las muchachas que traigo algunos alimentos que pude reunir, pero les advierto que no es mucho. Abro el baúl del carro y, de repente, otra vez me veo rodeada de una multitud que me pide cosas. Todas son mujeres...
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Les entrego casi todo lo que llevo. Solo intento guardar tres bolsas con cosas que prometí llevar al asentamiento de desplazados. Una chica embarazada se me acerca y me pide algo de comer, su pareja que está a un lado me dice que ni siquiera es para ellos, “es para el bebé”.
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Miro las bolsas. Ya casi no me queda nada para las familias desterradas del Chocó. La chica insiste. Llega Rocío, me pide una panela, dice que me cambia todo lo que ya le di por una panela. El hilo de angustia vuelve a tirar violentamente de mí, me impide responder.
«Tardo en reaccionar. Salgo y veo que Gabriela está sentada en el piso. Llora. La rompieron por dentro. Me pongo de cuclillas a su lado. Tomo su mano izquierda y la aprieto fuerte. Me corto, ella se corta, y la sangre empieza a correr. Somos cristales rotos.
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«Gabriela tuvo que elegir. Hay un mundo en el que las mujeres tienen que elegir entre dejarse violar por siete hombres o desaparecer. No es una metáfora. Hablo de desaparición forzada.
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—Te dicen, pue, que ya sabes lo que te toca. Dicen: “Si usted colabora, usted se devuelve o para Colombia o para Venezuela, para donde usted quiera, pero si usted no colabora, usted no vuelve a aparecer más”.
—¿Te dijeron eso?
—Sí».
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El #EjércitoViolador no es nuevo. En agosto 2008 escribí un artículo sobre la violencia sexual que sufren las mujeres en la guerra y @Altais hizo la ilustración del texto. Vuelvo a ver la imagen y resulta impresionante cómo su trazo sigue vigente y sigue siendo aterrador.
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El texto fue publicado en el periódico @Delaurbe y recogía el caso de una estudiante indígena que, en 2005, fue violada por militares "encapuchados" del Batallón José Hilario López, en el Cauca; caso que fue reportado por la Organización Mundial contra laTortura (OMCT).
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Tenía 19 años y fue violada el 9 de agosto de 2005 en zona rural del municipio Puracé. Ese día, y a poca distancia de una instalación policial, la joven indígena fue abordada por militares que estaban en la zona en desarrollo de políticas de Seguridad del gobierno de entonces.
Faryd corre, lleva a su niña en brazos, se le está ahogando. Tiene tres años. Los gases lacrimógenos la están asfixiando, no puede respirar. Mira con desespero hacia su vivienda. Un rancho de madera y latas de zinc. Sus otros dos hijos continúan allí.
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Las granadas de aturdimiento siguen explotando, al igual que las municiones de gas. La gente corre desordenada. Entre la histeria, Faryd logra enfocar a su hijo mayor —tiene 14 años—, le grita:
«¡Mijo, corra y saque a su hermano hacia arriba, yo llevo la niña». El caserío en el que vive en Ciudad Bolívar, en el sur de Bogotá, queda como en una especie de ladera, un parque en zona de riesgo que la Alcaldía, en plena cuarentena, ordenó desalojar.
Historia de una madre en una guerra, a propósito de este día 🧵👇.
—Andrea, ¿sí me va a acompañar?, ya voy saliendo.
—¡Claro! ¿Es lejos?
—Pues hay que salir de la zona, debemos ir a la vereda, donde están los civiles. Allá está él, me está esperando en la escuelita.
—Bella, yo sé que la pregunta es idiota pero… ¿Estás nerviosa?
—¡Uf, mija! Yo no sé ni qué es lo que estoy sintiendo.
—Bueno, calma, que todavía falta, ¿no?
—Míreme las manos, estoy casi temblando.
—¿No sabés dónde ponerlas?
—Uy sí, mija, es que por dentro siento de todo... Mire, ahí viene la monja que le conté, ella es la que me ayudó a encontrar a mi hijo.
—Yo todavía no lo puedo creer, llevás diez años buscando a tu hijo, ¿de verdad ella lo ubicó en quince días?